Lo siento por los lectores deportistas más “físicos”, en especial por los ciclistas, pero esta entrada (y alguna otra que le dará continuidad en cualquier momento) va sobre motos. No es la primera vez que pasa ni será la última. Este blog es cambiante y personal. Alterna viajes con cultura, monográficos ciclistas con atención a otras de mis modalidades deportivas, reflexiones sobre temas muy variados, etc. y en todo ese caos personal, las motos tienen cabida. Es una de mis aficiones.
Pero la motivación del tema “películas moteras” ha sido casual. Probablemente por culpa de que me estoy haciendo viejo, al menos como consumidor, aunque no le hago ascos a los avances tecnológicos, hay derivas y tendencias que no me van e incluso me cabrean. Una de ellas es la televisión de pago de la que, por el momento, soy objetor, y otra, en pleno desarrollo actualmente, la de los canales de contenidos audiovisuales. En mi hogar hay acceso a Netflix porque alguien de casa está abonado. He intentado disfrutarlo ocasionalmente y me cuesta mucho dar con contenidos que realmente me interesen. Alguna serie me gusta (pocas, no soy muy de series ¿me hago viejo? “Hombre rico, hombre pobre” debió ser de las pocas que llegué a ver completas), pero si detecto que su guion es de los que no va a tener fin, para así alimentar “temporadas”, la abandono porque mi tiempo es demasiado valioso como para someterlo a la obligación de seguirla. Pero no me meto con ellas, están ahí para ser consumidas por quien quiera, que el ocio es libre y los gustos también. No, lo que me cabrea es el cariz que está tomando la comercialización del cine. ¿Existe algún “Spotify del cine”? me explico, ¿algún proveedor en el que puedas encontrar y ver casi cualquier película de la historia global del cine? Sospecho que no, y lo que me ofrecen alrededor no me sirve, porque cada vez que busco alguna película que me gustaría ver, no la encuentro (pasadas o presentes). Me ocurrió hace poco en casa de un amigo que tenía disponible Netflix, Amazon Prime, HBO y alguno más. Estábamos hablando de motos y de whisky (¡vaya combinación!) y surgió alguna película, y entonces quise recomendarle varias. Creo que lo intentamos con hasta cuatro de ellas en los tres proveedores mencionados y ninguna estaba disponible. Con todos mis respetos… ¡vaya porquería de servicio!
Total, que después me puse a recapitular sobre las de motos, recordé otras, volví a ver alguna e incluso me compré varias que encontré baratas en DVD. Esta entrada (serán más de una) va sobre tal recapitulación.
“Vacaciones en Roma”. 1953. Director: William Wyler. Reparto: Audrey Hepburn y Gregory Peck.
Más que una película de motos, este es un largometraje icónico en muchos sentidos. Excelente promoción de Roma ante el potencial mercado turístico norteamericano. Trío fundamental en la historia del cine: su afamado director William Wyler; uno de los más emblemáticos actores de la historia del cine, Gregory Peck; y la maravillosa Audrey Hepburn, que además de prolífica actriz, fue todo un referente en cuestiones de estilo, moda y tendencias, etc. Y, añadido, ganadora de un Óscar por esta película. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con las motos? Pues muy sencillo, durante buena parte de la historia, los dos protagonistas pasan el día recorriendo la ciudad a bordo de una Vespa 125 V30T, conocida como la “Farobasso”, por tener colocado el faro en el guadabarros en vez de en el manillar. Las Vespas nacieron con un diseño de Corradino D’Ascanio, que patentó en 1946. Este dato coincide con lo que me contó mi amigo Gaetano (que posee varias de diferentes épocas y, de joven, viajo en una de ellas desde Italia a Estambul ida y vuelta. Gaetano Dal Santo: “Una magica Vespa verso Istambul”): que la idea inicial fue la de aprovechar un excedente de motores de arranque de aviones de la II Guerra Mundial y fabricar una moto ligera con ellos.
Gaetano con la moto con la que viajó hace décadas (Imagen: Gaetano dal Santo)
Hoy sabemos que la idea fue un éxito total. Probablemente para la película se decantaron por la utilización de la Vespa porque ésta ya sería un emblema en expansión en Italia. Pero no cabe duda de que la película también puso mucho de su parte para popularizar el vehículo, reforzando el éxito a nivel local, además de promocionarlo a nivel global. Las Vespas inundaron el mercado y las ciudades. Y España fue un caso muy destacado. Piaggio, que es el nombre italiano de la marca, entró en nuestro país de milagro, gracias a las influencias de FIAT, que previamente había llegado a un acuerdo con el gobierno de Franco para que en España se pudieran fabricar coches bajo su licencia (aquello fue el nacimiento de SEAT). El acuerdo para Piaggio era una propuesta que provenía de la amistad entre los presidentes italianos de sendas compañías (FIAT y Piaggio). Pero, como en España ya se fabricaban motos y se aplicaba un fuerte proteccionismo industrial, hubo muchas resistencias que vencer. Para que las “scooters” llegaran, fue necesario, entre otras cosas, que se fabricaran aquí. Así se montó la primera fábrica en España, la cual gozaba de cierta independencia con respecto a la casa madre italiana, de ahí que cambiara hasta el nombre y naciera Vespa. Dos detalles curiosos cierran este comentario. Uno, la primera Vespa fabricada en España salió de la cadena de montaje en 1953, mismo año que el estreno de “Vacaciones en Roma”. La promoción publicitaria adicional fue casual pero potente. Dos, la Vespa (genérica) como ejemplo de diseño, forma parte de la colección del MOMA de Nueva York.
