viernes, 14 de julio de 2023

TRANSPIRENAICA (1995-2023)

Conozco relativamente bien los Pirineos. No me considero un experto porque se trata de un territorio tan amplio, diverso y rico que difícilmente puede llegar a conocerse realmente bien en una vida activa dedicada casi en exclusiva a ellos. Sí que hay numerosas personas expertas en sus diferentes zonas o comarcas, pero ¿todo? Mucho me parece. En mi caso, además, ni soy local, ni siquiera asiduo, así que, simplemente los conozco. Aunque eso sí, he esquiado bastante por sus laderas, ha coronado algunas de sus más elevadas cumbres, he escalado bastantes puertos en bicicleta, descendido algún cañón, etc.

Durante el verano de 1995 emprendí un viaje en moto con idea de completar un recorrido integral de la cordillera, dando puntadas de una vertiente a la otra, acumulando un gran número de puertos de montaña. Viajaba en pareja sobre una Suzuki GS 500 E, que para entonces ya se había doctorado con sobrados méritos en eso de los viajes largos con equipaje. Entonces casi completamos el plan inicialmente previsto. Fue únicamente al final cuando, por causas dispares, decidimos abandonar el proyecto, casi culminado, en pleno Pirineo Catalán, para irnos a pasar unos días a Barcelona. Y la espinita quedó ahí, sin molestar, casi olvidada, pero clavadita. Y acaba de ser ahora, 28 años después, cuando me he animado a completar aquello, aprovechando para enriquecerlo un poco más con algunos complementos añadidos. Esto es el reportaje de todo el proceso. El antes y el después de un viaje largamente interrumpido.

PIRINEOS I. 1995.

9-VII, Loredo-Pamplona 299 km.

Nos ponemos en marcha con menos equipaje de lo habitual y algo de hueco en las maletas. Es bueno porque hace ya tiempo que las suspensiones de la moto andan algo dadas de sí, tras varios años de grandes viajes muy cargada. Hace un día tirando a caluroso. Las primeras tomas de contacto con la moto cargada son excelentes. Por el puerto de Ajo tumbo como hace tiempo que no lo hacía, con gran seguridad. La moto se pega a la carretera, pareciendo más estable que cuando voy solo. Viajamos sin problemas y con ritmo tranquilo por la reciente autovía del Cantábrico. Tenemos un susto y aviso cuando al coger un bache a 150km/h los bajos pegan un toque contra el suelo. Habrá que tener cuidado, y espero que esto no suponga un cante constante en los verdaderos puertos de montaña, porque entonces mejor retirarnos. La autopista hacia Francia es perfecta para motos naked, ya que al ser virada y lenta vas a buen ritmo relativo sin aburrirte ni pelearte contra el aire. De todas formas, sopla un viento racheado incómodo que nos molesta hasta Irún. Allí abandonamos la autopista y tomamos una carretera, muy bien señalizada, que bordea el río Bidasoa. Es muy bonita, llena de árboles y vegetación, y pegada constantemente al curso fluvial, que también es bonito. Típico río de la cornisa cantábrica, frondoso y con agua de aspecto limpio, alternando remansos, pequeñas presas y algún rápido suave. La carretera presenta un firme en óptimas condiciones y es sinuosa, pero sin exagerar. Esto nos brinda una conducción rápida y divertida, y el frescor que ofrece la sombra vegetal se agradece mucho.

Creo que paramos a comer en Sumbilla. Antes nos hemos despojado de las cazadoras pues el calor es muy agobiante y la vegetación de estos pequeños vallecillos ya no está pegada a la carretera, sino prendida a las colinas y laderas. En el pueblo encontramos un bar abierto donde comemos medianamente bien y a buen precio. Salimos a la ruta de nuevo sin demorarnos mucho. El calor sigue siendo intenso, pero más llevadero cuando iniciamos un entretenido ascenso por el puerto de Belate, primer aperitivo de nuestra Pirenaica. Buen asfalto, muchas curvas y un paisaje verde y norteño. El descenso es mucho más corto y suave: pasar de costa a cordillera baja y de esta a la Meseta. El paisaje de descenso también es bonito, con mucho bosque. La famosa zona de Ulzama. La pereza de detenernos nos hace pasar de largo y, llaneando varios kilómetros, terminamos en un acogedor bar en un pueblo ya cercano a Pamplona. La parada es estratégica para ver el Tour. Según entramos, sorpresa ¡pantalla gigante! Pedimos unos cafés y a disfrutar con la bestia. Todo va bien, gana la etapa CRI, coje el liderato y mete minutos [aquel era el 5º Tour consecutivo de Indurain]. Buen espectáculo del danés Riis que se codea en la crono con Miguel. Mientras veíamos la etapa ha caído un buen chaparrón y al salir para, aunque decidimos ponernos el buzo. Grave error, porque no sólo no vuelve a llover, sino que, además, el calor va en aumento. Resignados entramos a Pamplona por Villaba (sin reconocerlo realmente). La ciudad respira San Fermín, es la hora de la entrada a los toros y vemos a todos vestidos de blanco y rojo cuando circulamos junto a la plaza. Llegamos a casa de I e I sin problemas.

Les pillamos un poco de sorpresa pues salían. Así que nos cambiamos a bermudas y calzado veraniego y nos llevamos a sus hijos de paseo mientras ellos solventan su ocupación. Caminamos hasta el centro del campus de la Universidad de Navarra (la del Opus). El césped está impecable y los árboles dan una sombra excelente. Jugamos con los críos revolcándonos, persiguiéndonos, etc. Nos cogen cariño, algo que queda demostrado el resto del día. Sus padres nos vienen a buscar en coche y vamos a su piso. Cenamos pizzas y cerveza. Primero los niños y después los adultos. Tras la cena participamos de una larga y agotadora tertulia en la que a punto estoy de sucumbir por el sueño.

10-VII, Pamplona-Ansó 253km.

La noche resulta corta e inquieta, varias veces bañado en sudor. Madrugamos para ir a la Plaza del Castillo sin desayunar, para ver el recorrido del encierro. El contraste entre mozos sucios y otros impecables resultaba divertido. Un ambiente muy peculiar con mucha gente durmiendo en sitios inverosímiles, otros arrastrando borracheras impresionantes y otra gente hecha un pincel, recién duchada y arreglada para acudir a lo más importante de la fiesta. Tras todo ello, entre guiris y adolescentes vagando por las calles, se intuye una densa y seria estructura organizativa para que todo salga bien. La mañana es refrescante y agradable. Coger sitio para ver el encierro es una misión imposible. Tras dar la vuelta a la plaza de toros nos hacemos un huequecito cerca de su puerta. De pie y a media altura del suelo, entre piernas de los de arriba y cabezas de los de abajo. 20 minutos de espera y suena el primer chupinazo. Cientos de alucinados salen corriendo acojonados o con cara de profesionales, como si los toros les estuvieran rozando con las astas. Es increíble ¡se creen lo que hacen! No tarda en llegar el mogollón: carreras, mansos, musculosas bestias negras, tumulto, gritos, un revuelo cuando un toro se vuelve. Todo es un lío. Nuestra compañera, una joven pamplonica que sigue todo con una instructiva sapiencia local, aplaude y sonríe levemente al escuchar el chupinazo final. Un chaval cargadillo, que nos había amenizado la espera con sus burlas y cachondeos hacia los encargados municipales de la basura que no dejaban ver, ha desparecido. Cruzamos el recorrido delante de un grupo de policías municipales que parecen muy nerviosos. Algo ha pasado. Todo es gente y, de repente, unos mansos nos dan un susto.

