viernes, 5 de enero de 2024

JOHN IRVING FUE MOTERO

Recientemente tuve ocasión de viajar a y por Nueva Inglaterra. Una semana en Boston y otra conduciendo (en coche) y visitando parques naturales de los estados de Maine, New Hampshire y Massachusetts. Un deseo largamente anhelado que se hizo realidad, y que cumplió sobradamente con mis expectativas. Siempre viajo con libros y, desde hace años, cuando el viaje que emprendo alcanza cierta significatividad (duración, importancia, interés…) procuro que el contenido de las lecturas, su temática o autoría, estén relacionados con el entorno visitado. En esta ocasión acerté con la selección, pero, además, añadí una novela para los largos vuelos de ida y vuelta. Una de John Irving, la primera que publicó: Libertad para los osos (1968), la cual, si bien no se desarrolla en Nueva Inglaterra, algo que sí ocurre en la mayoría de las que ha escrito, es fruto suyo, es decir, de un autor nacido y residente allí (New Hampshire y Vermont, respectivamente).

No voy a descubrir quién es John Irving como escritor, ni las características principales de su particular y personalísimo estilo, lo que pretendo, en este y otro texto que ubicaré posteriormente en otro de mis blogs, es subrayar un par de temas bastante recurrentes a lo largo de su obra, que tienen que ver con dos de mis principales aficiones: las motos y el esquí alpino. Aquí, lógicamente, abordaré el de las motos. Más adelante, en metiendocantos.blogspot, intentaré escribir sobre la relación del autor con el esquí. En todo caso, Irving desarrolla tramas bastante singulares, ocasionalmente disparatadas, protagonizadas por personajes muy complejos, en el sentido de mostrar comportamientos poco convencionales. Críticos literarios, e incluso él mismo, afirman que ello se debe a su propia biografía. A su vivencia familiar y escolar, y al haber sufrido abusos sexuales por parte de una mujer madura en su infancia. Pero es que, además de eso, Irving reconoce nutrirse mucho de escenarios, ambientes, geografías, personajes y actividades que conoce bien por haberlas vivido directamente, por haber formado parte de su historia de vida. Y ahí es donde aparecen las motos.

Irving fue motero hasta que se convirtió en padre. Por lo visto, al ser conocedor del primer embarazo del que fue responsable, sentenció algo así como que las motos no eran cosa de padres. En aquella época, hasta aquel momento, solía salir en moto con un buen amigo. He intentado indagar infructuosamente qué máquina o máquinas conducía entonces o anteriormente. Ni los buscadores ni la IA han sido capaces de ayudarme. Lo que sí es bien conocido es que el escritor, en su juventud, pasó dos años viviendo en Viena, estudiando en su universidad, y que empleó parte importante de su tiempo viajando en moto con un amigo por Europa. Por eso, en algunas de sus novelas, territorios europeos, y muy especialmente Austria ¡y Viena! Se erigen en escenarios de parte del relato. Es lo que sucede en la que he mencionado antes y sobre la que enseguida volveré. Probablemente su novela más motera.

Francamente, tengo que reconocer haber leído únicamente cuatro novelas suyas, aunque otra está en camino. Pero da la casualidad de que es en algunas de ellas en las que las motocicletas están más presentes. Sé que mis pesquisas son insuficientes. Lo sé porque la respuesta del recientemente popular software de IA ha omitido dar cuenta de la de los osos, siendo la más destacable desde el punto de vista motero. Pese a ello, el alabado sistema me dio algunas pistas que pensaba recoger aquí referidas a sus novelas. Sin embargo, la respuesta de la IA fue errónea ¡muy errónea! Así que no hay que fiarse del siguiente párrafo.

El software afirmaba que, en Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra (The Cider House Rules, 1985) se menciona una Harley-Davidson que pertenece a uno de los personajes. Ignoro si se describe la máquina o si aparece en alguna de las situaciones incluidas en el texto. Esta novela se hizo especialmente famosa gracias a la película titulada Las normas de la casa de la sidra, de cuyo guion se hizo cargo el propio novelista. La vi hace muchos años. Recuerdo que me gustó bastante, pero he olvidado la mayor parte de los detalles y, desde luego, si la citada moto aparece o no en el largometraje.