Aquí hay dos aspectos que nos interesa subrayar con respecto a las Vespa y el resto de contenido que seguirá después de “Vacaciones en Roma”. Para empezar, la película se estrenó el mismo año que la siguiente que vamos a comentar (“Salvaje”). Y el contraste es total. A nivel de talante de los protagonistas (inocentemente festivos y de cierto nivel sociocultural contra violentos y de baja clase social); de aspecto (referentes de elegancia clásica y costura frente a otros de tendencia rompedora del cuero…); de escenario (Europa urbana ante EEUU rural); y de motos (Vespa en representación de la “scooter” en oposición a potentes máquinas inglesas o estadounidenses). Pero el caso es que ambas tendencias generaron eco. Es algo que veremos en otro momento, plasmado en la película “Quadrophenia”, con las dos tendencias enfrentadas entre sí, pero que, con o sin enfrentamiento, también se dio a nivel de puro parque móvil motociclista en muchos países y, desde luego, en España. Mi contacto con las motos empezó tímidamente, con motos ajenas, en los setenta del siglo XX. Me gustaban todas, pero desde un punto de vista práctico, hedonista y social. Al cumplir los 18, suspiraba por conseguir una Vespa, las cuales eran rabiosa tendencia juvenil en mi entorno. En algunos casos, en España, las Vespas estaban más vinculadas a lo pijo que a lo macarra, pero eso era algo que podía variar a lo largo de toda la geografía peninsular. Tuve una Vespa Primavera 75 T3 (rectificada a 125 y con el mítico “kit Polini”) entre 1984 y 1990. La había comprado de segunda mano. Disfruté mucho con ella, la estiré largo tiempo y, como suele pasar, hoy lamento haberme deshecho de ella cuando cambié a mi primera moto “grande”. En realidad, me encantaría haber conservado las contadas motos que he tenido hasta ahora. Para compensarlo, tenemos una Vespa Cosa 125, pero no es lo mismo y, además, está esperando una contundente puesta a punto. Pero una de mis hijas también ha sucumbido al encanto de Vespa, que parece eterno. Disfruta una 125 de las contemporáneas.
“Salvaje”. 1953. Dirigida por Laslo Benedek. Protagonizada por: Marlon Brando, Mary Murphy y Lee Marvin.
Esta película también es antigua, en blanco y negro y todo un clásico. Aunque por diferentes motivos. Lo es en general y en el tema de la cultura motera en particular. Un icono cinematográfico que, además, generó algún icono cultural añadido. Fundamentalmente los posters, tarjetas y demás parafernalia con el retrato de Marlon Brando posando junto al manillar de su motocicleta, sobre el que tiene atado un trofeo. La película estuvo basada en un relato corto y en los hechos reales ocurridos en Hollister (California) en el verano de 1947. Un duro conflicto civil (en el filme llega a haber una muerte y algunos heridos) que dio un toque de alarma, anticipando lo que sería la posterior expansión y radicalización de las bandas de moteros. Conviene aclarar que quienes protagonizaron aquel tumulto fue una banda motera denominada “Alcohólicos Luchadores” y no otra mucho más famosa que mencionaremos enseguida. La edad de la película no debería engañarnos. Resulta muy inocente a nuestros ojos de espectadores actuales, narcotizados como estamos por la constante y excesiva violencia de toda índole, pero relata un choque violento entre distintos sectores sociales. En la película, el conflicto, el enfrentamiento y la justicia al margen de la ley, empapan a los dos bandos. El de los molestos motociclistas y el de los, supuestamente honrados y honorables, ciudadanos. El conflicto conquista las calles, tal y como vuelve a estar de moda en nuestra, propagandísticamente considerada como civilizada y madura, sociedad democrática. Sino que se lo pregunten a los vecinos de Barcelona, que llevan años sufriendo escenas de violencia callejera por causas de lo más variopintas. Y, aparte de los diferentes bandos enfrentados, lo sufren también los más inocentes y desvalidos.
La cinta tiene mucha presencia estética y activa de las motos, que son una constante en ella. Ya se adelantan algunas frases relacionadas con la filosofía motera: el concepto de “carretera” (conexión “beat”) durante el epílogo, y algunos torpes intentos del protagonista por tratar de explicar a la chica lo que él busca y encuentra a través de la moto.
La apariencia de los moteros viene marcada por las cazadoras negras de cuero, los pantalones vaqueros y las botas. También algunos aditamentos variados como cadenas, cinturones de tachuelas, gorras, etc. No llevan cascos, pero sí gafas, de sol o de moto. De todas formas, si el espectador está atento, también encontrará a algún actor secundario o figurante vestido en plan Buffalo Bill o con prendas relacionadas con el viejo oeste (tendencia que ha vuelto a resurgir recientemente en la bochornosa toma del Capitolio ¡67 años después!).