Recogemos la moto que nos espera junto a una pandilla de peculiares Harleys extremadamente bajas y retocadas, pero no en estilo chopper. Son bonitas y nos recuerdan ambiente motero para el viaje. En el piso nos despedimos, bajamos las maletas, desayunamos y salimos. Empezamos ya cansados, pero madrugar tiene sus ventajas, por un lado, el día da mucho más de sí; por el otro, dispones de varias horas de un frescor matinal que es muy de agradecer. Salimos de Pamplona hacia el norte y rebasamos dos puertos ya más notables (uno es Erro), aunque comparados con los que vendrán después pueden considerarse caricaturas. La montaña navarra se caracteriza por ser muy frondosa, y todo su sector pirenaico por disfrutar de unas carreteras con un estado de firme excelente. Alcanzamos Burguete rápidamente. Los pueblos son característicos: con casas de estilo alpino, con fachadas blancas y un aspecto muy montañero. Son bonitas, no cabe duda. Nos plantamos en los lugares casi sin darnos cuenta. Eso es algo habitual para M, pues va completamente dormida gran parte del trayecto. Alcanzamos Roncesvalles que, al igual que durante el reciente trayecto, ofrece constante goteo de peregrinos caminando y en bicicleta. El claustro es agradable. A través de unos balcones abiertos descubrimos una hermosa biblioteca en uno de los edificios principales. La sala en la que reposan los restos de Sancho el Fuerte presenta una atractiva vidriera. Este monarca hubiese tenido excelente futuro en la NBA…

Roncesvalles

Tras intentar espabilarnos con una cola y desandar el tramo Roncesvalles-Burguete, cambiamos de valle superando un bello risco de roca tapizada de árboles que nos deja en Arise. Tomamos la carretera hacia el embalse de Irabia, acercándonos a la famosa selva de Irati. Poner nuestros límites en los trazados asfaltados hace que no nos resulte tan espectacular como la fama que atesora, aunque la seguimos apreciando posteriormente desde el puerto de Larrau. Tras algunos titubeos de ida y vuelta, tomamos la pista norte del pantano para acercarnos hasta las ruinas de la Fábrica de Orbaiceta, que nos llaman bastante la atención. Desde Aribe completamos un tramo seguido hasta el delicioso pueblo de Ochagavía. ¡Qué lugar más encantador! Con sus dos hileras de fachadas impecables, blancas, llenas de flores y tocadas por tejados de pizarra, mirando al río que atraviesa al pueblo. Nos gustaría parar con tiempo [no lo hicimos, pero las ganas las saciamos pocos años después pernoctando allí, viajando ya con otra moto].

Ruinas de la Fábrica de Orbaiceta.

Una parada en la ruta.

Vista de Ochagavía.

M en Ochagavía.
 

De otro tirón ascendemos la vertiente sur del puerto de Larrau con entretenidas curvas y vistas. Allí tenemos que volver a abrigarnos con las cazadoras. A la izquierda se ve la Selva de Irati francesa y una espectacular pista que la atraviesa. La parte alta muestra empinadas praderas. Es la primera vez que Navarra nos ofrece una visión de altitud montañosa. Hasta ahora, la verdad, no se le podía calificar de alta montaña. El puerto es fácil de ascender en moto y, tras pasar un túnel pasamos a Francia y… ¡empieza el espectáculo! La carretera se estrecha terriblemente y el firme pierde totalmente su calidad. El panorama venidero es amenazador: un descenso sin fin con pendientes excesivas, sin quitamiedos y muy pelado. La primera curva no es tal, sino una esquina. Bajo runfando en segunda y tercera, preservando pastillas de freno para toda la semana. M pasa miedo entre cabezada y cabezada. La niebla amenaza en lo más alto, pero, con el paso de los kilómetros, me voy acostumbrando a la experiencia y ya entramos en los maravillosos bosques de ladera. Son hermosos. Las horquillas se suceden entre árboles de diferentes especies y arroyuelos en descenso. Los pueblos empiezan a aparecer, pero el puerto sigue descendiendo. Se me resienten enormemente los antebrazos y seguimos bajando. Lo hacemos hasta doscientos y pico metros de altura. Allí el día es de nuevo caluroso. Hay prados alternados con grupos de árboles, carreteras llanas con virajes moderados, escenas de campiña y típicas e impecables granjas francesas aquí y allá. Tras fracasar en Aramits, paramos a comer en Arette. Bocadillos de sabroso queso local con salchichón, que pagamos con tarjeta por no llevar francos. Pensamos con respeto en el siguiente puerto. Larrau han sido 1573m de cota máxima, ahora serán 1760m, aunque en Navarra descenderemos únicamente hasta unos 700 u 800m. La subida en moto siempre es más relajada, en este caso, además, preciosa. No dispongo de recursos lingüísticos para describir lo que supone ascender las interminables horquillas de este puerto a través de sus bosques alucinantes, salvajes, variados, llenos de arroyos, troncos, etc. Y si la primera parte es bonita, después surge una zona llena de rocas salpicadas de verde y de árboles aislados por todas partes, con sus raíces metiéndose entre las piedras grises. Todo ello surcado por la carretera mediante eses. Me encanta y maravilla, soy feliz en la moto. Echo en falta un par de parejas en quienes pienso, a los que les cuesta arrancar pero que, si estuvieran disfrutando de esto, no abandonarían ya la moto jamás. Se ve que estamos condenados a viajar en moto solos.

Últimos kilómetros del ascenso a Larrau.

Paso página y me recreo en la conducción. El tipo de pilotaje evitando abusar del cambio me hace recordar la filosofía de uso de las motos no japonesas de gran par motor. BMWs y Harleys que se cepillan puertos como este en tercera, permanentemente, a base de aflojar y apretar el puño. Pero no es cuestión de hacer de menos nuestra 500cm3, que se está portando fenomenal, como siempre hace. Sale perfecta ronroneando desde 4000 vueltas tras cada curva, pese a ir cargada, y sube y baja todo el día ágilmente.

Rebasamos la apetecible estación de esquí de Arette y, coincidiendo con unas praderas magníficas llenas de ganado (en Larrau, grupos de enromes buitres nos sobrevolaron muy cerca), superamos el puerto de Belagua. Allí nos cruzamos con algunos vehículos y solitarios pero numerosos ciclistas. Tras algunos kilómetros de descenso encontramos un espectacular mirador hacia el valle de Belagua (por encima del de Roncal). Aparenta ser una verde llanura surcada por un ancho y seco lecho de cantos rodados, delimitado por bosques y moles rocosas. Se accede a él descendiendo por una serpenteante sucesión de rectas cortas engarzadas por decenas de horquillas, todo ello bien asfaltado. No estoy seguro, creo que es descendiendo este puerto cuando tomamos una curva que no acaba nunca, y que continúa girando gracias a pasar por debajo de su carretera de inicio. Tras recorrer maravillados el valle a velocidades más ligeras (80-90km/h), nos desviamos por el valle de Belabarce. Es diferente pero también muy hermoso. Estrecho, tapizado de bosque rico y variado. Sin grandes desniveles nos deja a la entrada de Aragón y del valle de Ansó. En ese momento la carretera pierde su categoría y se transforma en la típica franja negra de asfalto firme y estrecho paso que suelen caracterizar a una carretera de montaña. Tenemos más sensación de altitud. Nos rodean montañas imponentes. Descendemos lentamente hacia Zuriza y su complejo de deporte-aventura-hotelero. Descansamos en su albergue tras volver de un desvío equivocado hacia el norte. M duerme y yo escribo en mi diario, levantando la vista de vez en cuando hacia las moles verdes y grises que tengo delante. Entre ellas se vislumbra una hendidura por donde discurrirá nuestra inmediata ruta.

Mirador en el descenso del puerto de Belagua.

Nos queda poco para llegar. El camino es muy bonito junto al descenso de un río de montaña cristalino. El cansancio parece vencerme después de la larga parada y temo no reaccionar ante los coches que nos cruzamos, pues mis brazos están doloridos hace ya muchos kilómetros. Circulamos cerca de atractivas pozas de baño y, por fin, llegamos a Ansó y, en pocos segundos más, al hostal. No figura nuestra reserva, pero, afortunadamente, hay habitaciones libres. Empiezo a preocuparme por si hubiera reservado en agosto en vez de en julio… Efectivamente, tengo que llamar a los paradores para corregir todas las reservas.

Valles pirenaicos próximos al del Roncal.

Entre Hechó y Jasa.
 

