Durante unos días de la primera
quincena de julio anduve viajando por el País de los Cátaros en moto
(grande, no scooter). Entré por Foix, visitando su castillo. Lo crucé hacia el
este a través del fondo de un valle desde el que se distinguían algunas de las
ruinas de pequeñas fortificaciones cátaras, empeñadas en conquistar las cumbres
más inaccesibles de los alrededores. Y regresé al País descendiendo
desde el Pirineo catalán, y serpenteando a través de profundas gargantas, para
alcanzar Montsegur, último enclave histórico de aquel herético movimiento de
los Hombres Buenos.
Menos de una semana más tarde,
anduve enfrascado en una exploración cultural, histórica, paisajista y vinícola
por la Toscana y Umbría. A los mandos de un Panda, visité encantadores pueblos
e impactantes ciudades, seguí los pasos de algunas de las más célebres obras de
Piero de la Francesca y degusté caldos de uvas sangiovese, syrah, etc. Y de denominaciones
Chianti Classic, Nobile di Pontepulciano, Cortona, etc. Pero, en lo que se
refiere a cuestiones de peregrinación (de origen religioso), he de resaltar un
par de visitas. La del antiguo, modesto, discreto, primitivo y encantador
monasterio franciscano de Monte Casale, que forma parte de la ruta de
peregrinación hacia Asís y es toda una muestra arquitectónica del primitivo y
austero esquema original de la orden. Y también me dio tiempo de conocer Asís,
localidad en permanente proceso de restauración, cuya aparición frontal de
ladera impacta al visitante que se acerca desde la llanura. Allí recorrí su
doble basílica. La inferior, incluida la cripta en la que reposan los restos de
San Francisco, y la superior, cuyos techos policromados con frescos de Giotto
(entre otros artistas) dejan perplejo al visitante.
Ninguno de los aspectos
religiosos o de peregrinaje habían estado del todo previstos en estas citadas
correrías. Ambos fueron encuentros, o complementos colaterales, surgidos dentro
de sendos viajes motivados por, y preferentemente dedicados a, otros asuntos.
Sin embargo, por eso los he mencionado, casi parecen haberse sucedido en una
suerte de Camino espacio-temporal, empeñado en hacerme viajar por
periodos y causas de peregrinaje diferentes, cuya integración arroja un saldo
rico e interesante a poco que el viajero indague y se empeñe en establecer
vínculos. Por ejemplo, entre las obras de Piero de la Francesca visitadas, pude
plantarme en el coro (Cappella Maggiore) de la Basílica de San Francisco
en Arezzo para contemplar, nunca mejor dicho, la imponente colección de frescos
que allí dejó el artista de Sansepolcro. Se trata de una de sus obras maestras.
Ocupa, completamente, tres paredes del espacio, sumando diez cuadros
pictóricos de diferentes tamaños. Hablar de ello supone perder el tiempo por
varios motivos. El principal, porque lo que hay que hacer es disfrutarlo con la
vista. Y uno secundario, porque puestos a comentarlo, ya lo hizo el prestigioso
crítico de arte Roberto Longhi, sin ahorrarse erudición, prosa y empeño, en su
libro Piero de la Francesca. Pero el ejemplo (esta obra) aparece aquí
porque toda ella está dedicada a la Leyenda de la Vera Cruz. Se trata de
un relato sobre la recuperación de la cruz de Cristo por parte Santa Elena y
Constantino. La leyenda se refiere a tiempos remotos, en los que el objeto de
culto, la cruz, aparece íntegra. La posterior justificación del jubileo
lebaniego se apoya en el Lignum Crucis, considerado el pedazo más grande
existente de aquella Vera Cruz. Otra vinculación establecida.
Valga todo ello como preludio de
la crónica de una Vespada cuyo tema era la conexión de dos
peregrinaciones cercanas e históricamente relacionadas: la del Camino Lebaniego
(en pleno año jubilar) y la del Camino de Santiago Francés. Aunque
inicialmente el objetivo había sido enlazar ambos Caminos para acabar
alcanzando Santiago (y Finisterre), las opciones de transporte de retorno
existentes para nuestras Vespas nos obligaron a tener que cambiar de plan. Así
que, en vez de peregrinar hacia un destino final, viajaríamos por los Caminos. Ida
hasta el destino del primero en Santo Toribio, conexión posterior entre ambos,
y viaje en sentido contrario durante algunas leguas del Francés. Todo
ello con la reciente novela de Peridis en el equipaje (El Cantar de Liébana).