El “catálogo” de motocicletas es muy variado. Parece que con británicas (BSA y otras) en mayoría, aunque también hay algunas americanas (Harley Davidson, Indian…). Ese detalle es importante ya que sugiere que, entonces, no se daba la supremacía HD que posteriormente les hemos supuesto. Las primeras escenas ya dan cuenta de la “separación” subcultural de las bandas con respecto a la AMA (Asociación Motociclista Americana) y subraya un fenómeno naciente que se fue haciendo creciente hasta llegar a consolidarse en diversas bandas, entre las que acabó haciéndose especialmente famosa la mítica Ángeles del Infierno. Todo ello conecta con el desarrollo y evolución de la literatura “beat”. Jack Kerouac quizás haya sido el representante más popular de aquel movimiento, y su obra más afamada “En la carretera”, aunque no hablara para nada de motos, ya se sumergía de lleno en aquel vivir constantemente “en ruta”. A Gary Snyder, quién posteriormente evolucionó hacia un posicionamiento ecologista, ya lo mencioné en el blog por otros asuntos. Pero un tercer reconocido representante, Allen Ginsberg, tuvo cierta relación con bandas como los Ángeles del Infierno, cuando intentó, infructuosamente, tratar de persuadirlas para su alineación en luchas políticas de izquierdas. Y es que, como mucha otra gente, erraba el tiro:
“Hay, en consecuencia, en su actitud bastante más que un nostálgico anhelo de que les acepte un mundo que no han hecho ellos. Su auténtica motivación es una seguridad instintiva de cuál es en realidad el tanteo. Están eliminados del campeonato y lo saben. A diferencia de los rebeldes universitarios, que con un mínimo esfuerzo saldrán de su lucha con un volente certificado de status, el motorista forajido tiene ante sí un futuro que contempla con la mirada funesta del hombre que no tiene la menor posibilidad de ascensión social. En un mundo cada vez más controlado por especialistas, técnicos y una maquinaria fantásticamente complicada, Los Ángeles del Infierno son perdedores evidentes y esto les fastidia. Pero en vez de someterse tranquilamente a su destino colectivo, lo han convertido en base de una venganza social a tiempo completa. No esperan ganar nada, pero tampoco tienen nada que perder”. (Hunter s. Thompson, a quién “presentaré” más adelante).
Algunas de todas aquellas conexiones quedan claras, simplemente, con el título del poema de Allen Ginsberg: “First Party At Ken Kesey’s With Hell’s Angels” (Primera fiesta en casa de Ken Kesey con los Ángeles del Infierno”).
Esa subcultura, que formalmente fue denominada como la “Contracultura”, y toda esta parrafada podrían servirnos para enlazar, directamente, con otra película aquí seleccionada (“Easy Rider”), pero ya habrá tiempo para ello. Antes, conviene añadir un par de detalles anecdóticos que pueden valernos como prueba de fuerza del potencial de influencia de “Salvaje”. El largometraje se mantuvo censurado durante catorce años en GB y, posteriormente, calificado en categoría “X” (equivalente al porno de entonces) en 1967.
No sé si tales reparos sirvieron de algo o no. Lo digo porque la subcultura de las bandas moteras primigenias, las que aparecen en “Salvaje”, fueron replicadas años después en GB, tal y como veremos más adelante en “Quadrophenia”. Y es que la música forma parte de todo esto de lo que estamos hablando. En el caso de “Salvaje”, aunque hay piezas de música clásica para ambientar alguna escena, la presencia del Jazz es predominante. Algo acorde con la época. Pero más allá de las funciones propias de banda sonora, la música, la rabiosamente moderna para los jóvenes de aquella época, hace aparición de dos modos evidentes. Uno de ellos es a través de la “jukebox” (máquinas de “pinchar” discos) de una cervecería en la que los moteros andan de fiesta y confraternizan bailando con unas jóvenes locales. Aquellas “jukeboxes” fueron un elemento fundamental en la cultura juvenil de la época, que duró hasta bien entrados los setenta, como yo mismo pude comprobar y disfrutar. El otro modo es cuando un par de jóvenes moteros mantienen una (recíprocamente ininteligible) charla con un anciano camarero en el mismo bar. Ellos, hablando en jerga juvenil de la época, tratan de hacerle ver la importancia de la música en su universo vital, y él parece no entender ni sus palabras ni su música, la cual ellos intentan dar forma a base de pequeñas percusiones corporales y sonidos guturales. Cosas del papel de la música moderna en todo choque intergeneracional.
El hecho de que la película fuera considerada como una incitación a la violencia o la delincuencia juvenil o motociclista, y que, a través de varias motos, la marca Triumph fuese la más identificable en el conjunto de la cinta, hizo que la firma mostrara su disconformidad con la utilización de sus motocicletas, temiendo que quedaran asociadas a la imagen de tribus de jóvenes maleantes seducidos por vivir al margen de la ley. Eso fue entonces, ya que, mirado en perspectiva, los réditos de imagen, iconografía, leyenda y de más intangibles para la marca han sido muchos y, hoy en día, es posible que todavía mantengan ciertos rescoldos.