Otra novela bien conocida de Irving es El Hotel New Hampshire (1981). Se sitúa geográficamente en Viena y en Nueva Inglaterra, y está preñada de personajes de lo más curioso, y de relaciones y comportamientos bastante fuera de las convenciones sociales. Fue la primera novela suya que leí y he de reconocer que, sin atreverme a recomendarla, porque imagino que el estilo y temáticas de Irving pudieran no ser del agrado del gran público, me gustó mucho. Con ella es con la que más se le fue la mano al chat GPT, afirmando que eran varias las motocicletas que aparecían, nombradas y/o en acción. Identificaba hasta cuatro modelos determinados, concreción que pudiera resultar irrelevante para la mayoría de los lectores, pero que no lo sería en absoluto para los que tenemos afición a las motos (ni seguramente lo fuera para el autor), y los asociaba directamente con algunos de los personajes. ¡Todo falso! un aparente cruce de cables del chat. A mí me extrañó porque no recordaba ninguna de las mencionadas por este, y es que la única que aparece en el libro es una antigua Indian de 1937 con sidecar, que el software confunde con una HD. La moto cobra cierto protagonismo al principio de la novela, con algunas escenas un tanto estrambóticas.

Indian Chief. (Imagen: yesterdays.nl)

En la versión fílmica que se llegó a hacer basándose en esta novela, aparece una moto que utilizan tanto con sidecar como sin él. Tiene mucho que ver con un oso que se erige en personaje de cierta relevancia en el libro. La película, protagonizada por Jodie Foster, Beau Bridges, Rob Lowe y Nastassja Kinski, simplifica el complejo carácter de la trama, buscando cierto exceso de comicidad. En ella aparece una monocilíndrica antigua con la leyenda Davidson pintada en el depósito. Incluso en ese detalle resulta no hacerse merecedora de la categoría de la novela. En todo caso, el protagonismo real de esa moto fue más allá del rodaje.

Según William Brashler (Chicago Tribune, abril 1985): «Él [Irving] le dijo a Greg Miller y a un amigo cómo, tras haber recibido la motocicleta utilizada en la película “Hotel New Hampshire”, veía que sus críos corrían con ella haciendo el salvaje por los campos de Nueva Inglaterra. Eso lo puso tan nervioso que cogió la moto y, superando su audacia, la estrelló sin posibilidad de reparación. Lo cual era su idea». Conducta que no deja de parecer consecuente para alguien cuya condición de padre le había hecho abandonar una de sus grandes aficiones.

Fotograma de la película aludida. (Imagen: 70srichard.wordpress).

Como las otras novelas de Irving que he leído, Libertad para los osos trata de muchas cosas a la vez. Todo se hila a través de una aventura iniciada por dos jóvenes viajando en moto por una Austria rural. Son dos chicos que arrastran consigo obsesiones y traumas no resueltos. Suficientes como para generar en ellos algunos comportamientos nada convencionales. Por una serie de circunstancias, ese viaje motociclista cambiará de protagonistas en la parte final de la narración. Entre ambos actos, primero y tercero, un diario nos lleva al pasado y, entre otras cosas, a través de una especie de historia de orígenes de vida, nos sumerge en algunos aspectos de la obligada anexión de Austria a la Alemania nazi, así como del complejo nudo político balcánico en los momentos previos y durante la II Guerra mundial. En los tres actos hay tres motos que asumen un papel muy importante y casi permanente. Vamos con ellas.

Una es una NSU militar con sidecar del ejército alemán. Dicho ejército se nutría de motocicletas de fabricación nacional. Además de las conocidas BMW, unidades de los fabricantes DKW, Zündapp y NSU también fueron incorporadas al parque móvil militar germano. Con o sin sidecar, según los casos. En el libro se menciona una escuadrilla de motos al mando de un auténtico amante de ellas. Alguien que está en ello por intereses mecánicos y no bélicos. Una de las unidades (conservando el sidecar) acaba separándose de las demás, protagonizando una aventura rodada con otra moto del mismo pelotón, pero bien diferente. Se trata de otra NSU, pero de origen civil. Una de tantas motocicletas requisadas por el ejército y adaptada, mal que bien, como moto de combate. Cuando se ve liberada de su sidecar y de la disciplina marcial, es aligerada al máximo, despojada de todo complemento guerrero y recupera su naturaleza de moto rápida y ligera. Y es que, aun tratándose igualmente de una NSU, era un modelo Grand Prix. En concreto, según la narración, una que había ganado el Gran Premio de Italia de 1930 antes de ser reclutada. Avanzado el relato, ambas motos se ven separadas, y la trama continúa a lomos de la más deportiva de las dos.

Motocicleta militar NSU con sidecar, del ejército alemán durante la II Guerra Mundial. Emplearon modelos de varias marcas por lo que no resulta sencillo encontrar muchas imágenes de NSU. (Imagen: lamaneta.com).