Cuánto más ambicioso diseño un
plan de viaje, menos gente se apunta. Es lógico, lo achaco a las ocupaciones que
hoy en día atenazan a las personas y, en cierta medida, a una especie de
aprensión que algunas sufren cuando el proyecto cobra cierta envergadura. Así
que en esta ocasión viajamos únicamente dos personas M y yo, cada cual con una
Vespa.
Etapa 1: Galizano – St.
Toribio de Liébana (143 km).
Hacía un día estupendo, típica
jornada veraniega que la mayoría de la gente considera como de playa.
Rodamos tranquilos por la carretera de la costa hasta Astillero, y desde allí,
por Guarnizo, hasta Sierrapando y Torrelavega. Es una ruta muy segura porque es
lenta para todos, a causa de los constantes límites de velocidad. A pesar de
viajar lentos, tardamos poco porque cuando el grupo es numeroso, siempre hay
gente que se despista y se pierde en algún cruce o rotonda. Atravesamos
Torrelavega por Cuatro Caminos, y tuvimos que callejear algo más de la cuenta a
causa de una calle en obras. Desde allí, por Puente San Miguel, hasta el alto
de Quijas, donde hicimos una primera parada. Un bar agradable y tranquilo, pero
una impresión algo triste. Lo que antes era una explanada, ahora se ha visto
reducida por una gran rotonda, con unas aceras demasiado llamativas que han mermado
mucho el espacio antiguamente existente. La Torruca, un bar y restaurante que
antes me encantaba y al que fui mucho hace décadas, estaba cerrado a cal y
canto. Ignoro si por cierre temporal o definitivo, aunque tenía pinta que lo
segundo.
Tras un refresco, continuamos
hasta Cabezón de la Sal, la carretera tenía poco tráfico y rodamos a gusto. A
partir de allí, optamos por una ruta que fue una clásica en mis correrías
juveniles cada vez que en la pandilla disponíamos de algún coche prestado y nos
íbamos de excursión de playas y pueblos. Tiramos hacia Comillas por la
carretera del Monte Corona. Había mucha gente en el primer tramo, supongo que,
visitando las secuoyas, y cierta congestión de coches en la villa marinera.
Aparcamos fácilmente las motos y nos dimos un paseo corto por la plaza, además
de descansar en un banco recordando tiempos pasados de ambos.
La ruta desde Comillas hasta San
Vicente de la Barquera por la marisma de La Rabia y la playa de Oyambre sigue
siendo preciosa, pero hay detalles han convertido su recuerdo en una
experiencia irrecuperable. Estaba atestado de gente en las playas, inmediaciones
de las mismas y circulando por todo el tramo. Y gente implica coches,
furgonetas y autocaravanas; griterío y jaleo; artefactos veraniegos de todo
tipo; y… sobrecarga hostelera. A lo largo de la costa de Oyambre y Gerra, gran
parte de los prados con vistas en los que anteriormente pastaban las vacas
(algunas quedan), se han convertido en aparcamientos bien cargados de vehículos,
y, cada dos por tres, aparece algún tipo de chiringuito, alojamiento o lo que
sea, la mayoría de ellos con el ya cargante tema del surf como reclamo de
masas. Mi lamento no es vehemente, todo esto es fruto de los tiempos que
vivimos, y no seré yo quién le intente poner freno a una tendencia que no
parece tenerlo. Como hace mucho que no voy por allí, no me toca sufrirlo y a
cambio, soy de los pocos que pueden disfrutar del recuerdo de algo que fue
completamente diferente y mucho más auténtico.
San Vicente también tenía jaleo,
pero eso ha sido así desde hace décadas, y en el caso urbano afecta menos.
Encontramos buena sombra en la plaza-parque y nos sentamos a tomar nuestros
bocadillos. De postre un helado y a continuación nos sentamos en la terraza motera
por excelencia a tomar un café. Todo iba viento en popa en aquella primera y
prometedora etapa.