Nos despertamos de la siesta y el descanso a las ocho de la tarde. Fuera llueve. Ducha y paseo por el bonito pueblo pirenaico de calles empedradas, casas de piedra gris y pizarra, callejones estrechos y fachadas presentadas al detalle. A las nueve cenamos en el hostal: delicias de calabacín y salmón, el cariñena me entra solo.

11-VII, Ansó-Parador de Bielsa (Valle de Pineta) 351km.

¡Etapa reina! Probablemente demasiado ambiciosa pese a no cumplir el programa previamente previsto. Incluye los más míticos puertos del Pirineo, colosos sagrados para los ciclistas, verdadera historia del Tour de Francia.

El día amanece espléndido. El nivel de aceite de la moto es el correcto. Engraso la cadena y ya desayunamos tranquilos. Colocamos las maletas y partimos. Todo bien hasta Hecho. Para llegar allí pasamos por un puertecillo agradable encajonado entre rocas y con un túnel al inicio. Paisaje mixto de árboles y media montaña hasta Jasa. Tras preguntar a un lugareño nos dirigimos hacia Aisa y lo hacemos por una pista que nos obliga a rodar muy lentamente, poner pie a tierra en algunas curvas y tramos complicados, y temer por el cárter. Es también un puerto suave, pero la bajada se complica, pues en los bancos de piedra suelta la rueda delantera se va para todas partes.

Desde Aisa, y pasando por Borau, ratoneamos por carreteras retorcidas y estrechas hasta conectar con la nueva y ancha carretera que baja de Canfranc a Jaca. Todo ese tramo lo completamos con apuros por llevar mucho tiempo en reserva. Repostamos en Jaca. Nos lanzamos a recuperar tiempo en dirección a Sabiñánigo. Es paisaje semiárido de la falda inicial del Pirineo español. De Sabiñánigo a Biescas rodamos fuerte, inclinando en las curvas de una buena carretera que, poco a poco, nos hace regresar al paisaje montañoso. Es cada vez más bonito, entre embalses y elevadas moles con restos de nieve. Hay anuncios de aventura, pueblos típicos, grises y pedregosos, muchos de ellos abandonados. Es el valle de Tena. Uno de esos pueblos tiene montado un escenario al aire libre para conciertos de música étnica.

Tomamos el desvío hacia el Balneario de Panticosa. ¡Qué maravilla! La carretera es preciosa, bien asfaltada, horquillas ascendentes por un desfiladero que al final nos premia con el balneario. Hay un estanque enorme y un conjunto de elegantes edificios clásicos que son hoteles, casino, bares, tiendas, etc. Todo ello insertado en un hondo hueco limitado por empinadísimas laderas surcadas por cascadas y coronadas por altas cumbres rocosas con nieve. El lugar es auténticamente paradisíaco, nos quedaríamos encantados, pero tenemos que continuar. Para matar el gusanillo nos tomamos una caña en el bar-salón del casino. Podría entrar entre mis bares preferidos del mundo. Es muy amplio, elegante, con vistas, antiguo, lleno de madera, con un sector ocupado por mesas de juego y sillones. Estilo decimonónico y decadente.

Estanque de Panticosa.

Cumbres del circo de Panticosa.

De regreso, repetimos el tramo en descenso y viramos hacia Sallent. Desde allí el valle de Tena reverdece y brilla. Lomas y montañas elevadas tapizadas por un manto de pradera en suaves pendientes. Allí se encuentra Formigal con su hotel Tirol (recuerdos de esquí de hace años) y su pista del Bosque atravesando un cortafuegos. El valle cada vez se muestra más bello, verde y suave. Rebasamos la frontera, y el otro lado se muestra igualmente hermoso. Tras varios kilómetros descendiendo el Portalet, comienza la ruta de los balnearios franceses con pueblos elegantes y edificios con mansardas y estilo aristocrático encantador. El paisaje natural es estrecho y nos recuerda al desfiladero de la Hermida, muy umbrío. Paramos en Artouse pero lamentamos no poder montarnos en su ferrocarril de alta montaña, pero es que no nos da tiempo para nada.

Al otro lado del río, remontando el valle de Tena.

Pasamos por pueblos como Eaux Chaudes y Eaux Bones. En este último paramos a comer dos suculentos bocadillos cada uno. Allí ya ha empezado el Col d’Aubisque. Es muy duro, con paellas y horquillas hasta Gourette (plagado de cicloturistas con alforjas y semiprofesionales de maillot). Desde Gourette se ve a lo lejos un edificio que te muestra lo brutal de la ascensión. Continúas hasta allí y, cuando giras para coronar, te das cuenta de que todavía te queda mucho por ascender. La cumbre está cubierta por densa niebla, pero hay mucho ambiente tranquilizador de ciclistas, coches y moteros. Por la otra vertiente, el Col sólo desciende los metros suficientes para poder después llanear, dejando unos kilómetros finales de ascensión al Col de Soulor, algo más bajo que el anterior. Todos estos puertos (y otros muchos de la zona) están fenomenalmente señalizados para los ciclistas, con un cartel cada kilómetro indicando cuántos quedan para coronar, altitud de ese punto y porcentaje del siguiente kilómetro. Reconozco que me dan cierta sana envidia los ciclistas que nos encontramos. Dan ganas de coger la bicicleta de carretera y venirse aquí únicamente a ascender y descender cols.

Largo descenso hasta Argeles-Gazot por pueblos atractivos. Ella misma es una bonita localidad típicamente francesa con mercado en la calle. La fatiga nos hace mella desde hace algunas horas. Llenamos el depósito y proseguimos entre numerosos pueblos con la inevitable idea de evitar acercarnos a Gavarnie, y la decisión inevitablemente asumida de que en este viaje no hay tiempo para el senderismo o cualquier tipo de randonée. En Luz St-Sauver empieza el Tourmalet. Como lo conozco bastante, se me hace corto y llegamos pronto al Bareges de nuestro recuerdo. Lo comentamos al superar sus durísimas rampas. Por el puerto voy reconociendo las pistas de esquí, ahora hechas praderas y antaño descendidas deslizando. Aquí hay más ciclistas, y moteros que cruzan su saludo con nosotros. Me encanta estar aquí, es como si fuera parte de mi vida. Lo domino, me encuentro acomodado y, aunque es el puerto más elevado de todos los del día con sus 2115m, no me impresiona, pese a que la niebla arriba es tan densa como en los anteriores. En la cima se encuentra otro bar de mi lista de favoritos. Hay gente que reposa por haber subido alguna de las dos vertientes. Sus paredes exhiben fotos y recuerdos de los pasos pioneros del Tour. Tomamos un chocolate viendo los últimos kilómetros de la llegada de la etapa a La Plagne. ¡Estamos viendo a Indurain en un bar en la cumbre del Tourmalet! Zulle vence y mete dos minutos a Miguel, que hace segundo con otros dos y pico por delante de Rominger y otros secundarios. Berzin y Riis ni aparecen. El balance parece muy a favor, únicamente hay un hombre a vigilar: Alex Zulle.

M y la Suzuki posan en el Col del Tourmalet.

El descenso del puerto es más conocido todavía. Lo hacemos ligeros detrás de un rápido ciclista, ambos adelantando coches. La gravilla añadida recientemente hace restar agarre a la moto y tener que extremar las precauciones. Nada más finalizar la bajada, stop hacia la derecha y ascensión al Col d’Aspin, que se nos antoja más moderado que los demás. El paisaje parece más cantábrico y menos alpino. La explicación de la mítica dureza de este puerto está en su otra vertiente: es más largo, revuelto y desciende hasta una cota menor. Lo bajamos atorados de la postura, pero más rápidos. Estamos deseando llegar a destino después de muchas horas y puertos. Además, es tarde. Menospreciando los múltiples y encantadores pueblecitos de montaña franceses, llegamos a St. Lary-Soulan. Hay patente ambiente montañero en la calle, con sus tiendas, bares, gente, etc. No podemos detenernos. En las alturas, al igual que a lo largo de toda la jornada, identificamos estaciones de esquí. El puerto de Bielsa se hace esperar y encima nos retienen por obras en varias ocasiones. Mis muñecas se quejan alarmantemente con sensaciones más agudas y menos generales. M también se queja… alarmantemente. El de Bielsa no parece un gran puerto hasta sus últimos cinco kilómetros, que no tienen nada que envidiar a cualquier otro de los grandes.