Modelo deportivo (de carreras) NSU: la Grand Prix. (Imagen: motocollection.org).

Además de las dos anteriores, durante la primera y tercera partes de la historia, es casi constante la presencia de otra moto, una Royal Enfield de 700 cm3 que parece corresponderse con una Interceptor de la época. Con ella pasan muchas cosas, por eso digo que, en conjunto, estamos ante una novela muy motera. Todas las motos aquí citadas entran en acción (incluso mucha acción) y, todas ellas, son protagonistas de algunos periplos de varios días, dignos de poder ser considerados como road movies, en este caso narrativas, por lo que quizás deberíamos denominarlas road readings (evitando un conflicto de nomenclatura con el término roadbook, que bien sabemos los aficionados al motor lo que este significa).

Royal Enfield Interceptor de la época. (Imagen: motos.espirituracer.com).

Royal Enfield, actualmente comercializa una Interceptor moderna de 650cc con un aire muy clásico y configurable en diferentes colores y aspecto. Aquí vemos una de ellas equipada con un conjunto de maletas estilo retro de otro fabricante. (Imagen: fc-moto.de).

En Hasta que te encuentre (Until I Find You), bien avanzada la novela, que es muy larga, surge un capítulo en el que una treintena aproximada de moteros norteamericanos viajan desde diferentes puntos de los EEUU hasta Toronto, para asistir al funeral de una afamada tatuadora amiga suya. Sabemos que les hace malo durante el viaje porque es en marzo, pero no hay escenas del viaje, únicamente de las motos aparcadas cerca de la iglesia de un colegio privado de chicas. El autor no se entretiene en describir el tipo y marcas de las motocicletas, aunque el lector imagina fácilmente que se trata de choppers y Harleys, pues el mundo del tatuaje es lo que reúne allí a todos sus propietarios. Sí que Irving se recrea en sus motes, descripciones y comportamientos, así como en el devenir del funeral, que se presta bien a que pueda recrear una de sus entretenidas e imaginativas situaciones corales. En realidad, poca cantidad de cilindros y manillares si tenemos en cuenta que el conjunto de la historia es muy extenso. El mundo de los tatuajes, el cine, Bob Dylan, complejas relaciones personales, la lucha, e incluso los órganos de las iglesias ocupan más que las motos. Y no digamos el sexo, que eso sí que empapa toda la novela.

Lo dicho, si se quiere leer algo de literatura amena e interesante, incluso reconocida internacionalmente, aunque disparatada, y además se tienen ganas o ilusión porque las motos jueguen un papel importante o significativo en ella, ahí están algunas de las novelas de John Irving. Especialmente la de los osos.

 

 

miércoles, 2 de agosto de 2023

"PEREGRINOS": CAMINO LEBANIEGO Y DE SANTIAGO (3ª Vespada)


Durante unos días de la primera quincena de julio anduve viajando por el País de los Cátaros en moto (grande, no scooter). Entré por Foix, visitando su castillo. Lo crucé hacia el este a través del fondo de un valle desde el que se distinguían algunas de las ruinas de pequeñas fortificaciones cátaras, empeñadas en conquistar las cumbres más inaccesibles de los alrededores. Y regresé al País descendiendo desde el Pirineo catalán, y serpenteando a través de profundas gargantas, para alcanzar Montsegur, último enclave histórico de aquel herético movimiento de los Hombres Buenos.

Menos de una semana más tarde, anduve enfrascado en una exploración cultural, histórica, paisajista y vinícola por la Toscana y Umbría. A los mandos de un Panda, visité encantadores pueblos e impactantes ciudades, seguí los pasos de algunas de las más célebres obras de Piero de la Francesca y degusté caldos de uvas sangiovese, syrah, etc. Y de denominaciones Chianti Classic, Nobile di Pontepulciano, Cortona, etc. Pero, en lo que se refiere a cuestiones de peregrinación (de origen religioso), he de resaltar un par de visitas. La del antiguo, modesto, discreto, primitivo y encantador monasterio franciscano de Monte Casale, que forma parte de la ruta de peregrinación hacia Asís y es toda una muestra arquitectónica del primitivo y austero esquema original de la orden. Y también me dio tiempo de conocer Asís, localidad en permanente proceso de restauración, cuya aparición frontal de ladera impacta al visitante que se acerca desde la llanura. Allí recorrí su doble basílica. La inferior, incluida la cripta en la que reposan los restos de San Francisco, y la superior, cuyos techos policromados con frescos de Giotto (entre otros artistas) dejan perplejo al visitante.