La película tiene varias escenas estupendas y algunos planos amplios que saben sacar partido a la presencia de las motos. Pero, puestos a recordar una, me quedo con un romántico paseo iniciático, en el cual “chico malo” hace vivir la experiencia de un primer paseo en moto a “chica guapa”. Es una vuelta nocturna por una solitaria carretera jalonada por árboles, a la luz de la luna. Está rodada, al menos tiene toda la pinta de haber sido así, con la técnica de “noche americana”.
Brando lleva una Triumph Thunderbird 6T, una bicilíndrica de 650 cm3 con un diseño genérico muy característico de la marca. Me gustan mucho las Triumph de aspecto clásico. Las de antes y las que lo mantienen ahora. Muy de vez en cuando, me doy una vuelta en una de las actuales con aspecto clásico de “custom” de dos cilindros. Una Speedmaster de 800 cm3 y 61 CV. Es de un cuñado que vive fuera y me pide que se la saque de vez en cuando. Una moto agradable, fácil de conducir, con buenos “bajos” y mucho más manejable en carreteras perdidas de lo que parece a simple vista. Con chupa de cuero, puedes jugar a emular “Salvaje”.
“Scorpio Rising”. 1963. Director: Kenneth Anger.
Se trata de un mediometraje (28 minutos) experimental y con algunos trazos surrealistas. No tiene diálogo y basa su mensaje en una constante interacción entre las imágenes (con múltiples saltos y cortes) y un espectacular listado de temas musicales. Aborda abierta y explícitamente, en ocasión francamente temprana para la historia del cine, el ocultismo, las drogas, la subcultura motera, la homosexualidad, incluso en versión “sado”, interactuando con el catolicismo, el nacismo o las tiras de “tebeos”. Fotos de Marlon Brando y James Dean aparecen en ella como iconos de juventud. No es fácil cogerle el punto intencional al director. Creo que, en cierta medida, se mofa de los jóvenes seducidos por algunas de las tendencias expuestas, aunque también se pudiera interpretar cierta reivindicación de las mismas. Lo que desde luego hace, es acopio de fetichismo motero (y también de otras subculturas posteriores). Dicha subcultura, además de expresarse en la parafernalia decorativa de los atuendos, comunica también cierto apego al riesgo del pilotaje y, claramente, subraya la importancia de la personalización y el cuidado, mimo incluso, de las monturas. En ese sentido, una de las máquinas ya da pistas (manillar, asiento y algún detalle más) de la tendencia que estaba a punto de llegar en la customización: las “chopper”.
El estreno fue evitado por la policía ante una denuncia del Partido Nazi Americano. La cinta fue secuestrada acusada de pornografía entre otras cosas, y el caso tuvo que resolverse en los tribunales, los cuales decidieron que aquello no podía ser considerado como pornografía. Lo raro es que las protestas no vinieran por otro lado, ya que en algún momento sí que podría parecer irreverente hacia el catolicismo. Producida con pocos medios, se adelantó ¡en décadas! a, por lo menos, un par de tendencias musico-culturales posteriores: los movimientos “underground” de los 70-80 y el posterior “punk”. Ello es algo que hay que tener en cuenta al juzgarla. Es fácil, basta con recordar, antes de verla, que se estrenó en 1963, y pensar dónde andaba el espectador entonces y cómo era el mundo alrededor. Es un detalle importante, no solo en relación a su limitada calidad técnica y de medios, sino, sobre todo, para evitar pensar que todas las referencias e iconografía visual que en ella aparecen eran más de lo mismo (cuero, anillos, cadenas, cadaveras, etc.) ¡y es que no lo eran, lo fueron después! En ese sentido fue precursora. Adelantada a su tiempo en referencias visuales que después se generalizaron. En cualquier caso, no pretendo recomendarla, simplemente clasificarla como un producto artístico de tendencia sociocultural marginal que nunca ha de verse a través de un prisma de cine convencional. Pero por si hay curiosos, la encontré en YouTube en abierto sin problemas.
La banda sonora es tan irreprochable que no me resisto a enumerarla al completo: Ricky Nelson – "Fools Rush In (Where Angels Fear to Tread)" / Little Peggy March – "Wind-Up Doll" / The Angels – "My Boyfriend's Back" / Bobby Vinton – "Blue Velvet" / Elvis Presley – "(You're the) Devil in Disguise" /Ray Charles – "Hit the Road Jack" / Martha and the Vandellas – "(Love Is Like a) Heat Wave" / The Crystals – "He's a Rebel" / Claudine Clark – "Party Lights" / Kris Jensen – "Torture" / Gene McDaniels – "Point of No Return" / Little Peggy March – "I Will Follow Him" / Surfaris – "Wipe Out".
“The wild angels” (“Los Ángeles del Infierno”). 1966. Director: Roger Corman. Reparto: Peter Fonda y Nancy Sinatra.