La frontera no parece tener un punto fijo, quizás sea a mitad del túnel. El pasaje es helador e impresionante, tres kilómetros oscuros en descenso en el que necesito conectar la luz larga y reducir bastante la velocidad para sentir seguridad. En el otro lado no pensamos en nada hasta Bielsa (únicamente recuerdo un paisaje similar de Pirineo aragonés: menos frondoso que el navarro, pero más elevado rocoso, verde, agresivo e imponente). Algo de viento chilla alrededor.

En Bielsa nos desviamos. Una carretera de bosque con el sol de cara nos descubre, poco a poco, el impresionante valle donde nos internamos. Indescriptible ¡qué paredes! ¡qué cascadas! ¡qué luz! Y qué todo… La ruta se alarga demasiado, pero, al fin: aparcamos, desmontamos el equipaje, pasamos por recepción y entramos en la habitación. Muertos, con dolor en todas las articulaciones.

Me ducho largo tiempo con agua caliente y salimos a pasear por el bosque remontando el río hacia la base del circo de Pineta, bajo el Monte Perdido. Todo es maravilloso: sonidos, vegetación, paisaje, temperatura, aromas… nos vienen recuerdos de animales (en la ruta tuve que frenar para no atropellar a una juguetona ardilla). Cenamos muy bien con vino dulce de aperitivo acompañando unas aceitunas negras. Exquisitos platos después. Entramos en una fase de Paradores Nacionales y este es, desde luego, muy recomendable. Una especie de gran chalet alpino, lujoso y de amplias habitaciones, en medio de un paraíso de montaña sin más civilización alrededor.

Cascadas en la cabecera del Valle de Pineta.

En el centro, con franja de nieve, el Monte Perdido (3355m).

Más cascadas que en el Parque Nacional del Monte Perdido.

Otras cumbres del Valle de Pineta.

La Suzuki aparcada en el Parador Nacional.

12-VII, Valle de Pineta-Seu d’Urgell 294km.

Fantástico desayuno de buffet en el Parador. Amanece un día luminoso que refuerza el esplendor del paraje. Da gusto asomarse y contemplar en circo montañoso. Salimos algo tarde hacia Bielsa y después, valle abajo, hasta Ainsa. Es una carretera semirápida de curvas amplias en la que disfrutamos de seguras tumbadas y de una sensación de velocidad que teníamos olvidada. Desde allí, en dirección este, tomamos el Eje Pirenaico, carretera principal que ejercerá de referencia el resto del viaje, a la que regresar cada cierto tiempo desde las diferentes incursiones que hagamos a los altos puertos. Discurre por menor altitud y no podemos considerarla como verdadera carretera de montaña, ni por su aspecto, ni por sus características de vía ancha y bastante rápida. Su paisaje es de estribaciones españolas: notablemente tórrido de transición entre la Meseta y la cordillera. Con bastantes curvas y un asfalto algo peor que el tramo anterior, llegamos a Navarri descansados y sin novedad. Desde allí, remontamos el río Esera mediante preciosos tramos de desfiladero. Hay uno especialmente espectacular, creo que lo llaman Congosto de Ventorrillo. Finalmente desembocamos en la entrada del valle de Benasque. La falta de tiempo nos hace desechar el recorrido de este valle que conozco bastante bien. Nos conformamos con vislumbrar el Aneto, las Maladetas y el Gallinero desde el animado pueblo de Castejón de Sos disfrutando de una cerveza.

De nuevo dirección este a través del Col de Fades (1470m), muy revirado, pero de poco desnivel. Lo recorremos detrás de una pareja que circula con una trail ligera. Al cabo de largos minutos acabamos adecentándoles e intercambiando saludos. Otro collado similar, el de Espina, los permite llegar a Les Bordes (provincia de Lérida), donde tomamos rumbo norte hacia Viella mediante una ancha carretera. Es paralela al valle de Boí. El nuestro no es tan bonito, salvo unas cascadas que aparecen al final, cuando el paisaje se hace más agreste y montaraz. Es una buena carretera en constante ascenso. El último tramo corona un puerto muy verde y elevado de auténtico Pirineo. Para alcanzarlo hay que recorrer varios túneles, y el descenso empieza con uno más, el largo, oscuro e incómodo túnel de Viella, con más que evidente pendiente cuesta abajo. A esta carretera le encuentro la pega de que su elevado tráfico la desnaturaliza bastante, entre otras cosas por la cantidad de camiones pesados que la transitan. Al otro lado del túnel es más bonito el panorama, el puerto desciende en buenas condiciones.

Viella es una localidad grande, cuidada y de construcción moderna, aunque conserve cierto estilo alpino. Desde allí, centro del valle d’Arán, iniciamos el ascenso hasta Baqueira. Está plagado de urbanizaciones, hoteles, comercios, etc. Primero en calles y después en poblados. Todo cuidado y hecho con gusto, pero demasiado abarrotado al principio, y algo más proporcionado y repartido después. Pasado Baqueira, continuamos ascensión de la Bonaigua por un vallecito maravilloso cuyas cumbres del sur nos separan del Parque Nacional de Aigüestortes i estany de Sant Maurici. Esta vertiente del puerto tiene muy buen asfalto y su último tramo ofrece varios segmentos de fuertes rampas rectas conectadas por horquillas. Me lo paso bien con el altímetro de muñeca, calculando lo que llevamos subido y descendido, parciales más empinados, etc. Superamos los 2072m de puerto y acometemos el descenso más largo que recuerdo (quizás con el de Larrau) de todo el viaje. Es muy revuelto, sin rectas, pero poca pendiente, 1000m de desnivel en muchos kilómetros.

Valle oriental desde la Bonaigua.

Comemos en Esterri d’Aneu. Un plato combinado viendo un poco el Tour. Seguimos descendiendo, tumbando por curvas rápidas pegados al Noguera-Pallaresa, que fluye tranquilo hasta Llavorsí. Allí empieza a revolverse y agitarse, y aparecen los negocios de aventura acuática por todo el pueblo. Seguimos pegados al río sin detenernos. Vamos despacio, asomándonos constantemente viendo sus aguas espumosas brincar. Es menos violento de lo que me había imaginado, pero largo y con movimiento casi constante, lo que lo debe hacer divertidísimo. Sort parece tanto o más comercial que Llavorsí en lo que se refiere a la aventura de aguas bravas. Vemos varias lanchas de rafting.

De regreso al Eje Pirenaico, damos cuenta de un largo tramo con interminables curvas no del todo lentas y sin grandes desniveles. Hacemos parada en un baruco de pueblo. Indurain se afianza como líder mientras Pantani de un recital, Zulle aguanta a rueda y Rominger va perdiendo más tiempo. Seguimos, la carretera va acumulando más curvas que van haciéndose más cerradas. Tumbamos más y más, yendo deprisa y disfrutando. Noto que la cadena va algo destensa y todavía nos queda bastante viaje. Tomamos otra carretera llana y llegamos a La Seu, donde empleamos algo de tiempo en dar con el Parador Nacional. Es feo por fuera, aunque bonito, en estilo moderno, por dentro. Utilizamos varios de sus servicios: garaje, piscina, etc. El centro de la localidad es un extraño aglomerado urbanístico de soportales y callejones, tocados con áticos de madera semiabiertos. Admiramos la catedral y nos acercamos al Parc del Segre, complejo deportivo de exquisito gusto que incluye gimnasio, circuito de 1850m de cuerda para patines o rollerski, césped, árboles, pista de aguas tranquilas y los dos sugerentes canales artificiales de aguas bravas con sus remontes incorporados. Dos amables chicas nos dan mucha información.

Cenamos en un encantador restaurante al aire libre ubicado en el jardín de una mansión. Buena comida y un Raimat que nos supo a gloria.

13-VII, La Seu d’Urgell-Barcelona 260km.

