miércoles, 7 de junio de 2023

ARCHIVOS CULTURALES VESPA

Aunque en otros artículos ya incluí muchas referencias culturales relacionadas con las Vespas, llega el momento de añadir otra entrega con nuevo material que he ido descubriendo con el paso del tiempo. Lo anterior puede encontrarse en el índice de Viajar inclinando. Tanto en el apartado dedicado a Vespa, como en las entradas relativas al cine, en las que se hace referencia a las películas Vacaciones en Roma, Quadrophenia, Querido diario (Caro Diario) y Enrico Piaggio: un sueño italiano. Aquí lo que presento es una nutrida selección de contenidos culturales de diversas épocas y disciplinas artísticas.

El decorador que llegó en una Vespa.

«Recuerdo a Francisco Muñoz Cabrero, Paco, mostrando una pieza de Eduardo Chillida en la casa museo que compartía con su esposa, Sabine, en Pedraza (Segovia), y contando la anécdota de que se la había comprado por apenas cinco duros de los de entonces. También como un hombre bueno, muy respetado y extraordinariamente preocupado por la estética, mientras enseñaba con orgullo obras de Tapiès, Palazuelo, Saura, Millares u Oteiza, a quienes había organizado las primeras exposiciones de arte abstracto, tras los años más duros de la posguerra». Aurelio Martín. Necrológica El País 25 nov 2009.

Y es que escultor y decorador habían sido amigos y compañeros en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, que abandonaron al ver que sus profesores les decían que no sabían dibujar. Por cierto, que no fueron los únicos artistas que salieron de aquella escuela antes de tiempo. Paco Muñoz, el decorador, nació en Santander en 1925. Claramente seducido por la expresión artística en general, también lo intentó en la Escuela de Cine, en 1949, pero sus estudios se vieron interrumpidos un par de cursos después, por falta de alumnado. El caso es que, siempre en facetas directamente relacionadas con la estética y la sensibilidad artística, acabó centrándose en la decoración y el diseño de interiores. Su figura es históricamente reconocida por la creación de la empresa Casa & Jardín, pionera en España en ese campo. Su éxito, el de ambos (empresa y decorador), alcanzó rango internacional gracias a las diversas colaboraciones con firmas de reconocido prestigio, y al trabajo por encargo de millonarios, famosos, gobernantes de primer orden, artistas, etc. El Pabellón del Príncipe don Felipe (antes de ser coronado Rey), cerca del palacio de la Zarzuela, fue decorado, entre otros, por Paco Muñoz. Comercialmente, su tienda madrileña Darro se convirtió en todo un referente para la venta de muebles y enseres para un público selecto y exigente, conformando lo que actualmente se entendería como un showroom.

El encantador pueblo segoviano de Pedraza (monumento nacional) fue uno de los escenarios principales de su vida. La concesión del título de hijo adoptivo de la localidad no fue casualidad ni capricho porque él fue un agente importante en el proceso de conservación del municipio. Allí vivió largo tiempo, y allí falleció a la edad de 84 años. Lo hizo, el formar parte del vecindario, ocupándose, entre otras muchas tareas, de dirigir y aconsejar el tratamiento, rehabilitación y conservación de muchas casas del pueblo, desde el punto de vista estético, además de implicarse generosa y activamente en la protección del conjunto histórico y artístico. Uno de los factores que ayudó a la consolidación de Pedraza como núcleo de conservación y desarrollo estético sostenible fue la creación de empleo relacionado con la artesanía, algo en lo que puso bastante de su parte a través de la fundación de establecimientos como De Natura (mueblería ubicada en una casa palacio del siglo XVII) y Estaños de Pedraza (escuela taller), o catalizando proyectos como Conciertos de las velas. Cuentan que todo este tipo de acciones iban acompañadas de buenas dosis de ayuda personal para que otros emprendieran proyectos, así como de un talante marcadamente pedagógico, en el sentido de que querer educar a la vecindad.

Si tenemos en cuenta la época que le tocó vivir y que tendría unos 25 años, aproximadamente, cuando conoció Pedraza y quedó enamorado de su casco urbano, no debería extrañarnos que lo hiciera a lomos de una Vespa. Y es que estas eran entonces uno de los motores de movilidad en la realidad española, y porque, no sería descabellado pensar que el mismo diseño de las Vespas fuera del agrado de una personalidad tan sensible para la belleza del diseño práctico. Su llegada motorizada a la localidad medieval debió producirse sobre 1949, y resulta agradable imaginar al joven ascendiendo hacia el centro del pueblo, dejando atrás el moderado petardeo de la moto mientras contemplaba, admirado, casas y ruinas alrededor, con la brisa acariciándole una cara y un pelo tal vez descubiertos. Otros tiempos.