Mala película. Al menos de esas que envejecen fatal. Ese es mi punto de vista. Y eso que ya era en color y con bastante buena calidad de imágenes. Y sin embargo tuvo cierto éxito tras su estreno, aunque creo que la causa debió de ser haber acertado con la elección de la temática, las bandas moteras de “forajidos” en general y los Ángeles del Infierno en particular, en el momento adecuado. Y es que bandas había habido muchas desde hacía tiempo, e incluso los propios Ángeles del Infierno habían sido un club mucho más nutrido tiempo atrás, pero, pese a estar de capa caída por aquella época, en 1965, gracias a un par de noticias sensacionalistas casi completamente infundadas, se desencadenó un repentino interés periodístico por ellos que les catapultó a la fama.
“[1965] Además de aparecer en cientos de periódicos de los servicios cablegráficos y en media docena de revistas, posaron ante las cámaras de televisión y contestaron a preguntas en los programas de la radio. Hicieron declaraciones a la prensa, aparecieron en varias carreras y trataron con estupas de Hollywood y directores de revistas. Empezaron a buscarles místicos y poetas, a vitorearles los estudiantes rebeldes e invitarles a las fiestas que daban los liberales y los intelectuales. La cosa resultaba sumamente extraña, y ejerció profundos efectos en el puñado de Ángeles que aun llevaban los colores. Esto les creó un complejo de ‘prima donna’, y se dedicaron a pedir contribuciones en metálico (para confundir al servicio de inspección de hacienda) a cambio de fotos y entrevistas”. (Hunter S. Thompson; ya casi llegamos a él).
De hecho, el guion gira en torno a la muerte de uno de los miembros de la banda y finaliza con su funeral. Eso es algo inspirado en una fotografía previa del funeral de un motero, publicada en enero de aquel año por la revista “Life”. Parte del desenlace del funeral de ficción también se inspiró en un hecho real: el destrozo de una iglesia por parte de una banda de moteros. La productora (American International Pictures) ante el inesperado beneficio obtenido en una cinta de presupuesto modesto, quiso seguir ordeñando la vaca y repitió con títulos como “Devil's Angels”, “The Glory Stompers” y “The Born Losers”. Creando, casi de paso, un subgénero que no acabó de cuajar. Ninguna de aquellas películas, ni esta de la que estamos hablando ahora ha quedado como reconocida como de culto, icono cinematográfico o clásico reconocido.
La aparición de Nancy Sinatra generó cierto interés cuando su padre se enteró de que para el rodaje se había contratado a una panda de Ángeles del Infierno reales, a los que se mantenía acampados por la zona. A Frank casi le da un pasmo, e intentó convencerla de que dejara la película. Como se ve, la participación de Ángeles entraba dentro de lo descrito por Thompson unas líneas más arriba. Los moteros participantes provenían del “capítulo” de Ángeles del Infierno de Venice. Es una localidad californiana, costera, surfera y entonces deprimente, sobre la que ya escribí en alguna ocasión, explicando el origen de los “Z-boys”, míticos “skateboarders” que revolucionaron la escena del monopatín para siempre, aunque eso ocurrió en los setenta. En cualquier caso, parece que los moteros no cumplieron bien, o del todo, su trabajo como extras en la película.
Con este largometraje, Peter Fonda se consumó como estrella de cine motera, asociada a las Harley-Davidson. Pero todo hay que decirlo, la posterior “Easy Rider”, al menos a nivel global, borró cualquier recuerdo del actor asociado a esta otra anterior y le dejó como “Capitán América motero” para siempre. Menos mal, porque en lo que respecta a su personaje, aquí se acerca mucho más (a la baja) a la simpleza del de Marlo Brando en “Salvaje”, que al de la filosofía libre del que desempeña en “Easy Rider”.
La película reúne todos los tópicos asociados a las bandas moteras de la época y a los Ángeles del Infierno en concreto. Delincuencia, alcohol, irresponsabilidad, intercambio de hembras, actitud machista, peleas, desmadre, consumo de drogas, enaltecimiento de la simbología nazi e irreverencia hacia el cristianismo. Parte de la lista parece casi extraída de la simbología exhibida en “Scorpio Rising”. También hay una trifulca grupal contra la juventud local de un pueblo “visitado” por los moteros, pero queda casi en algo anecdótico. Lo que no resulta tan anecdótico es la tensa relación y convivencia, espacial en las carreteras y simbólica en la estética y lo que representan, entre los moteros “forajidos” y los motoristas policías. El asunto sigue ahí… sostenido, y se mantendrá así durante bastante tiempo ¡y películas! más.