Aprovechamos el horario de
sobremesa para recorrer los tramos en los que más nos preocupaba un potencial
exceso de tráfico nerviosamente rápido. Y acertamos, porque pasamos por Unquera
y Panes sin apenas circulación a lo largo del trayecto. Tampoco mucha por el
Desfiladero de la Hermida, que estaba hermosísimo y del que disfrutamos con
plenitud de sensaciones. Llegados a Potes, localizado nuestro alojamiento, y a
la espera de la hora de apertura, decidimos adelantar tareas y subimos hasta
Santo Toribio para completar nuestra fugaz peregrinación, consolidar el
jubileo y conseguir la indulgencia plenaria. Fue un acierto porque, avanzada la
tarde, apenas había gente por allí. Aparcamos, seguimos las instrucciones
religiosas, atravesamos la Puerta del Perdón y llegamos a mitad de las
explicaciones culturales sobre el Lignum Crucis, que ya conocemos de hace tiempo.
Finalizada la charla, contemplamos la reliquia y salimos por el claustro.
La velada en Potes fue estupenda.
Nos instalamos en pleno casco antiguo del centro de la localidad. Tomamos una
caña en un agradable bar local al que siempre acude gente local y montañera.
Conseguimos mesa en mi restaurante favorito, donde cenamos de maravilla y nos
despachamos un vino tinto local que nos encantó. E incluso, de regreso a la
habitación, me encontré con una conocida de allí a la que apenas veo una vez al
año. Justo antes de acostarnos, en una coqueta placita contigua a nuestro
alojamiento, nos sentamos a charlar un rato a la fresca.
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A la altura de Oyambre.
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Carretera de la costa.
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San Vicente de la Barquera.
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Ante la Puerta del Perdón.
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En Santo Toribio de Liébana.
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Etapa 2: Potes – Palencia (175km).
La Vespada ya era tal, una vez
completado el primer objetivo: peregrinación Jubilar. Ahora tocaba acometer el
segundo, un plan que nos había surgido casi de repente, apenas dos días antes
de ponernos en marcha: asistir a una fiesta en Palencia. Como había que llegar
allí para la comida, cumplimos el trayecto con las mínimas paradas paisajísticas
y de repostaje posibles. El día volvía a ser brillante, aunque agradablemente
fresco al salir y durante toda la ascensión del puerto de San Glorio.
Prácticamente nadie por la carretera y, de lo poco que encontramos, la mayoría
eran ciclistas. Las carreteras de montaña, cuanto más estrechas y reviradas,
más divertidas resultan para recorrerlas en Vespa (en nuestro caso, ambas, de
125 cm3). Me divertí mucho y la gocé con las trazadas y el juego de
marchas que, en el caso de una dos tiempos, requiere especial atención.
Parada fugaz en el mirador y en la cumbre. No lo puedo asegurar, pero estoy
convencido que ese es el techo de altitud que nuestras Vespas han
alcanzado jamás (hasta ahora…).
Ya en tierras leonesas, el puerto
estaba precioso. Una luz matinal maravillosa que resaltaba todos los detalles
de la montaña leonesa y palentina. En Boca de Huérgano nos desviamos hacia el
este por una entretenida y preciosa ruta solitaria que incluye un par de
puertos menores. Aquello nos llevó a Velilla del río Carrión e, inmediatamente,
a Guardo. Todo ello zona de gratos y múltiples recuerdos. Estos sí, de los que
el paso del tiempo no consigue contaminar ni apenas transformar.
De Guardo hasta Saldaña (y más
allá) el viaje se convierte en una recta castellana de decenas de kilómetros de
longitud, con las Vespas rodando a lo que dan, y con una evidente
transformación del paisaje en la que el cereal, los girasoles, algunos cerros y
las sobredimensionadas iglesias acaparan el protagonismo. Creo que era la
primera vez que me alegraba de la existencia de los controles de velocidad de
tramo, ya que estos aproximan las gamas de velocidades de las Vespas con las
del resto del tráfico más potente el cual, por cierto, era escaso.