Dos ejemplos de diseños de Muñoz. (Imagen: casadecor.es).

Paco Muñoz con Sabine y un labrador en 1992. (Imagen: Amparo Garrido para House Garden).

El hogar de ambos (auténtico museo habitable). (Imagen: theartoftheroom.com).

El alcalde visionario.

«Uno de aquellos que acudieron a Madrid en busca de favores fue Pedro Zaragoza, alcalde falangista de Benidorm, que la leyenda dice que realizó el viaje en Vespa en 1952 y consiguió el acuerdo del dictador para autorizar el uso del bikini en las playas de la localidad alicantina, saltándose las presiones de la Iglesia católica». (Andrés Rubio, en España Fea).

Ese viaje, del que enseguida hablaré, lo desmiente completamente un tal Juan Ríos Carratalá en su libro De mentiras y franquistas. Como en el momento actual uno, en cuestión de información, no puede fiarse de nadie, no me ha quedado más remedio que consultar algunas voces más y de dicha manera acabé llegando a los testimonios de algunos descendientes del protagonista.

Su hija, Pepa Zaragoza, avalaba sin fisuras la anécdota en Aquí del 5 de mayo de 2022, a través de una entrevista conducida por Nicolás Van Looy:

«Con los hijos fue una persona muy normal. Nosotros hicimos todo lo que quisimos… menos cuando llegó el bikini. ¡Con todo lo que él hizo por permitirlo! Que vengan en bikini todas las personas que quieran, ahora bien, mis hijas… ¡naranjas de la China! (ríe a carcajadas).

Decía usted que fue una persona muy bromista. ¿Fue la historia, convertida ya casi en leyenda urbana, de su viaje en Vespa a El Pardo su mayor broma?

¡No, para nada! Hay gente que, a raíz de la película que se hizo, han dicho que aquello no sucedió. ¡Claro que fue! Mi padre iba en Vespa a todas partes. Iba a Madrid, a Valencia…

En cuanto a ese viaje, fue Camilo Alonso Vega el que le puso en contacto con Franco y le dijo “Pedro, cuando quieras, tienes cita”. Él cogió la Vespa, porque es como iba a todas partes, se forró de periódicos y se marchó. Para él, era algo muy normal».

También lo corroboraba su hijo, Quico Zaragoza en Calvari (periódico local), el 6 de marzo de 2022:

«Periodista: ¿Es verdad lo que cuentan de que fue a Madrid en una Vespa a ver a Franco para que permitiera el bikini en nuestra ciudad?

Quico: Totalmente cierto. Y parece que era una idea peregrina ir en Vespa hasta Madrid. Pero había una red ferroviaria un tanto precaria, pocos coches, y no era muy descabellado moverse en moto (había gente por aquellos entonces que hacía el viaje de novios en una moto). El viaje tuvo lugar en el año 1953, propiciado por la amenaza de excomunión que se cernía sobre la cabeza de mi padre por tener una visión adelantada a su época. Y Franco dio el visto bueno. Desde entonces, les unió una gran amistad y Doña Carmen Polo visitó en varias ocasiones a mi familia en nuestro pueblo. Tenía un piso en primera línea en la Playa de Levante».

Las Vespas siguen ligadas a la familia Zaragoza. (Imagen: calvarielperiodicdelcordebanidorm.com).

Simpatías o rencores aparte, extirpando el hecho de todas las connotaciones históricas y políticas que pudieran rodearlo, puestos a creer a quienes lo relatan (que me son todos ellos desconocidos) me inclino más por dar la razón a los familiares que al autor del mencionado libro. Y creo que es la postura que pudieron tomar los responsables del magnífico y divertido corto que, cinematográficamente, relata el rocambolesco viaje de aquel alcalde a El Pardo, para entrevistarse con Franco y pedirle… algunas tolerancias delicadas.