Comenzamos con otro memorable desayuno de buffet. Tampoco hoy salimos con prisa. Incluso engraso la cadena para ver si eso minimiza los ruidos de ayer. Así es. Y reviso el nivel de aceite. En poco tiempo llegamos a Andorra por el sur. Se ve que ha llovido, aunque a nosotros no nos ha pillado, pese a que nos amenaza precipitación casi todo el día. Paramos en Santa Coloma y hacemos alguna compra. En Andorra la Vella paramos de nuevo. Más tiempo. ¡Horrible sensación! Tal como lo recordaba, una larga y estrecha calle llena de gente y con un tráfico permanentemente anclado, soltando ruido y humo sin descanso. Todo son comercios de todos los habituales productos de consumo sin aranceles. Sorprende la proliferación de boutiques de moto, y la cantidad de motoristas que, repentinamente, han aparecido allí. Finalmente, no compro un pulsómetro que pensaba, y escapamos de la marabunta ascendiendo hasta Soldeu detrás de unos alemanes que viajan muy cargados en motos custom. A partir de allí, los rebasamos y subimos solos hasta nuestro techo del viaje, los 2409m del puerto de Envalira. Completamos la subida y la bajada con muchas precauciones porque el pavimento está empapado. Aunque se trata de una carretera muy ancha, está sobrecargada de señalización horizontal blanca y resbaladiza.

Pasada la frontera, descenso hasta el desvío de Font Romeu, que no tomamos. Seguimos recto y llano hasta Puigcerdá, donde cruzamos la otra frontera sin pararnos. Es allí donde, tras una llamada a B, decidimos dar por finalizado nuestro periplo pirenaico, e irnos a pasar unos días a Barcelona. Ponemos rumbo a Ripoll.

La cadena suena otra vez. La ruta se convierte en un prolongadísimo puerto en ascenso con muy poca pendiente y casi llano en lo más alto. Casi 50km de interminables curvas, que me divierten mucho y me permiten tumbar cada vez más. Es el día en que mejor me veo conduciendo, aunque eso ha supuesto bastante fatiga para M. A mitad de camino vemos la estación de La Molina a nuestra derecha. El paisaje general es de abetos, con cumbres algo romas y un aspecto más mediterráneo y de menor altura aparente que la que en realidad tienen. Más adelante pasamos de largo la salida hacia el Ferrocarril de Nuria. La carretera hasta Ripoll y Vic es muy rápida, pero unas obras nos ponen perdidos de suciedad. Comemos butifarra y otras carnes en un bar de carretera y continuamos sin demora. Aumenta mucho el calor. En Vic tomamos una molesta autovía llena de incómodas curvas y con un tráfico muy desagradable, hasta entrar en la autopista. A partir de allí, siguiendo las indicaciones de B, nos plantamos en la puerta de su garaje en el barrio de Pedralbes.

Un tiempo de espera en Barcelona.

El primer contacto con la ciudad condal nos deja claro que es reino de motos. Circulan abundantes y ligeras entre los huecos de los coches. La casa es lujosa. Amplio chalet de fachada acristalada con jardín y piscina.

Barcelona y regreso. 692km.

La estancia en Barcelona no la considero como parte del viaje en moto por los Pirineos. Aquellos días nos movemos en la moto por la ciudad y disfrutamos de bastantes visitas y actividades. Me gusta la sensación de circular en moto como uno más, sorteando coches y conduciendo pegados a otras motos que aparecen y desaparecen por todos lados. Las máquinas y conductores son de todo tipo: trail, scooter, pepinos… chicas, ejecutivos, parejas, etc. Magnífico ambiente. También nos da tiempo de ir un día Roses y Cadaqués, bañarnos en el Mediterráneo, además de aprovechar a tope la casa, la piscina y la compañía, con cervezas y copas incluidas.

La vuelta es directa y bajo fuerte calor todo el camino hasta Altube. Toda la autopista posible, pues en destino nos espera nuestra hija de dos años y medio. Hasta el desvío de Tarragona viento de cola, mucho tráfico y velocidades entre 140 y 170km/h. Primera parada de repostaje a la altura de Lérida. Segundo tramo hasta Zaragoza con fuerte viento de frente, que nos reduce la velocidad y me fatiga el cuello. La moto no da problemas y su carga de equipaje le confiere estabilidad. En esa parada nos tumbamos en la hierba a descansar, es casi mitad de viaje.

Tercer trecho hasta Logroño con viento de frente igualmente. Comida y descanso. De nuevo en ruta, progresiva desaparición del viento y proliferación de curvas hasta alcanzar Bilbao. Desde allí, conducción divertida, pero evidencia de que las suspensiones ya no son lo que eran y tienden a tocar fondo con facilidad. Después de este viaje el cambio será inevitable. Repostamos pasado Castro Urdiales. Llegada a Loredo sin contratiempos. Maletas arriba, todo está en regla en casa y la moto ha llegado como una campeona. Motor de cilindros twin verticales con dos escapes en uno, refrigerado por aire, de 500cm3. Una máquina fiable y versátil que acaba de recorrer 2165km repartidos por autopistas de tirón, miles de curvas de montaña, decenas de puertos pirenaicos, algunos superiores a los 2000m de altitud, muchos desniveles que sobrepasan los 1000m, tramos de carreteras muy estropeados e incluso una pista, todo ello cargada con dos personas y cuatro maletas, y con temperaturas en ocasiones rebasando los 30º C ¡Chapeau! Toda un fenómeno nuestra Susi 500.

Reunida la familia de nuevo, al día siguiente reviso y repongo niveles, y tenso yo mismo a cadena. En cualquier caso, el cambio de amortiguadores está decidido.


PIRINÉOS II. 2023

8-VII, Galizano - Foix 534km.

Considero que esta segunda parte se inicia en el momento de abandonar la autopista francesa a la altura de Saint Gaudens. Hasta allí, aburrida aproximación para retomar viaje en la zona que menos traté la vez anterior. Eso sí, a lo largo de toda la autopista francesa hemos tenido la cordillera a la vista a nuestra derecha. Viajamos dos, cada uno en su moto. Jesús en una Honda 700 S y yo con mi BMW.

Entramos propiamente en materia en una parada para tomar café en el Café de la Place de Saint Martory. Junto al río, antes de un puente de piedra y un arco antiguo, un atractivo café ocupa un lado de una plaza triangular. Bonito sitio con un abigarrado local interior lleno de encanto y tipismo galo. Bienvenido descanso después de un tramo de tráfico y rotondas. A partir de allí nos encontramos con la Francia campestre: pueblos no deteriorados, fértil vegetación, tramos de carreteras con grandes árboles flanqueándolas y dotándolas de una cobertura vegetal en efecto túnel, etc. En algunas localidades están preparando las fiestas comunales tan típicas de nuestros vecinos. El mejor tramo, desde el punto de vista de una conducción suelta, animosa y entretenida, llega a partir de Saint Girons.

En Foix hace mucho calor, aparcamos a la sombra en el centro y callejeamos hasta ascender al castillo y rendirle visita. Tiene varias torres y estancias a las que se puede entrar. Grandes vistas y preludio de nuestro rodar por el País de los Cátaros, mítica herejía que tanto miedo metió en el cuerpo a políticos y clero europeos, y que acabó en aniquilación chamuscada. La panorámica desde sus torres es estupenda y nos ayuda a situarnos con respecto a Andorra, Toulouse, Carcasona, Perpiñán, etc. Me llama la atención la vista del monumental edificio del Liceo Gabriel Fauré. Cerramos la jornada con una cena pantagruélica.

Interior del Café de la Place.

Lugar de parada en Saint Martory.

Visitando el castillo de Foix.

Otro ángulo del castillo.

Panorámica de Foix.

 

9-VII, Foix - Banyoles 292 km.

Nuevo día soleado y caluroso. Partimos en dirección este. La carretera es agradable y un cielo ligeramente velado mantiene la temperatura soportable durante las primeras horas de marcha. El paisaje es de bosque húmedo y campo. La calzada alterna rectas con tramos virados, nos resulta entretenida. Además, atraviesa el País Cátaro con indicaciones de fortalezas por doquier, algunas de las cuales se distinguen desde nuestros manillares. Surgen encaramadas en las cumbres de algunos peñascos de aspecto calizo que dominan la ruta desde las alturas. Es este un territorio agreste, plagado de picachos. En el lecho del terreno abundan los cultivos de viñedos, así que los acogedores pueblos ofrecen bodegas visitables.