La recta continuó hasta Palencia
a la cual entramos por el norte y recorrimos por el oeste, para tomar una
carretera hacia el suroeste, zona de casas de campo y segundas residencias de
la ciudad. Estábamos invitados a la fiesta de una Pombo ¿la influencer?
¡no, por favor! Una anterior, mucho más auténtica, divertida, culta y, sobre
todo, discreta. Se celebraba en una finca suya con piscina, amplio jardín y una
vivienda levantada ya en los años cincuenta del siglo pasado. Eso significa que
el jardín actualmente se encuentra en esplendor de crecimiento, y su variedad
de árboles, arbustos y plantas garantizan frescura y sombra durante todo el
verano. Nuestra simpática amiga lo define como un jardín provenzal en mitad
de Castilla, y como he estado en la Provenza, puedo asegurar que no le
falta razón. Causamos cierta sensación entre los invitados al aparecer en Vespa
desde Potes. Los más sanamente envidiosos nos preguntaron por la ruta ¿Piedrasluengas
o San Glorio? Un señor nos comentó que su sobrino dirige el club de Vespas de
Palencia, organizando una concentración anual, y atesorando un montón de
unidades (entre las que funcionan y las que todavía no), y que él mismo (aquel tranquilo
y conversador caballero) tiene dos bastante antiguas. La fiesta fue una
equilibrada combinación de campechanería y clase. Nos bañamos en la piscina,
comimos fenomenal en una larga mesa al aire libre, bebimos unos vinos
estupendos y disfrutamos de música de cuerda durante la comida y la sobremesa. Había
allí gente querida y otra por conocer. Bodegueros de Ribera del Duero, la secretaria
de quien fuera uno de los literatos más reconocidos del siglo XX en España, algunos
exdeportistas internacionales, etc. Dicho así, el evento podría sonar a imprescindible
del postureo, para nosotros, nada que ver, una fiesta entrañable, divertida,
sana y anónima. Hicimos muy bien en acudir. Tal es así que, cuando nos quisimos
dar cuenta, ya era bastante tarde y decidimos partir hacia Palencia para alojarnos
en el hotel. Apenas dimos un paseíto y cenamos una ligerísima ensalada, dando
por concluida la jornada.
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Mirador en San Glorio.
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Probable récord de altitud para nuestras Vespas.
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Por la provincia de León.
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Amenizando la fiesta.
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Etapa 3: Palencia –
Castrojériz (92km).
Tercera jornada y tercer objetivo
conceptual, ese día nos tocaba centrarnos en el Camino de Santiago Francés,
pero hacerlo en sentido contrario a los peregrinos, es decir, de regreso. En
vez de recorrerlo por el camino más corto, optamos por dar cierto rodeo.
Salimos de Palencia siguiendo el Canal de Castilla en dirección de Becerril de
Campos. Desde allí, nos dirigimos a Paredes de Nava, donde hicimos la primera parada
del día. El pueblo tiene mucho que ver, especialmente en lo que se refiere a
templos. Es más grande de lo que parece y, entre su laberinto de callejuelas, surgen,
de vez en cuando, vistosas y animadas plazas en las que se desarrolla la vida
social. Nuestra parada fue breve, sin tiempo para visitas culturales, pero sí
para un paseo agradable. Así pudimos enterarnos de que entre sus hijos más
ilustres (además de Jorge Manrique) figura el pintor Pedro Berruguete. Su citación
se hace aquí imprescindible porque resulta que fue en Urbino (la Toscana) donde
encontramos algunos de sus cuadros y nos enteramos de que estuvo contratado durante
cierto periodo por el Duque de Urbino. Aquel Duque es, probablemente, el
retrato más famoso de Piero de la Francesca, y sugiere Roberto Longhi que entre
Berruguete y de la Francesca, pudo haber cierta relación artística y puede que
hasta mutuas influencias durante un breve periodo de la madurez artística del
segundo. Cuando uno sale de casa… le pasan cosas… o se las encuentra.