Lo prometido es deuda: hay un autor y un libro (Hunter S. Thompson: “Los Ángeles del Infierno”. Anagrama. Barcelona, 1980 (1966).) que algunos años después del estreno de esta película, describieron, con todo lujo de detalles, el funcionamiento de los Ángeles del Infierno. Thompson fue un precursor del periodismo “gonzo”. Logró infiltrarse en la banda, convivir con sus miembros, formar parte de ella y escribirlo posteriormente. El libro, además de en lo relativo a la banda, se ambienta en otros aspectos de la subcultura de la “carretera” en aquellos agitados años. Un ejemplo fue el de la figura de Ken Kesey (el mismo que aparece en el título del poema que señalé anteriormente):
“A partir de 1964, él y un grupo de amigos, The Merry Pranksters o los ‘Alegres Bromistas’, fueron pioneros en la experimentación lúdica y espiritual con LSD y marihuana. En un autobús pintado con colores fluorescentes que llamaron ‘Further’ (‘Más Allá’), los Pranksters recorrieron Estados Unidos y fueron estableciendo gradualmente muchos de los elementos retóricos y visuales que después popularizó (y, a juicio de Kesey, trivializó) el movimiento hippie. En esta tarea contaron con la colaboración del grupo Grateful Dead, que acompañaba con sus improvisaciones de música psicodélica las sesiones abiertas de consumo de LSD (Acid Tests) organizadas por Kesey”. (Wikipedia).
Los Ángeles tuvieron tres meses de excelente buen rollo con Kesey y sus múltiples amistades, disfrutando de maratonianas fiestas en La Honda, una propiedad que el escritor tenía (nada que ver con la marca nipona de motos) y en la que organizaba unas fiestas míticas por las que desfiló la flor y nata de la generación “beat”). Fueron muchos los Ángeles que disfrutaron de lo lindo allí y donde se aficionaron sobremanera al consumo de ácido.
Pero si nos basamos en el libro de Thompson, hay que dejar clara una cuestión que ha podido provocar posteriores equívocos entre el público aficionado a las bandas de moteros “forajidos”, y a su posterior emulación globalizada, ya fuera “dura” o de postureo “light”: las bandas tenían poca o nula ideología política aunque se mostraran seducidos por parafernalia estética nazi (por un lado), y aunque lucharan (por eso quizá sería mejor decir pelearan o se enfrentaran) a las fuerzas de orden público (por el otro). Pese a ser mayoritariamente trabajadores poco cualificados, mano de obra barata o incluso parados vocacionales de subsidio, andaban muy alejados de los movimientos de izquierdas. Eran estética y “espacialmente” de ultraderecha. Prueba de ello fue que el gobierno los empezó a ver con mejores ojos a raíz de mostrar su repulsa (y su violencia) ante las manifestaciones contra la guerra de Vietnam y tener en muy mala consideración a las asociaciones por los Derechos Civiles. Esto es algo que debemos recordar en la segunda entrada dedicada a las motos y el cine, cuando hagamos referencia a “Easy Rider”, protagonizada por otro tipo de moteros que, pese a ir en “chopper”, no eran de banda.
Más cuestiones relativas a los Ángeles del Infierno reales. Eran muy jerárquicos dentro de su estructura y brutalmente corporativos. Con exacerbado sentido de pertenencia, es en su banda y con sus colores como se sienten seguros en ese mundo cotidiano del que se sienten proscritos.
“Esta desesperada sensación de unidad es básica en la mística forajida. Al ser los Ángeles del infierno marginados sociales, tal como ellos admiten gustosamente, se hace más necesario que se defiendan mutuamente de los ataques de ‘los otros’, los malévolos bienpensantes, las bandas enemigas o los agentes armados de la policía”. (H. S. Thompson).
Aunque muchos imitadores americanos y europeos, pasados y actuales los asocian con las prendas de cuero, ello es un error derivado de una estética anterior (“Salvaje”) y productos estéticos (películas y artículos de prensa) no bien distinguidos o matizados. Si bien utilizaron el cuero en sus orígenes, en los años sesenta ya lo tenían casi descartado.
“Ellos no quieren cosas seguras. Pueden llegar a aceptar las gafas oscuras y otras gafas más espectaculares para andar por carretera, pero lo hacen más por exhibicionismo que por protección. Los Ángeles no quieren que nadie piense que andan evitando riesgos. Las chaquetas de cuero estuvieron de moda hasta mediados de los años cincuenta, y muchos forajidos se cosieron los colores en ellas. Pero cuando su reputación aumentó y empezó a acosarles la policía, uno de los Ángeles de San Francisco sugirió la idea de unas insignias desmontables, que pudieran quitarse para esconderse en momentos de apuro. Esto entronizó la era del chaleco de drill sin mangas. Al principio, la mayoría de los forajidos llevaban los colores sobre chaquetas de cuero, pero en el sur de California hacía demasiado calor para eso, así que el capítulo de Berdoo propuso la idea de axilas al aire y fuera la chaqueta, sólo los colores”. (H. S. Thompson).