«[…] A principios de la década de los 50, las primeras veraneantes del norte de Europa que elegían este destino para pasar sus vacaciones, comenzaron a vestir la prenda de dos piezas inventada sólo cuatro años antes por el francés Louis Reard para tomar el sol, ante la estupefacción de muchos vecinos y turistas nacionales. Una multa impuesta por la Guardia Civil a una viajera inglesa por llevar bikini precipitó que en 1952 Pedro Zaragoza, consciente de la importancia turística que tendría para Benidorm ser permisivo en este aspecto, firmara un decreto mediante el cual el municipio se convirtió en el primero en España en autorizar por escrito el uso del bañador de dos piezas.

El decreto del alcalde establecía sanciones contra aquellos que insultasen o importunasen a las mujeres que llevaran bikini tanto en las playas como en la calle, hasta que en 1953 comenzaron los problemas. Algunos vecinos denunciaron los hechos ante el arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, que inició el proceso para excomulgar al alcalde. Y entonces, consciente de los problemas que la excomunión le podían generar, el alcalde cogió su Vespa y, tras un viaje de ocho horas, se presentó ante el propio Franco para que mediara en su favor». (Raúl Tarrero Buitrón).

Dejo aquí la película, de 17 minutos, recomendándola encarecidamente, y adelantando una excelente valoración personal respecto al trabajo de los actores implicados.

Un par de amigos dan la vuelta al mundo.

También con connotaciones franquistas (inevitablemente muchas historias relacionadas con Vespas se enmarcan en el contexto de la dictadura), surge esta aventura juvenil, totalmente integrada en la época en la que se llevó a cabo: 1962. Sus protagonistas sabían muy bien lo que se hacían a nivel de ayudas, subvenciones, publicidad, valores declarados, diplomacia, etc. Unos cracks para su edad en aquel momento. Sería fácil establecer un paralelismo con muchos de los aventureros actuales y las estrategias en las que se basan hoy en día para captar su financiación o apoyos. En ambos casos se trata de vestir el proyecto con los atributos adecuados y de moda ideológica actualizada.

Aquellos dos jóvenes se llamaban Antonio y Santiago y, en 1964, dieron la vuelta al mundo sobre una Vespa. No una cada uno, sino juntos en la misma. El relato de aquella odisea fue publicado en su día. Afortunadamente, el único de los autores que sigue actualmente con vida cede desinteresadamente los derechos de edición del libro a Manos Unidas, gracias a lo cual, los interesados, hemos ido pudiendo hacernos con él en alguna de sus sucesivas ediciones. Esta es la referencia de la última:

Veciana Antonio y Guillén Santiago: “En 79 días. Vuelta al Mundo en Vespa”. (1964). 4ª Edición. 2022, Madrid.

En mi opinión, el libro no tiene verdadero valor literario sino documental y de testimonio. Describe suficientemente bien el viaje en pocas páginas y con bastantes fotografías. Lo hace con la intención del momento en presente (ahora pasado alejado) y la frescura e inexperiencia de la juventud, algo que incrementa su valor documental. De su lectura extraje varias conclusiones.

Los autores dotaron al proyecto de una importante carga simbólica a través de varios guiños nacionalistas (nacionalismo estatal, no autonómico o provinciano): completar el viaje partiendo el día de Santiago y finalizarlo el de la Hispanidad; denominarlo Operación Elcano; hacerlo a bordo de una Vespa bautizada como Dulcinea; replicando el itinerario de Phileas Fogg, pero en 79 días.

Especial mención cultural tiene un viaje previo hasta Figueras para que Salvador Dalí decorara la motocicleta con referencias autográficas a su persona y a Gala. De este modo, la moto en cuestión, revalorizada por la hazaña, acabó convertida en icono de la historia del arte (más como objeto autografiado que como obra en sí), se integró a la colección El arte de la motocicleta exhibida en la inauguración del Guggenheim de Bilbao en 1999 y, actualmente, forma parte del patrimonio del Museo Piaggio.

Dulcinea. (Imagen: museopiaggio.it).