Desde Paredes de Nava hasta Carrión
de los Condes encontramos dos tramos bien diferentes. Primero una carretera más
secundaria, estrecha y agradable para nuestro tipo de viaje, seguida de un
tramo de la rápida del día anterior. En Carrión volvimos a parar y nos
acercamos hasta una de sus plazas, que estaba muy animada porque era domingo y
la hora del aperitivo, y nos sentamos en un soportal a tomar un blanco y
disfrutar del ambiente. Al volver hacia las motos nos detuvimos a admirar el
maravilloso relieve del friso de la iglesia de Santiago que, por cierto, cobra algún
protagonismo en la novela de Peridis (al cual se desarrolla, en grandísima
medida, por buena parte del recorrido de nuestra Vespada). Carrión ha sido
objeto de visitas por mi parte en bastantes ocasiones. El claustro (y un buen
yantar) en San Zoilo los teníamos recientes, así que decidimos continuar.
Lo hicimos, afortunadamente, por
tramos secundarios, estrechos y sin circulación. Rectas de aspecto muy
castellano, coincidentes en su mayor parte con la pista de peregrinaje. En ella
las rectas se hacen interminables para los caminantes, que avanzan lentamente
bajo un implacable sol de justicia. Su visión resulta, en algunos de aquellos
tramos, cualquier cosa menos apetecible. Nosotros íbamos sin prisa, así que las
paradas se sucedieron. La siguiente fue en Villalcázar de Sirga, para, como mínimo,
volver a echar un vistazo exterior a su magnífica iglesia. Y, desde allí, hasta
Frómista, donde, cuando más castigaba el calor, refugiarnos a comer en el
restaurante en el que siempre suelo hacerlo cuando paso por allí (que ha sido
muchas veces). Tuvimos suerte porque, a pesar del jaleo reinante, encontramos
mesa y buena temperatura ambiente.
De nuevo con los manillares en
las manos, la carretera secundaria se hizo más discreta, olvidada y sugerente
todavía. Casi fue entrar en Burgos y empezar a notar que el terreno empezaba a
levantarse ligeramente, sugiriendo cada vez mayor cantidad de lomas y cerros, y
cada vez de mayor altura. Y así, disfrutando de una conducción de tarde,
libertad y aire libre mesetario, con amplios paisajes de road movie,
llegamos hasta Castrojeriz.
Nos alojamos en un acogedor
establecimiento que era bar, restaurante, hotelito rural y albergue de
peregrinos. Estaba en la calle principal de aquel pueblo longitudinal de ladera,
resultó además muy limpio y nos trataron estupendamente. El resto de la tarde
la ocupamos paseando, e incluso nos dio tiempo de visitar la iglesia-museo de San
Juan y su coqueto y magnífico claustro. Cenamos muy pronto, frente a una
ventana abierta de par en par con vistas a una hilera de cerros iluminados por
la luz dorada del atardecer ¡irrepetible! Después nos dimos otro paseo hasta la
plaza-terraza del Fuero y, descalzos, sentados en un banco de piedra, dejamos que
el día muriera dando brillo y color al paisaje mediante la lenta puesta del sol.
Las calles, que por la tarde habían estado semidesiertas, despertaban ahora con
afluencia de peregrinos ya duchados, recuperados y finalizadas sus tareas de
reparación corporal y colada de ropajes. Conversaciones multilingües en un
cálido anochecer castellano, mientras vencejos y golondrinas se hartaban de
trazar picados y bucles a la caza de su alimento.
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Paredes de Nava.
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Paredes de Nava
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Santiago en Carrión de los Condes.
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Villalcázar de Sirga.
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En mitad de la ruta.
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Claustro de San Juan en Castrojeriz.
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Órgano de la San Juan.
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Cae el día en Castrojeriz.
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Etapa 4: Castrojeriz –
Pesquera (125km).