Ninguno de los aspectos religiosos o de peregrinaje habían estado del todo previstos en estas citadas correrías. Ambos fueron encuentros, o complementos colaterales, surgidos dentro de sendos viajes motivados por, y preferentemente dedicados a, otros asuntos. Sin embargo, por eso los he mencionado, casi parecen haberse sucedido en una suerte de Camino espacio-temporal, empeñado en hacerme viajar por periodos y causas de peregrinaje diferentes, cuya integración arroja un saldo rico e interesante a poco que el viajero indague y se empeñe en establecer vínculos. Por ejemplo, entre las obras de Piero de la Francesca visitadas, pude plantarme en el coro (Cappella Maggiore) de la Basílica de San Francisco en Arezzo para contemplar, nunca mejor dicho, la imponente colección de frescos que allí dejó el artista de Sansepolcro. Se trata de una de sus obras maestras. Ocupa, completamente, tres paredes del espacio, sumando diez cuadros pictóricos de diferentes tamaños. Hablar de ello supone perder el tiempo por varios motivos. El principal, porque lo que hay que hacer es disfrutarlo con la vista. Y uno secundario, porque puestos a comentarlo, ya lo hizo el prestigioso crítico de arte Roberto Longhi, sin ahorrarse erudición, prosa y empeño, en su libro Piero de la Francesca. Pero el ejemplo (esta obra) aparece aquí porque toda ella está dedicada a la Leyenda de la Vera Cruz. Se trata de un relato sobre la recuperación de la cruz de Cristo por parte Santa Elena y Constantino. La leyenda se refiere a tiempos remotos, en los que el objeto de culto, la cruz, aparece íntegra. La posterior justificación del jubileo lebaniego se apoya en el Lignum Crucis, considerado el pedazo más grande existente de aquella Vera Cruz. Otra vinculación establecida.

Valga todo ello como preludio de la crónica de una Vespada cuyo tema era la conexión de dos peregrinaciones cercanas e históricamente relacionadas: la del Camino Lebaniego (en pleno año jubilar) y la del Camino de Santiago Francés. Aunque inicialmente el objetivo había sido enlazar ambos Caminos para acabar alcanzando Santiago (y Finisterre), las opciones de transporte de retorno existentes para nuestras Vespas nos obligaron a tener que cambiar de plan. Así que, en vez de peregrinar hacia un destino final, viajaríamos por los Caminos. Ida hasta el destino del primero en Santo Toribio, conexión posterior entre ambos, y viaje en sentido contrario durante algunas leguas del Francés. Todo ello con la reciente novela de Peridis en el equipaje (El Cantar de Liébana).

Cuánto más ambicioso diseño un plan de viaje, menos gente se apunta. Es lógico, lo achaco a las ocupaciones que hoy en día atenazan a las personas y, en cierta medida, a una especie de aprensión que algunas sufren cuando el proyecto cobra cierta envergadura. Así que en esta ocasión viajamos únicamente dos personas M y yo, cada cual con una Vespa.

Etapa 1: Galizano – St. Toribio de Liébana (143 km).

Hacía un día estupendo, típica jornada veraniega que la mayoría de la gente considera como de playa. Rodamos tranquilos por la carretera de la costa hasta Astillero, y desde allí, por Guarnizo, hasta Sierrapando y Torrelavega. Es una ruta muy segura porque es lenta para todos, a causa de los constantes límites de velocidad. A pesar de viajar lentos, tardamos poco porque cuando el grupo es numeroso, siempre hay gente que se despista y se pierde en algún cruce o rotonda. Atravesamos Torrelavega por Cuatro Caminos, y tuvimos que callejear algo más de la cuenta a causa de una calle en obras. Desde allí, por Puente San Miguel, hasta el alto de Quijas, donde hicimos una primera parada. Un bar agradable y tranquilo, pero una impresión algo triste. Lo que antes era una explanada, ahora se ha visto reducida por una gran rotonda, con unas aceras demasiado llamativas que han mermado mucho el espacio antiguamente existente. La Torruca, un bar y restaurante que antes me encantaba y al que fui mucho hace décadas, estaba cerrado a cal y canto. Ignoro si por cierre temporal o definitivo, aunque tenía pinta que lo segundo.

Tras un refresco, continuamos hasta Cabezón de la Sal, la carretera tenía poco tráfico y rodamos a gusto. A partir de allí, optamos por una ruta que fue una clásica en mis correrías juveniles cada vez que en la pandilla disponíamos de algún coche prestado y nos íbamos de excursión de playas y pueblos. Tiramos hacia Comillas por la carretera del Monte Corona. Había mucha gente en el primer tramo, supongo que, visitando las secuoyas, y cierta congestión de coches en la villa marinera. Aparcamos fácilmente las motos y nos dimos un paseo corto por la plaza, además de descansar en un banco recordando tiempos pasados de ambos.