Por todo los comentado inicialmente, la crónica del viaje hay que leerla bajo un prisma de contextualización en el momento y lugar en el que se produjo. Algunas de las dificultades técnicas que sufrieron sus protagonistas tuvieron que ver con viajar los dos, cargados hasta los topes, en una única Vespa 150. Ello fue una decisión táctica derivada de la prisa por ceñirse a un plazo tan corto, y que se aleja mucho del tipo de planteamiento que a otros nos hubiera gustado haber elegido de habernos lanzado a tan impresionante proeza. Me refiero a que da cierta lástima tal planteamiento, al convertirse en una sucesión de conducciones agotadoras (días y noches) sin apenas poder detenerse a disfrutar/conocer lo recorrido. En cualquier caso, el viaje tuvo muchísimo mérito, eso es algo indiscutible. Especialmente todo el trayecto asiático desde Turquía, así como en todo lo que supuso desde un punto de vista mecánico. A través de las fotos podemos disfrutar de una interesante exhibición estética en cuestión de atuendos: trajes (de americana y corbata) para las visitas oficiales e institucionales (las hubo entonces, lo mismo que siguen ahora vigentes); y todo un repertorio de estilo que en su día debía resultar de rabiosa modernidad y que, gracias a los bandazos a los que nos somete la moda, actualmente parecen incluso de lo más chic. Algo que puede verse en buzos, botas, gafas, shorts….

Las referencias de fe católica, que los protagonistas no esconden, han tenido su proyección en los tiempos actuales a través de las mencionadas ediciones desinteresadas posteriores, donadas como apoyo a la labor de Manos Unidas de Albacete. Lo mismo que el destino del dinero conseguido con la venta de la Vespa al Museo Piaggio.

El estilo narrativo del libro es directo y esquemático. El texto incluye bastantes anécdotas y muy buena colección de fotos. De su contenido, únicamente pretendo hacer mención de un fragmento de su itinerario, concretamente su paso por Afganistán:

«Las carreteras estaban en construcción, pero éstas estaban más avanzadas. Descubrí que yendo por la parte de la derecha se evitaba trepidar, pero de pronto se recibían sorpresas. Afganistán entero está haciendo sus carreteras. Las pagan entre Estados unidos y Rusia. Los afganos y su joven rey, Mohamed Zahir Shah, se dejan querer por ambos. […] Kabul sólo tiene luz eléctrica en el centro de la población. Estados Unidos y Rusia se disputan la simpatía de Afganistán y este interés se plasma en realidades que agradecen los afganos». (Cita del libro).

El nudo gordiano bélico, ideológico, humanitario, religioso y trágico que ha representado Afganistán la segunda mitad del silo XX y lo que llevamos del XXI parece una constante recurrente en los noticiarios internacionales. Su permanente conflicto es algo a lo que, lamentablemente, nos hemos ido acostumbrando. En la época de la invasión por parte de los EEUU (2001) cayó en mis manos una novela titulada Caravanas. Su autor, James A. Michener, es uno de mis escritores favoritos. No por su estilo literario, sino por el contenido de sus libros, que encuadro en lo que denomino novela geográfica o geografía novelada. Caravanas fue publicada por primera vez en 1963 y su trama se desarrolla completamente en Afganistán, en un ambiente militarizado con pujante presencia soviética, norteamericana y de la desestructurada estructura tribal local. Por ignorancia juvenil, no seguí con interés la invasión soviética previa (1978-1992) apodada el Vietnam soviético. Así que el libro de Michener me ayudó a contextualizar un poco más el origen de su realidad actual. Muchos años después, fue a través de un viajero en moto cómo descubrí parte del ambiente local a principios del siglo XX. Robert Edison Fulton Jr dio la vuelta al mundo en moto comenzando en 1932. Las descripciones dedicadas a su paso por Afganistán resultan intimidadoras y bastante esclarecedoras con respecto al talante guerrero, armado, tribal y medieval de sus habitantes. Su viaje quedó relatado en un libro muy recomendable que, afortunadamente, ha publicado recientemente la editorial La Mala Suerte con el título de Caravana de uno.

Los dos jóvenes en pleno viaje. (Imagen: Veciana y Guillén).

En Afganistán. Quizás algún día, con permiso de mi primo Eduardo, cuente sus aventuras en esos camiones. (Imagen: Veciana y Guillén).

En Roma, ataviados en versión diplomática. (Imagen: Veciana y Guillén).

Un popurrí artístico y cultural.