De repente: un sorprendente descenso retorcido, pero de magnífico asfalto. No notamos ascenso previo, sino que nuestra ruta, sorpresivamente, se vuelca en una bajada de múltiples curvas, muchas de ellas en forma de horquillas. Por añadidura, como si hubiéramos atravesado una puerta invisible, todo cambia, el calor abrasa y el arbolado, variado, pasa a ser mediterráneo, con encinas, pinos y otras especies, sin rastro alguno de los robles y ejemplares más húmedos de antes. Quizás hemos abandonado el espacio en el que las fuerzas ocultas de los mártires heréticos todavía reinan en el aire, y estamos penetrando en el poderoso influjo del mar Mediterráneo. Desde luego que el olor, la vegetación y la luz, así lo sugieren. Este descenso nos deja en Quillan, animada población que puede servir de referencia para situar este fenómeno.

Muy pocos kilómetros después, nos vemos introducidos en una estrecha y espectacular garganta de piedra. Son las Gorges de La Pierre Lys, no muy largas, pero sí profundas, estrechas y espectaculares. Cuando el territorio se vuelve a extender, ya es más llano y vuelven los viñedos, ahora totalmente mediterráneos (serán familiares de los de Languedoc), rodamos por las inmediaciones de Saint Paul de Fenouillet. Allí la ruta empieza a tomar aire de cruces de caminos, polígonos y extrarradios hasta que alcanzamos Perpiñán, que está algo saturado de tráfico en dirección a sus playas. Convivimos con el tráfico hasta Canet en Roussillon. Allí viramos hacia las playas del sur, carretera costera entre la playa y una marisma, hasta Saint Cyprien. Ya hay menos tráfico, es una recta pegada a una playa kilométrica. El mar lo tenemos muy cerca a nuestra izquierda, y la marisma a la derecha. Nos detenemos en el puerto deportivo de St. Cyprien. Todo allí está lleno de locales de hostelería ocupando el frente marítimo urbano de una localidad de apartamentos y pisos veraniegos. Modelo mediterráneo francés, o español, esto es: hispanofrancés. Descansamos tomando un generoso helado de tres sabores y nos vestimos de corto y ligero para continuar porque el calor es tremendo.

Hasta Port Vendres la ruta es monótona por la cantidad de rotondas y cruces que encontramos a causa del exceso de urbanización de la zona. Port Vendres tiene aspecto atractivo, y una confusión nos permite acceder por el estrecho pasaje del más que probable lecho de un antiguo ferrocarril portuario de carga, hasta el lado opuesto de su bocana de puerto. El panorama general de la localidad es sugerente, con su puerto, sus cabos y sus playas. Pero nosotros seguimos y ¡sí! A partir de allí damos con la revirada carretera costera que ansiábamos encontrar: la ruta de la Costa Brava hispanofrancesa. Sube y baja promontorios rocosos ofreciendo espectaculares vistas marítimas en los altos y atravesando coquetas villas costeras en sus puntos más bajos. En medio: ascenso y descenso, con laderas quemadas, terrazas antiguas, viñedos prosperando, y rocas o vegetación mediterránea. Y al otro lado, constante presencia de un mar azul luminoso. Es el Alto Ampordá. Banyuls sur Mer y Cerbere (en Francia); Port Bou, Collera y Llançá (en España). A ratos hay algo de tráfico, pero, desde luego, la carretera merece la pena.

Dejamos el mar y, sin detalles de interés, alcanzamos Figueras. Atravesamos la población siguiendo las indicaciones del GPS y sin que, sinceramente, nos llame la atención. Después la ruta vuelve a tomar cierto encanto por el paisaje campestre y las masías que aparecen aisladas de vez en cuando. Y, a partir de Cabanelles, la carretera pasa a estrecharse radicalmente y convivir directamente con la vegetación, en un constante no estarse quieta ni derecha, sin tráfico alguno. Y así alcanzamos Cornellá del Terri, donde nos alojamos. Es el momento de instalarse en la habitación y vestirse de playa para visitar el lago de Banyoles.

Entre las complejas indicaciones de un empleado del hostal y la peculiar cartelería de la localidad, conseguimos llegar al punto de información del lago. Aparcamos y solicitamos consejo para bañarnos. Aunque el estanque es extenso, en la República Libertaria Catalana todo está tremendamente regulado y los únicos que pueden bañarse donde quieren son los patos y demás fauna. Los puntos de baño permitido son escasos y, la mayor parte de ellos, en el País Capitalista Catalán, son de pago. Empezamos a caminar por el borde del lago. La primea zona de baño es de acceso hostelero: para poder bañarte has de consumir. La segunda es privada, del Club Natación de Banyoles (la filosofía asociacionista deportiva de clubes siempre ha tenido un marcado espíritu de exclusión que distingue y privilegia, o no, entre socios y no socios; se trata de un fenómeno sociológico muy interesante característico de la cultura occidental de los tres últimos siglos, bastante presente en toda España, aunque su máxima expresión puede que se dé, por lo avanzado del fenómeno en sus inicios, en Cataluña). Un buen rato después, por fin, llegamos a una zona de acceso libre, que nosotros decidimos denominar la de los pobres, en la cual había evidente diversidad de nacionalidades y ruidosa convivencia de lenguas, con el catalán y el español como claramente dominantes. Nos bañamos, nadamos y nos recreamos con las estupendas vistas del entorno desde el agua. Montañas en el horizonte, colinas boscosas cercanas y una ribera salpicada de vetustos palacetes de aspecto decadente que evocan momentos de solaz en tiempos pasados.

El modesto y económico alojamiento que encontramos allí nos trató muy bien, incluida su cena y desayuno.

Port Vendres.

Cae la tarde en Banyoles.

 

10-VII, Banyoles - Saint Girons 345km.

Seguimos con sol. Tomamos dirección Besalú para atravesar la Garrotxa. Tenía muchas ganas de conocer este territorio que, he de reconocerlo, me lo había imaginado muy diferente, bastante más árido y seco. Por lo que pudimos observar, es una comarca completamente ocupada por montículos de gran entidad (colinas), completamente tapizados de masa boscosa muy tupida. Surgen masías de vez en cuando. Las cumbres son múltiples y con perfil muy marcado, sugiriendo bastante pendiente en sus laderas. Sabemos que muchas de ellas son volcanes extinguidos y, de hecho, al saberlo, quieren parecerlo, pero si uno no lo supiera, podría pasar por allí sin enterarse de ello. Echo en falta la posibilidad de poder insertar una ruta a pie, caballo o BTT para poder visitar y conocer algún cráter, pero no tenemos tiempo para ello en este viaje.

Intentamos conducir por la antigua nacional, pero nos lleva de rotonda en rotonda sin separarse de la autovía, así que, finalmente, nos conformamos con esta para llegar hasta Olot. Desde allí continuamos hasta Ripoll, donde todo cambia de forma evidente, se vuelve claramente alpino. Los pueblos buscan una coqueta apariencia de montaña, e iniciamos un eterno y entretenido ascenso hasta coronar la Collada de Toses (1790m), donde se encuentra el desvío hacia La Molina. Encontramos todo el puerto casi sin tráfico y nos genera un disfrute total. El paisaje de alta montaña salpicado de abetos y con variadas vistas a cumbres y barrancos es magnífico, y el repertorio de curvas divertidísimo. Ascendiendo, alcanzo a una pareja de motos y les sigo hasta coronar. Ritmo vivo sin excesos, muy agradable. Arriba descansamos tomando una kombucha, haciendo balance del magnífico tramo y decidiendo por dónde proseguir.