La ruta desde Comillas hasta San Vicente de la Barquera por la marisma de La Rabia y la playa de Oyambre sigue siendo preciosa, pero hay detalles han convertido su recuerdo en una experiencia irrecuperable. Estaba atestado de gente en las playas, inmediaciones de las mismas y circulando por todo el tramo. Y gente implica coches, furgonetas y autocaravanas; griterío y jaleo; artefactos veraniegos de todo tipo; y… sobrecarga hostelera. A lo largo de la costa de Oyambre y Gerra, gran parte de los prados con vistas en los que anteriormente pastaban las vacas (algunas quedan), se han convertido en aparcamientos bien cargados de vehículos, y, cada dos por tres, aparece algún tipo de chiringuito, alojamiento o lo que sea, la mayoría de ellos con el ya cargante tema del surf como reclamo de masas. Mi lamento no es vehemente, todo esto es fruto de los tiempos que vivimos, y no seré yo quién le intente poner freno a una tendencia que no parece tenerlo. Como hace mucho que no voy por allí, no me toca sufrirlo y a cambio, soy de los pocos que pueden disfrutar del recuerdo de algo que fue completamente diferente y mucho más auténtico.

San Vicente también tenía jaleo, pero eso ha sido así desde hace décadas, y en el caso urbano afecta menos. Encontramos buena sombra en la plaza-parque y nos sentamos a tomar nuestros bocadillos. De postre un helado y a continuación nos sentamos en la terraza motera por excelencia a tomar un café. Todo iba viento en popa en aquella primera y prometedora etapa.

Aprovechamos el horario de sobremesa para recorrer los tramos en los que más nos preocupaba un potencial exceso de tráfico nerviosamente rápido. Y acertamos, porque pasamos por Unquera y Panes sin apenas circulación a lo largo del trayecto. Tampoco mucha por el Desfiladero de la Hermida, que estaba hermosísimo y del que disfrutamos con plenitud de sensaciones. Llegados a Potes, localizado nuestro alojamiento, y a la espera de la hora de apertura, decidimos adelantar tareas y subimos hasta Santo Toribio para completar nuestra fugaz peregrinación, consolidar el jubileo y conseguir la indulgencia plenaria. Fue un acierto porque, avanzada la tarde, apenas había gente por allí. Aparcamos, seguimos las instrucciones religiosas, atravesamos la Puerta del Perdón y llegamos a mitad de las explicaciones culturales sobre el Lignum Crucis, que ya conocemos de hace tiempo. Finalizada la charla, contemplamos la reliquia y salimos por el claustro.

La velada en Potes fue estupenda. Nos instalamos en pleno casco antiguo del centro de la localidad. Tomamos una caña en un agradable bar local al que siempre acude gente local y montañera. Conseguimos mesa en mi restaurante favorito, donde cenamos de maravilla y nos despachamos un vino tinto local que nos encantó. E incluso, de regreso a la habitación, me encontré con una conocida de allí a la que apenas veo una vez al año. Justo antes de acostarnos, en una coqueta placita contigua a nuestro alojamiento, nos sentamos a charlar un rato a la fresca.

A la altura de Oyambre.

Carretera de la costa.


San Vicente de la Barquera.

 
Ante la Puerta del Perdón.

En Santo Toribio de Liébana.

Etapa 2: Potes – Palencia (175km).

La Vespada ya era tal, una vez completado el primer objetivo: peregrinación Jubilar. Ahora tocaba acometer el segundo, un plan que nos había surgido casi de repente, apenas dos días antes de ponernos en marcha: asistir a una fiesta en Palencia. Como había que llegar allí para la comida, cumplimos el trayecto con las mínimas paradas paisajísticas y de repostaje posibles. El día volvía a ser brillante, aunque agradablemente fresco al salir y durante toda la ascensión del puerto de San Glorio. Prácticamente nadie por la carretera y, de lo poco que encontramos, la mayoría eran ciclistas. Las carreteras de montaña, cuanto más estrechas y reviradas, más divertidas resultan para recorrerlas en Vespa (en nuestro caso, ambas, de 125 cm3). Me divertí mucho y la gocé con las trazadas y el juego de marchas que, en el caso de una dos tiempos, requiere especial atención. Parada fugaz en el mirador y en la cumbre. No lo puedo asegurar, pero estoy convencido que ese es el techo de altitud que nuestras Vespas han alcanzado jamás (hasta ahora…).