Y en cierta medida, relacionado con el asunto del cuero, con “Scorpio Rising” y con la homosexualidad ocasionalmente (y en general erróneamente atribuida), algo sobre lo que volveremos en la segunda entrada, podemos añadir otra cita textual interesante:
“[…] cualquiera que pase un tiempo con los Ángeles, percibe la diferencia entre los motoristas forajidos y el culto homosexual al cuero. En cualquier bar lleno de Ángeles del Infierno habrá afuera en la acera alineadas una hilera de bruñidas motos. En un bar de fetichistas del cuero hay versiones muy realistas de motos en la pared y quizás, pero no siempre, una o dos Harleys inmensas cargadas de accesorios aparcadas fuera, rematadas con parabrisas, radios, y bolsas laterales de plástico rojo. La diferencia es tan básica como la que existe entre un jugador de fútbol profesional y un aficionado fervoroso. El primero practica una actividad en un campo de realidad duro y único. El otro es un devoto, adorador pasivo y torpe emulador, a veces de un estilo que le fascina porque se ha alejado inevitablemente de la realidad a la que él despierta cada mañana”. (H. S. Thompson).
Por cierto, Thompson, que estuvo en torno a un año y medio, a mediados de los sesenta, confraternizando con ellos, adquirió una moto. Lo hizo porque le gustaban y porque resultaba inevitable para poder mantener las relaciones y así poder escribir su libro. Tras muchas conversaciones, pruebas (incluida una BMW) y tanteos de precios de segunda mano, se quedó barajando entre tres posibilidades tendentes a lo “ligero”: una HD Sporster (más ligera, de menos cilindrada pero más rápida que las grandes), una Triumph Boneville y una BSA Lightining Rocket. Finalmente adquirió la tercera. BSA es el acrónimo de Birmingham Small Arms (Armas Pequeñas de Birmingham) una compañía dedicada a la fabricación de armas ligeras (bayonetas, fusiles, cuchillos, etc.) que, como tantas otras de su época, se centró igualmente en la producción de bicicletas y, con clara lógica industrial, de motocicletas. La Lightining Rocket era una bicilíndrica británica de 650 cm3, muy representativa del estilo de la época. De las más rápidas en aquellos momentos. El autor comenta en el libro que aquella compra, a ojos de los “forajidos” fue uno de los dos únicos errores que cometió estando con ellos. Al parecer perdió muchos “puntos” por haberse agenciado una moto británica. Puntos que “recuperó” cuando la estrelló y casi se abrió la cabeza en un accidente. Una prueba de tener “clase”. Y es que aquella gente era muy primitiva.
¿Qué si he sacado algo positivo al ver la película? Sí, pero poco, fundamentalmente su función de documento audiovisual en el que, en numerosas ocasiones, las motos participantes van desfilando, una a una, bastante despacio, de modo que sirven como exhibición estilística de las máquinas que utilizaban las bandas en aquellos tiempos. Es algo que no está mal para quien sienta curiosidad por ello, o aborde un ejercicio de estudio como este mismo. Ya no hay motos europeas, todas son americanas de dos cilindros en V, seguramente HD. Únicamente se ve una (aparcada) con horquilla excepcionalmente alargada, el resto las tienen o normales o solo un poquito avanzadas. Eso indica que la tendencia nacía justo en ese momento. Sin embargo, el adelgazamiento de la rueda delantera y el engrosamiento de la trasera ya se aprecia en la mayoría. También ausencia de suspensiones traseras, respaldos extralargos, asiento muy bajo, aligeramiento generalizado, manillares altos en V o rectos, depósitos muy pequeños, etc. Esas circulaciones en fila india, que se repiten muchas veces a lo largo de la película, dan mucha información sobre los sucesivos estados de evolución de las motos “forajidas” hacia las inminentes “chopper”. Como curiosidad, señalar que algunas de las motos llevan ruedas de tacos, y es que de vez en cuando, y esto es algo que se ve en esta y otras películas, los moteros se internan por carreteras o pistas sin asfaltar.
Un ejemplo de una de las motos de la película restaurada actualmente. Bastaría una horquilla más larga y la supresión del freno delantero para convertirla en una "chopper" de los setenta. (Imagen: journalrisserapp.com).
“The Girl on a Motorcycle” (“La Motocyclette”). 1968. Director: Jack Cardiff. Reparto: Marianne Faithfull y Alain Delon. Francia-GB.
La fecha de esta película es importante, ya que es temprana y previa a la del siguiente gran hito de las películas de motos. Sin embargo, es poco conocida porque es un caso típico de mal envejecimiento, y que, bajo mi punto de vista, tampoco se trató de una buena película de partida. Pese a ello (o quizás por no acertar con el equilibrio integrador de tantas pretensiones) la obra tiene el derecho a ser catalogada con varios caracteres simultáneamente. Es una “road movie”, aunque un constante saltar en el tiempo a veces haga que lo olvidemos. Pero una “road movie” húmeda, fría y oscura, diferente a las soleadas y de amplios horizontes. Es europea, algo que se aprecia en muchos aspectos. Interpretada por actores europeos. Ambientada en paisajes exteriores multinacionales europeos. Y se trata de una coproducción anglo-francesa. Otra de sus características es que busca mostrar ambientes de moda de la época, como una estación de esquí como muestra de ocio y expansión liberal. Además de todo lo anterior, queda claramente catalogada como un ejemplar erótico que incluía ¡antes de los setenta! algunos pseudo desnudos (fue la primera película en recibir la clasificación X en ellos EEUU). Por último (y quizás me esté dejando algunos otros rasgos catalogables), es una evidente muestra de incorporación de la psicodélica al cine, algo que empezaba precisamente entonces. El hecho de que se basara en la novela de un autor considerado como surrealista (“La motocyclette”, 1966, de André Pieyre de Mandiargues) bien pudo servir de disculpa para incorporar este último rasgo estilístico.