Continuamos enlazando cientos de curvas entre abetos sin perder apenas altura, hasta que comienza el descenso hacia Puigcerdá. La carretera está en excelente estado y no hay tráfico. Obviamos pasar a Llívia, anacrónico enclave del que, quien quiera saber más, recomiendo se lea: Sergio del Molino: “Lugares fuera de sitio. Viaje por las fronteras insólitas de España” (Espasa. 2018). Y continuamos ascendiendo a Font Romeu. La ascensión cruza la frontera de forma imperceptible y se inicia atravesando algunas aldeas. Resulta relativamente breve y con radios de curvas bastante amplios, permitiendo rodar a cierta velocidad. Encontramos un magnífico paisaje muy abierto. Font Romeu es un claro complejo turístico de montaña. En su día fue famoso por las concentraciones de altitud de algunos equipos deportivos, como fue el caso de La Vie Clarie con Bernard Hinault a la cabeza. Por ahí circulan fotos de él practicando BTT y esquí de fondo.

El posterior descenso apenas parece tal en sus inicios. Comienza circulando entre diferentes áreas de esquí de fondo y continúa atravesando una especie de altiplano de pastos, circuitos de fondo, trampolín de saltos de esquí, aeródromo, etc. No hay nadie circulando y es todo tan hermoso que hasta a la carretera parece darle pereza empezar a descender. Eso sí, una vez que lo hace, con moderación en la pendiente, da la impresión de no acabar nunca. Son kilómetros y kilómetros de carretera muy estrecha en constante dibujo de curvas siguiendo el curso del río Aude. Aquello nos aporta un prolongado éxtasis de conducción. Pasamos, progresivamente, de un entorno alpino a un mundo de bosques, seguido de un desfiladero, una sucesión de pueblos con baños y las radicales Gorges de Saint Georges. Finalmente nos detenemos en Axat: helados y café, descanso, vestirse de verano y retomar parte de la ruta del día anterior en sentido contrario. Quillan, su revirado ascenso y pocos kilómetros hasta Belesta. Allí dejamos lo conocido y tomamos una carretera estrecha y secundaria hacia Montségur. La cinta de asfalto se va estrechando y empinando a medida que nos aproximamos a una cumbre con una fortaleza en su cúspide. Parece lejana y totalmente inaccesible, pero la carretera se empeña en serpentear por un vallecillo en su dirección. Cuando empieza a ascender, lo hace con ímpetu y horquillas muy cerradas. Primero alcanza el pueblo del mismo nombre, cuyas calles las forman hileras de casas levantadas sobre las curvas de nivel de la ladera. Después llegan algunos ángulos de primera y un aparcamiento con centro de visitas. Pese al calor, ya que estamos allí, decidimos vestirnos muy de verano y visitar la fortaleza en ruinas. Es de pago, hay que remontar unos 200m de altura en 700m de recorrido. Todo ello bajo un sol de justicia, aunque parte del camino goza de la sombra de un bosquecillo. Las vistas desde allí son magníficas en 360 grados, y se extienden al norte por las llanuras de Languedoc. Aquel fue el último refugio Cátaro, cuando la ofensiva bélico-religiosa combinada del rey de Francia y el poderío papal fue acorralando al catarismo. Allí los sitiaron y allí acabaron quemándolos en la hoguera.

Sobre el catarismo ha habido bastante publicación histórica, y el tema ha acabado resultando un asunto de tendencia en tiempos recientes. Personalmente me he encontrado evidentes referencias al fenómeno en varias novelas. En “La cuadratura del círculo”, de Álvaro Pombo (Anagrama, 1999), se contextualiza la historia de este fenómeno y aparecen varios personajes históricos implicados como miembros de su trama novelesca. Sin embargo, si hay un autor que ha centrado la mayor parte de su obra en los cátaros, destaca la figura de Peter Berling. Este orondo alemán ha actuado en películas tan ligadas a su obra escrita como Aguirre la cólera de Diós, El nombre de la Rosa, La última tentación de Cristo, o La Pasión de Cristo (entre otras). Sin embargo, lo que le hace especialista en el asunto de los cátaros es una pentalogía de novelas a la que ha denominado Los hijos del Grial. Con la primera Los hijos del Grial (1991), el lector ya se hace un máster en catarismo. La descubrí en una época en la que leía bastante novela histórica. La recuerdo larga, entretenida, aventurera, interesante y fundamentada. Tanto es así que incluso leí la segunda (Sangre de reyes, 1993) y lo que me parece aún más recomendable: El Obispo y su Santo, una interesante novela epistolar que, fuera de la pentalogía y sin que los cátaros sean el asunto principal de su contenido, sí que aparecen de forma complementaria. En la época de mayor éxito de ventas de su primera entrega de la pentalogía, el propio Berling ejerció de guía turístico por el País de los cátaros. Llevaba a selectos grupos de turistas en microbús, dando cuenta del territorio, su historia, su novela y… los vinos y la gastronomía de la zona.

Terminada nuestra visita, vestidos de verano, descendemos por otra carretera secundaria hasta retomar la carretera hacia Foix y, desde allí, desandando parte de la aproximación del primer día, hasta Saint Girons, donde tenemos reservada una habitación en un camping. El edificio está a la sombra, rodeado de bosque, en ladera y con vistas muy agradables. Se agradece el refrescante baño en la piscina y nos cenamos unas suculentas piezas de cordero presentadas sobre una tabla en vez de plato. ¡Una fantástica jornada motorista!

Collada de Toses

Al salir de Font Romeu.

Un semáforo en pleno descenso para atravesar las Gorges de St. Georges en sentido único.

Allá arriba, las ruinas del castillo de Montségur.

Entrada principal al último refugio cátaro.

 

11-VII, Saint Girons - Lurbe St. Christau 336km.

Empezamos la jornada deshaciendo parte del viaje de ida. Concretamente hasta St. Gaudens, y nos sobra porque es un trecho largo, ya conocido y, ahora, con un tráfico bastante pesado. En St. Gaudens nos desviamos hacia Lannemezan. Haber realizado esto por carreteras más secundarias y cercanas a la cordillera hubiera resultado más bonito y entretenido, pero ello hubiera demandado mayor número de días de viaje. La suerte quiere que haya amanecido nublado, así que las incontables rotondas y los camiones son algo más llevaderos que con calor. Es el eje pirenaico francés, que nos es necesario para ganar graduación hacia el oeste.

Virando hacia el sur, seguimos indicaciones hacia St. Lary Soulan. Lo que empieza siendo un entorno campestre se va transformando en alpino. Lo hace el paisaje y lo acompaña la arquitectura rural. El tráfico es mucho menor, pero no llega a ser mínimo en ningún momento. Hasta Arreau, se nota que es preferentemente local o laboral, mientras que desde allí prevalece el turístico. St. Lary Soulan es una villa de claro enfoque turístico de montaña. De verano y de invierno. Senderismo, actividades acuáticas, montaña, esquí, etc. Muestra mucha oferta hostelera y, a la derecha, encaramada a un recodo rocoso elevado, puede verse la estación de esquí de St. Lary. La localidad se encuentra rodeada de cumbres muy altas a ambos lados y hacia el fondo (el sur).

El ascenso del puerto de Bielsa tiene un tráfico denso y muy lento. Además, sufrimos un par de retenciones por dos motivos diferentes. Descartado un disfrute de conducción relativamente deportiva, optamos por ese otro tipo de placer motociclista que consiste en rodar suavemente pudiendo contemplar todo el entorno sin que el techo de un coche te limite la visión. El puerto zigzaguea radicalmente al principio, para más tarde adentrarse por un herboso valle elevado, flanqueado por sendos cordales rocosos de mucha altura. Es muy bonito y da una gran sensación de alta montaña. El túnel de Bielsa es muy largo, estrecho, frío e imponente. No apto para gente que sufra claustrofobia. Cuando lo pasamos, está funcionando con circulación alternativa de sentido único.