Ya en tierras leonesas, el puerto estaba precioso. Una luz matinal maravillosa que resaltaba todos los detalles de la montaña leonesa y palentina. En Boca de Huérgano nos desviamos hacia el este por una entretenida y preciosa ruta solitaria que incluye un par de puertos menores. Aquello nos llevó a Velilla del río Carrión e, inmediatamente, a Guardo. Todo ello zona de gratos y múltiples recuerdos. Estos sí, de los que el paso del tiempo no consigue contaminar ni apenas transformar.

De Guardo hasta Saldaña (y más allá) el viaje se convierte en una recta castellana de decenas de kilómetros de longitud, con las Vespas rodando a lo que dan, y con una evidente transformación del paisaje en la que el cereal, los girasoles, algunos cerros y las sobredimensionadas iglesias acaparan el protagonismo. Creo que era la primera vez que me alegraba de la existencia de los controles de velocidad de tramo, ya que estos aproximan las gamas de velocidades de las Vespas con las del resto del tráfico más potente el cual, por cierto, era escaso.

La recta continuó hasta Palencia a la cual entramos por el norte y recorrimos por el oeste, para tomar una carretera hacia el suroeste, zona de casas de campo y segundas residencias de la ciudad. Estábamos invitados a la fiesta de una Pombo ¿la influencer? ¡no, por favor! Una anterior, mucho más auténtica, divertida, culta y, sobre todo, discreta. Se celebraba en una finca suya con piscina, amplio jardín y una vivienda levantada ya en los años cincuenta del siglo pasado. Eso significa que el jardín actualmente se encuentra en esplendor de crecimiento, y su variedad de árboles, arbustos y plantas garantizan frescura y sombra durante todo el verano. Nuestra simpática amiga lo define como un jardín provenzal en mitad de Castilla, y como he estado en la Provenza, puedo asegurar que no le falta razón. Causamos cierta sensación entre los invitados al aparecer en Vespa desde Potes. Los más sanamente envidiosos nos preguntaron por la ruta ¿Piedrasluengas o San Glorio? Un señor nos comentó que su sobrino dirige el club de Vespas de Palencia, organizando una concentración anual, y atesorando un montón de unidades (entre las que funcionan y las que todavía no), y que él mismo (aquel tranquilo y conversador caballero) tiene dos bastante antiguas. La fiesta fue una equilibrada combinación de campechanería y clase. Nos bañamos en la piscina, comimos fenomenal en una larga mesa al aire libre, bebimos unos vinos estupendos y disfrutamos de música de cuerda durante la comida y la sobremesa. Había allí gente querida y otra por conocer. Bodegueros de Ribera del Duero, la secretaria de quien fuera uno de los literatos más reconocidos del siglo XX en España, algunos exdeportistas internacionales, etc. Dicho así, el evento podría sonar a imprescindible del postureo, para nosotros, nada que ver, una fiesta entrañable, divertida, sana y anónima. Hicimos muy bien en acudir. Tal es así que, cuando nos quisimos dar cuenta, ya era bastante tarde y decidimos partir hacia Palencia para alojarnos en el hotel. Apenas dimos un paseíto y cenamos una ligerísima ensalada, dando por concluida la jornada.


Mirador en San Glorio.

Probable récord de altitud para nuestras Vespas.

Por la provincia de León.

Amenizando la fiesta.

Etapa 3: Palencia – Castrojériz (92km).

Tercera jornada y tercer objetivo conceptual, ese día nos tocaba centrarnos en el Camino de Santiago Francés, pero hacerlo en sentido contrario a los peregrinos, es decir, de regreso. En vez de recorrerlo por el camino más corto, optamos por dar cierto rodeo. Salimos de Palencia siguiendo el Canal de Castilla en dirección de Becerril de Campos. Desde allí, nos dirigimos a Paredes de Nava, donde hicimos la primera parada del día. El pueblo tiene mucho que ver, especialmente en lo que se refiere a templos. Es más grande de lo que parece y, entre su laberinto de callejuelas, surgen, de vez en cuando, vistosas y animadas plazas en las que se desarrolla la vida social. Nuestra parada fue breve, sin tiempo para visitas culturales, pero sí para un paseo agradable. Así pudimos enterarnos de que entre sus hijos más ilustres (además de Jorge Manrique) figura el pintor Pedro Berruguete. Su citación se hace aquí imprescindible porque resulta que fue en Urbino (la Toscana) donde encontramos algunos de sus cuadros y nos enteramos de que estuvo contratado durante cierto periodo por el Duque de Urbino. Aquel Duque es, probablemente, el retrato más famoso de Piero de la Francesca, y sugiere Roberto Longhi que entre Berruguete y de la Francesca, pudo haber cierta relación artística y puede que hasta mutuas influencias durante un breve periodo de la madurez artística del segundo. Cuando uno sale de casa… le pasan cosas… o se las encuentra.