Pero aparte de todo lo anterior, la característica que la hace estar aquí es que es, definitivamente, una película de motos. Incluye muchas escenas de moto. Bastantes buenas tomas con encuadre desde fuera, aunque algunas de ellas pecan de aceleración artificial de la imagen. Otras son obsoletos encuadres a bordo, que proceden de tomas estáticas sobre fondos proyectados, o de rodajes en los que la actriz iba montada en la moto, y ésta era remolcada sobre una plataforma por la carretera. A todo ello se añade un paquete de imágenes de la época, grabadas en competiciones reales de motocross, velocidad en circuito e incluso trial. Un breve metraje que ahora sirve de documental motociclista y, en su día, reforzaba ese espíritu aventurero y de sensaciones fuertes que el filme recalcaba con las escenas de esquí y moto.
La trama es muy simple. Una chica se enamora (sobre todo sexualmente) de un apuesto y sofisticado amante que cree en del amor libre (un concepto muy en boga en aquella época), realiza un viaje en moto para encontrarse con él, desde su casa en Francia hasta Heidelberg. Durante el viaje, reproduce recuerdos de su romance, de su joven y reciente marido al que no desea, e incluso experimenta muchas ensoñaciones eróticas de marcado estilo psicodélico. Hay muchísima voz en “off” durante el largometraje, así como combinaciones de diálogos a tiempo real con otros en sonoridad recordada.
Volviendo al tema del cuero con el que casi concluimos el filme anterior, en esta película es muy importante porque la chica, plenamente desnuda, se enfunda, directamente, un mono ajustado de cuero negro con cremallera frontal. El conjunto, añadido a su moto, pretende ser el símbolo, el objeto integrado y la presencia permanente, de la fuerza sexual y erótica del filme. Si las escenas de esquí seguramente buscan situar al espectador en una honda de modernidad lúdica, activa y de tendencia novedosa, asociando sofisticación deportiva con velocidad, atuendos contemporáneos, etc. El mono de cuero, la desnudez sabida de la protagonista y su potente motocicleta de asiento único, quieren ir más allá, en el sentido de todo lo anterior, pero añadiendo mayor individualismo y un enfoque más atrevido y trasgresor. Algo a lo que el hecho de traspasar fronteras (en una Europa con ellas operativas entonces) ayuda a subrayar.
Para la protagonista, la moto aporta una total liberación y un placer comparable a su libertad sexual. El toque anticuado (desde una perspectiva actual) es que ha sido él, su amante, quién la ha iniciado en ambos universos: en el de las relaciones fuera de su pareja habitual, y en el de la conducción de motocicletas potentes. Rebecca Solnit ahora lo acusaría de macho condescendiente.
Él tiene una moto europea deportiva. Una Norton de dos cilindros. Ella una flamante Harley Davidson Electra Glide “de fábrica”, regalo de él, pero sin los típicos complementos policiales y sin parabrisas. La moto es francamente bonita y aparece siempre flamante. La atractiva (y seguramente inalcanzable y ensoñadora para la mayoría del público de la época) figura femenina pilotando la máquina con su buzo puesto, se complementa con una especie de casco (que no parece sino un gorro aerodinámico) de diseño rabiosamente moderno, al que se le integra una pantalla transparente para los ojos. Un objeto que no desentonaría nada en cualquier película de la serie de James Bond de fechas similares.
Alain Delon es un actor que durante gran parte de su carrera (y entonces) podríamos encasillarlo como de galán y sex-symbol europeo. Ella, Marianne Faithfull, desarrolló carrera como cantante y actriz, viviendo su momento de mayor esplendor siendo novia de Mick Jagger. Podemos considerarla, sin duda, como una clara representante de las nuevas tendencias musicales, culturales, etc. De la juventud occidental de entonces, pese a que la película no entronca en absoluto con todo lo que hemos comentado en las anteriores. La música, por ejemplo, es mucho más propia de géneros de acción, incluso ciencia-ficción, que nada tienen que ver con bandas sonoras “rockeras”. Además, nos encontramos ante un tratamiento europeo de las motos, que se mantienen de serie, con posiciones de conducción habituales, disfrute individual, etc. Incluso en eso, se trata de un ejemplo muy poco convencional, teniendo en cuenta el protagonismo femenino imperante en la acción y en la trama. Faithfull sufrió un importante bache vital tiempo después, causado por varios posibles desencadenantes, siendo su adicción a las drogas uno de ellos, y llegando a quedarse hasta sin techo. Afortunadamente logró recuperarse y salir adelante. La película, no muy recomendable, al menos nos da un respiro con respecto a la monotemática prevalencia del género norteamericano de bandas y cowboys sobre ruedas.
Próximamente más…
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