Ya en el lado español el calor aprieta mucho más. Descendemos siguiendo al Cinca, que por las alturas tiene un color azulado o grisáceo (como el de los torrentes que provienen de los glaciares). Es un río que conozco bien en diferentes tramos de su recorrido. ¡Tan distinto aquí de su final en Mequinenza! Por su curso no encontramos tráfico y podemos acelerar en una carretera amable y de giros más abiertos. Descansamos a la sombra en un porche en Salinas. Después, rodamos por los amenazadores extra plomos excavados en la roca del Congosto de las Devotas, y llegamos a Escalona. Aunque nos metemos por el desfiladero de los Bellos, encontramos cortado el acceso al cañón del Añisclo, así que iniciamos una ruta alternativa hacia Fanlo. Es una auténtica cabalgada: carretera de montaña muy estrecha y bacheada, con un trazado muy retorcido y fuertes desniveles. Sobrevive entre laderas abruptas y con vistas a cañones y barrancos. Aquí sí que parece que viajamos casi a caballo. Es un paraje muy aislado con apenas un par de aldeas minúsculas en muchos kilómetros. Con moto de tipo trail disfrutas de un galope agradable que no envidia el circular por una pista de tierra, pero Jesús, con una moto convencional de carretera, sufre un incómodo trote. En un mirador sobre el Añisclo nos encontramos a un grupo de moteros veteranos y sin complejos, las monturas que llevan lo dicen todo.

Desde Fanló nos encaminamos hacia Servisé, la carretera mejora un poquito, pero sigue siendo muy de montaña. Es a partir de Broto cuando cambia ostensiblemente. Todavía de montaña, pero ya con estándares de anchura y firme normales. Todo el tramo anterior y el siguiente los disfrutamos sin circulación. Desde Broto a Bielsa podemos correr más y lo pasamos bien de modo diferente. En medio, destaca en túnel de Cotefablo (de mal recuerdo para el ciclista Ruimund Dietzen, porque se accidentó allí durante la Vuelta a España de 1989, a consecuencia de lo cual tuvo que dejar el ciclismo profesional). Y en Gavín paramos a comer un excelente menú del día.

En Bielsa tomamos dirección norte para ascender el Portalet dejando Lanuza (cuyo escenario de conciertos se ha magnificado ostensiblemente 28 años después), los desvíos a Panticosa, Sallent de Gállego y Formigal a la derecha. Coronamos a la vista de las herbosas laderas de ese paso pirenaico. El valle de Tena es hermoso, pero su carretera no. Especialmente si la comparamos con la variedad de paisaje y trazado de la vertiente francesa. Se trata de un descenso muy largo y más estrecho y cerrado. Las sombras y la orientación garantizan frescor. Empieza con paisaje y trazado de alta montaña. Continúa con una vaguada de poca pendiente, surcada por un arroyo y rica en pastos de altura y en ganado suelto. Las curvas entre las brañas son engañosas y delicadas. Tienen visibilidad, pero sus radios tienden a cerrarse. Más adelante se alcanza la zona del embalse y la presa, es un tramo de curvas muy cerradas y horquillas en la foresta. Acaba con un desfiladero sombrío y rocoso, antes de llegar al famoso cruce que daría acceso hacia la ruta Aubisque – Soulor – Torumalet, en Laruns.

Seguimos hacia el norte hasta el desvío al Col de Marie Blanque. Lo encontramos con niebla. La ascensión es muy estrecha y revirada, un puerto de conducción muy lenta. La otra vertiente nos parece más sencilla. Nos deja en Lurbe St. Christau, donde tenemos nuestro alojamiento. El lugar causa una buena impresión que posteriormente no se ve confirmada. La habitación es normal, pero los motivos y libros religiosos y de temática extraterrestre, unidos a una decoración fantasiosa basada en pavos reales y a un personal algo siniestro, nos causan cierta desazón. La cena es lamentable. Pese a todo, amanecimos para contarlo.

En ruta hacia Fanlo.

Encuentro motero en un lugar alejado de todo.

Vista del cañón del Añisclo

Jesús coronando el Portalet.
 

12-VII, Lurbe St. Christau - Ribamontán al Mar 403km.

El desayuno no ayuda a mejorar nuestra mala impresión sobre el alojamiento. Malo, cutre y mal atendido. Fuera llueve un poco, el día presenta bruma y, lo peor, el suelo está empapado. Nos ponemos ropa de agua desde el momento de la salida. Rodamos tranquilos hasta Arette e iniciamos el prolongado ascenso a La Pierre Saint Martin. Lo hacemos con enormes precauciones. Afortunadamente no hay nada de tráfico, pero el asfalto está empapado, presenta algunos charcos y una intimidante acumulación de hojas semidescompuestas de apariencia muy deslizante. Así pues, suavidad de conducción y poca inclinación. Este puerto tiene una carretera muy estrecha y multitud de horquillas muy cerradas. En cuanto alcanza desnivel, la boñiga del ganado empeora mucho el estado del firme. Daría lo mismo que no fuera así porque la bruma se convierte en densa niebla y, aunque estuviese seco, la visibilidad alcanza pocos metros. Lo positivo es que la línea discontinua que marca el eje de la calzada está muy reciente y orienta bien, lo mismo que, en los kilómetros finales, la proliferación de postes laterales para cuando hay nieve. El puerto es precioso, lo recuerdo de la otra vez, un salpicado ponderado de arbolado, rocas y pastos. Ahora se nos presenta húmedo y fantasmagórico, con otro tipo de hermosura, casi atlántica.

Apenas a dos kilómetros de la cumbre empieza a clarear, aumenta la visibilidad y el asfalto está seco. Arriba, la temperatura es cálida y la niebla se limita a tímidos jirones que apenas se atreven a adentrarse en las laderas navarras. La bajada es, pues, mucho más rápida y divertida. La hacemos desprovistos de las prendas impermeables. Magníficas vistas de un Pirineo de menor altitud, pero mayor despoblación aparente. También la carretera es mejor, así que damos algo de rienda suelta a nuestras cabalgaduras y disfrutamos con ellas. Empalmamos el valle de Belagua con el paso por Isaba, el desfiladero intermedio y el valle de Roncal.

Ya en campo más abierto aceleramos la marcha gracias a las carreteras navarras y unos radios de curva cada vez más amplios. Atravesamos los estrechamientos de la Foz de Burgui y la de Sigüés, y giramos hacia el oeste incorporándonos a la vieja conocida carretera del embalse de Yesa, con sus múltiples curvas, hasta que, a la altura de Tiermes, tomamos la autovía hacia Pamplona. Acaba nuestro viaje, no es cuestión de buscar alternativas, llevamos miles de curvas a cuestas, inclinando a diestra y siniestra. Pamplona, Vitoria, Bilbao y a casa. El día nos respeta, hace bueno, pero sin exceso de calor, algo de viento en algunos tramos, pero vamos satisfechos del viaje y descansamos en un par de breves paradas.

Col de La Pierre St. Martín (ya Belagua), salimos de la densa niebla.

Valle de Belagua.

Si alguien pretende hacer un viaje completo por los Pirineos en moto debería tomarse mucho tiempo. Es un territorio enorme y complejo. Tiene muchas variantes y alternativas, y sus kilómetros son muy lentos. Hay que ir preparados para el frío y el calor. De tener todo el tiempo disponible, lo más completo sería dibujar un trenzado entre Francia y España (Andorra incluida) pasando de un lado a otro en cada puerto y regresando al punto de partida con el trenzado opuesto. De no hacerlo así, el motorista se perderá, necesariamente, los tramos de puertos laterales, como el Tourmalet y otros pasos a ambos lados. Todo esto, en cualquier caso, podría ser completado con excursiones sin salida como Panticosa, Valle de Pineta, Circo de Gavarnie, etc. De definitiva… una quincena o más, y eso sin incluir excursiones a pie, caballo, kayak, etc. Lo dicho, la moto es, simplemente, una forma complementaria de conocer los Pirineos. Un modo muy adecuado para recorrerlos a fondo de modo general y llevarse una buena idea geográfica de la cordillera. Para lo demás, lo mejor es volver a ellos muchas veces en diferentes estaciones.

Nuestro viaje fueron 1912km, más los 2165 del alejado viaje anterior, suman 4077km de Pirineos en moto. Y con eso no lo he visto todo (aunque otras incursiones menos monotemáticas si me han ayudado a rodar por algunos otros sectores).


JOHN IRVING FUE MOTERO

Recientemente tuve ocasión de viajar a y por Nueva Inglaterra. Una semana en Boston y otra conduciendo (en coche) y visitando parques natura...