Desde Paredes de Nava hasta Carrión de los Condes encontramos dos tramos bien diferentes. Primero una carretera más secundaria, estrecha y agradable para nuestro tipo de viaje, seguida de un tramo de la rápida del día anterior. En Carrión volvimos a parar y nos acercamos hasta una de sus plazas, que estaba muy animada porque era domingo y la hora del aperitivo, y nos sentamos en un soportal a tomar un blanco y disfrutar del ambiente. Al volver hacia las motos nos detuvimos a admirar el maravilloso relieve del friso de la iglesia de Santiago que, por cierto, cobra algún protagonismo en la novela de Peridis (al cual se desarrolla, en grandísima medida, por buena parte del recorrido de nuestra Vespada). Carrión ha sido objeto de visitas por mi parte en bastantes ocasiones. El claustro (y un buen yantar) en San Zoilo los teníamos recientes, así que decidimos continuar.

Lo hicimos, afortunadamente, por tramos secundarios, estrechos y sin circulación. Rectas de aspecto muy castellano, coincidentes en su mayor parte con la pista de peregrinaje. En ella las rectas se hacen interminables para los caminantes, que avanzan lentamente bajo un implacable sol de justicia. Su visión resulta, en algunos de aquellos tramos, cualquier cosa menos apetecible. Nosotros íbamos sin prisa, así que las paradas se sucedieron. La siguiente fue en Villalcázar de Sirga, para, como mínimo, volver a echar un vistazo exterior a su magnífica iglesia. Y, desde allí, hasta Frómista, donde, cuando más castigaba el calor, refugiarnos a comer en el restaurante en el que siempre suelo hacerlo cuando paso por allí (que ha sido muchas veces). Tuvimos suerte porque, a pesar del jaleo reinante, encontramos mesa y buena temperatura ambiente.

De nuevo con los manillares en las manos, la carretera secundaria se hizo más discreta, olvidada y sugerente todavía. Casi fue entrar en Burgos y empezar a notar que el terreno empezaba a levantarse ligeramente, sugiriendo cada vez mayor cantidad de lomas y cerros, y cada vez de mayor altura. Y así, disfrutando de una conducción de tarde, libertad y aire libre mesetario, con amplios paisajes de road movie, llegamos hasta Castrojeriz.

Nos alojamos en un acogedor establecimiento que era bar, restaurante, hotelito rural y albergue de peregrinos. Estaba en la calle principal de aquel pueblo longitudinal de ladera, resultó además muy limpio y nos trataron estupendamente. El resto de la tarde la ocupamos paseando, e incluso nos dio tiempo de visitar la iglesia-museo de San Juan y su coqueto y magnífico claustro. Cenamos muy pronto, frente a una ventana abierta de par en par con vistas a una hilera de cerros iluminados por la luz dorada del atardecer ¡irrepetible! Después nos dimos otro paseo hasta la plaza-terraza del Fuero y, descalzos, sentados en un banco de piedra, dejamos que el día muriera dando brillo y color al paisaje mediante la lenta puesta del sol. Las calles, que por la tarde habían estado semidesiertas, despertaban ahora con afluencia de peregrinos ya duchados, recuperados y finalizadas sus tareas de reparación corporal y colada de ropajes. Conversaciones multilingües en un cálido anochecer castellano, mientras vencejos y golondrinas se hartaban de trazar picados y bucles a la caza de su alimento.

Paredes de Nava.

Paredes de Nava

Santiago en Carrión de los Condes.

Villalcázar de Sirga.

En mitad de la ruta.

Claustro de San Juan en Castrojeriz.

Órgano de la San Juan.

 
Cae el día en Castrojeriz.

Etapa 4: Castrojeriz – Pesquera (125km).