¿Tema del día? Sí, también lo
había: tomar las de Villadiego. En sentido literal y figurado. Figurado
porque desde el minuto uno abandonábamos el Camino de Santiago y su popularidad,
para regresar a tierras solitarias o apartadas. Y literal porque para ello
trazamos ruta hacia Villasandino, Sasamón y Villadiego. Ruta muy apartada y
tranquila en la que disfrutamos mucho. La estricta llanura había quedado atrás
y ahora había que alternar modestas subidas y bajadas sugeridas por una
orografía, poco a poco, más caprichosa. En Villadiego había mercado, pero no lo
recorrimos, tomamos una maravillosa carreterilla hacia el norte, en dirección a
Ordejón y Humada. La ruta merece mucho la pena y la recomiendo especialmente
para ciclistas turistas (no confundir con cicloturistas que ejercen de
ciclistas de competición frustrados). La carretera es estrecha, lenta y
solitaria y, al cabo de unos kilómetros, se adentra y atraviesa un paraje que
es Patrimonio geográfico de la Unesco: el Parque Natural de las Loras. Ya desde
muy pronto, al frente y por la izquierda, se contempla la elegante presencia de
la mítica Peña Amaya. Mítica para la historia de Cantabria, a pesar de
actualmente ese territorio sea burgalés. Es una alargada montaña de falda algo
tendida que, después se vuelve rocosa y escarpada, antes de verse coronada en
forma de larga y amplia meseta. A medida que nos acercábamos a ella, la
carretera serpenteaba cada vez más entre las loras del terreno, buscando por
donde superar aquel discreto laberinto de farallones, hasta conseguir
atravesarlos y empezar a descender por el otro lado de tal barrera natural. Muy
bonito, entre los mejores tramos de ruta de la Vespada.
Llegados Fuencaliente de Lucio,
tuvimos que incorporarnos a la carretera nacional procedente Burgos. Al
principio bien porque esa parte dispone ya de autovía paralela, aunque al final
nos quedaron unos pocos kilómetros con algo de circulación rápida. Pero
enseguida llegamos a las múltiples rotondas previas a Aguilar de Campo y a su
centro. Paramos en la plaza a tomarnos un café, el sol, un día más (es decir,
todos) lucía con ganas e intensidad.
Salimos de Aguilar en dirección a
Barruelo, pero en Nestar nos desviamos hacia Cordovilla y Olea. Superamos el
modesto puerto del Bardal y descendimos hasta Reinosa, donde paramos a hacer la
compra para la comida. Y es que llegamos a nuestra casita de Pesquera a la hora
de comer. Hacía tan bueno que tomamos el aperitivo a la puerta de casa y,
después de la comida propiamente dicha, pasamos parte de la tarde leyendo en el
jardín. Horas después hubo paseo rural, visita al bar, encuentro con
familiares y cena en el mesón.
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Parque Natural de Las Loras.
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Peña Amaya.
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En Aguilar de Campoo.
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Etapa 5: Pesquera – Gallizano (90km).
Amaneció despejado, desayunamos a
gusto y con calma, repasamos un poco la casa y nos pusimos en marcha. Sugerente
descenso por las Hoces del Besaya hasta Las Fraguas. Desde allí, dirección este
para cambiar de valle, ascendiendo y descendiendo hasta Castillo Pedroso, y un
poco más, hasta la carretera de Burgos. Apenas la utilizamos porque, un año
más, a la altura de Borleña, nos infiltramos por otra más interior y pronto
cambiamos nuevamente de valle hasta Santibáñez. Desde allí, regreso empalmando
ruta bien conocida hasta Solares y nuestra casa. A la cual llegamos a la hora
de comer.
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Saltando de un valle a otro.
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La 3ª Vespada ha sido un nuevo
éxito. Significativamente más ambiciosa que la anterior, ha transcurrido por cinco
provincias (Cantabria, Asturias, León, Palencia y Burgos) y completado unos
620km. Mi Vespa Cosa, algo veterana, ha vuelto a poder con ello sin problemas
de fuerza. Este año, como novedad, ha perdido un tornillo de sujeción de una
carcasa de plástico que cubre su motor, haciendo que la carcasa bailara un poco
y, en alguna ocasión, sacara la pipa de la bujía de su sitio. Lo hizo por
primera vez en Paredes de Nava, y nos llevó un rato dar con la causa de que no
arrancara. Descubierto, el resto de las veces ya sabíamos la razón y el remedio.
Por lo demás, la moto sigue ahí, cubriendo las etapas y dando servicio.
Pasadas tres ediciones, tengo
claro que esta actividad ha venido para quedarse. Independientemente de que
cuaje o no entre nuestros amigos, nosotros vamos a seguir con ella
puntualmente, cambiando de recorridos y destinos, que ideas no nos faltan y ya
andamos pergeñando algún que otro sorprendente planazo.