¿Tema del día? Sí, también lo había: tomar las de Villadiego. En sentido literal y figurado. Figurado porque desde el minuto uno abandonábamos el Camino de Santiago y su popularidad, para regresar a tierras solitarias o apartadas. Y literal porque para ello trazamos ruta hacia Villasandino, Sasamón y Villadiego. Ruta muy apartada y tranquila en la que disfrutamos mucho. La estricta llanura había quedado atrás y ahora había que alternar modestas subidas y bajadas sugeridas por una orografía, poco a poco, más caprichosa. En Villadiego había mercado, pero no lo recorrimos, tomamos una maravillosa carreterilla hacia el norte, en dirección a Ordejón y Humada. La ruta merece mucho la pena y la recomiendo especialmente para ciclistas turistas (no confundir con cicloturistas que ejercen de ciclistas de competición frustrados). La carretera es estrecha, lenta y solitaria y, al cabo de unos kilómetros, se adentra y atraviesa un paraje que es Patrimonio geográfico de la Unesco: el Parque Natural de las Loras. Ya desde muy pronto, al frente y por la izquierda, se contempla la elegante presencia de la mítica Peña Amaya. Mítica para la historia de Cantabria, a pesar de actualmente ese territorio sea burgalés. Es una alargada montaña de falda algo tendida que, después se vuelve rocosa y escarpada, antes de verse coronada en forma de larga y amplia meseta. A medida que nos acercábamos a ella, la carretera serpenteaba cada vez más entre las loras del terreno, buscando por donde superar aquel discreto laberinto de farallones, hasta conseguir atravesarlos y empezar a descender por el otro lado de tal barrera natural. Muy bonito, entre los mejores tramos de ruta de la Vespada.

Llegados Fuencaliente de Lucio, tuvimos que incorporarnos a la carretera nacional procedente Burgos. Al principio bien porque esa parte dispone ya de autovía paralela, aunque al final nos quedaron unos pocos kilómetros con algo de circulación rápida. Pero enseguida llegamos a las múltiples rotondas previas a Aguilar de Campo y a su centro. Paramos en la plaza a tomarnos un café, el sol, un día más (es decir, todos) lucía con ganas e intensidad.

Salimos de Aguilar en dirección a Barruelo, pero en Nestar nos desviamos hacia Cordovilla y Olea. Superamos el modesto puerto del Bardal y descendimos hasta Reinosa, donde paramos a hacer la compra para la comida. Y es que llegamos a nuestra casita de Pesquera a la hora de comer. Hacía tan bueno que tomamos el aperitivo a la puerta de casa y, después de la comida propiamente dicha, pasamos parte de la tarde leyendo en el jardín. Horas después hubo paseo rural, visita al bar, encuentro con familiares y cena en el mesón.

Parque Natural de Las Loras.

Peña Amaya.

En Aguilar de Campoo.

 

Etapa 5: Pesquera – Gallizano (90km).

Amaneció despejado, desayunamos a gusto y con calma, repasamos un poco la casa y nos pusimos en marcha. Sugerente descenso por las Hoces del Besaya hasta Las Fraguas. Desde allí, dirección este para cambiar de valle, ascendiendo y descendiendo hasta Castillo Pedroso, y un poco más, hasta la carretera de Burgos. Apenas la utilizamos porque, un año más, a la altura de Borleña, nos infiltramos por otra más interior y pronto cambiamos nuevamente de valle hasta Santibáñez. Desde allí, regreso empalmando ruta bien conocida hasta Solares y nuestra casa. A la cual llegamos a la hora de comer.


Saltando de un valle a otro.



La 3ª Vespada ha sido un nuevo éxito. Significativamente más ambiciosa que la anterior, ha transcurrido por cinco provincias (Cantabria, Asturias, León, Palencia y Burgos) y completado unos 620km. Mi Vespa Cosa, algo veterana, ha vuelto a poder con ello sin problemas de fuerza. Este año, como novedad, ha perdido un tornillo de sujeción de una carcasa de plástico que cubre su motor, haciendo que la carcasa bailara un poco y, en alguna ocasión, sacara la pipa de la bujía de su sitio. Lo hizo por primera vez en Paredes de Nava, y nos llevó un rato dar con la causa de que no arrancara. Descubierto, el resto de las veces ya sabíamos la razón y el remedio. Por lo demás, la moto sigue ahí, cubriendo las etapas y dando servicio.

Pasadas tres ediciones, tengo claro que esta actividad ha venido para quedarse. Independientemente de que cuaje o no entre nuestros amigos, nosotros vamos a seguir con ella puntualmente, cambiando de recorridos y destinos, que ideas no nos faltan y ya andamos pergeñando algún que otro sorprendente planazo.

JOHN IRVING FUE MOTERO

Recientemente tuve ocasión de viajar a y por Nueva Inglaterra. Una semana en Boston y otra conduciendo (en coche) y visitando parques natura...