Julio Cortázar, escritor de prestigio internacional, tuvo, de alguna manera, cierta fijación con el desplazamiento motorizado por el asfalto. Me quedó claro con la lectura de Los autonautas de la cosmopista (1983), que coescribió con su pareja Carol Dunlop, con un resultado francamente friki. Se trata de un verdadero diario de viaje, pero ¡qué viaje! Su planteamiento fue conducir desde París hasta la Costa Azul por autopista, parando en ¡absolutamente! Todas las áreas de servicio y descansaderos de la misma. Paradas para dormir, comer o sestear, viviendo en una furgoneta. El viaje les llevó varias semanas, pues había días en que únicamente avanzaban dos o tres paradas, por lo tanto, muy pocos kilómetros. Pero Cortázar no aparece aquí por su furgoneta Volkswagen sino por una Vespa. Cuando empezó a vivir en París, Julio Cortázar se movía en una bicicleta a la que llamaba Aleluya. Disfrutaba con ella, se sentía libre y la mencionaba en sus cartas. Sin embargo, con algo de dinero reunido, en 1952 se compró una Vespa de segunda mano, buscando mantener la misma libertad y placer, pero pudiendo ampliar su radio de acción hacia otras localidades y territorios.

Pero un día, tratando de esquivar a una anciana que confundiendo el color de las luces de un semáforo cruzó la calle cuando no debía, el escritor realizó una maniobra brusca que acabó con la moto cayéndole encima. El accidente tuvo, al menos, un par de consecuencias. Primera, dio con el literato en el hospital, donde estuvo convaleciente bastante tiempo, con algunos episodios de delirios e inconsciencia, además de fracturas y heridas. Segunda, un relato basado en la experiencia y cuyo título reza La noche boca arriba. Se puede encontrar en PDF por la red.

A falta de fotos de Cortázar con su Vespa, he aquí una de carretera, con Carol Dunlop en alguna parada durante su viaje en furgoneta. (Imagen: elpais.com).

Hablando de escritores, hay un joven (al menos desde la perspectiva de mi edad) vasco al que conocí a través del ciclismo y que, aparte de escribir sobre muchas más cosas, lo hace con brillantez cuando trata el deporte del pedal. Previamente se rodó durante bastante tiempo sobre una Vespa. En un doble sentido: rodó con ella por toda España, y escribió sus andanzas en un blog. Se llama Vespaña y sigue operativo en vespana.blogspot.com. Lectura y fotos nos muestran un viaje singular y un poco quijotesco. Muy español e infinito, lleno de anécdotas y de encuentros. Y es que este país, por más que uno viaje por él, no se acaba nunca. Ni en el paisaje geográfico ni en el humano. Especialmente si el viajero acomete sus periplos a la lenta velocidad de sus pasos, su pedaleo, los trancos de un caballo o, incluso, el ronroneo de una Vespa.

Ander, sobre su Vespa (me consta que todavía la conserva y la ha mandado a restaurar). (Imagen: vespana.blogspot.com).

Ginés Marín, torero. Sin haberle seguido demasiado previamente, lo vi torear en la Feria de Santiago de 2022 en Santander. Corrida en solitario ¡seis toros seis! Lo hizo muy bien, con mucho oficio, profesionalidad y arte más que suficiente. ¡Triunfó! Lo traigo aquí a colación por su participación en un video promocional titulado La cultura del pueblo, en el que torero y Vespa se acompañan mutuamente en un guiño al pasado.


Ya que estamos con guiños a una España popular de tiempos pretéritos, vamos a recuperar un par de muestras de mediados del siglo pasado con protagonismo femenino ligado a la Vespa. Empezamos con los créditos iniciales de la película Canción de juventud. Estrenada en 1962 y con una jovencita Rocío Durcal como principal reclamo, comienza con una canción, mientras un grupo de nueve jóvenes motoristas, todas ellas a los mandos de Vespas, circulan por una carretera costera sin asfaltar, escoltadas por un Land Rover. No recuerdo que las motos vuelvan a hacer acto de aparición en el resto de la película, pero ese preludio escénico resulta sugerente.


Años antes (1956) otra estrella de la canción popular española, Celia Gámez, interpretaba el tema Las Vespas. Más conocida, quizás por existir en versión de video, es la interpretación que del mismo hizo Concha Velasco. La canción está plenamente dedicada a las Vespas, y en cierto modo constituye todo un himno de independencia y modernidad femeninas (siempre y cuando las mujeres a las que iba dirigido no perdieran su objetivo en la vida…). En fin, otros tiempos. En cualquier caso, conocí la canción en la segunda mitad de la década de los años ochenta, y no precisamente a través de ninguna de las vedettes nacionales más veteranas que yo, sino en una especie de tugurio madrileño que se mantuvo muy activo y marginal en el centro de la capital, durante los últimos estertores de La Movida. El local se llamaba el Scueto (o algo parecido) y algunas noches, a partir de bien avanzada la madrugada, abrían una especie de trampilla en el suelo del bar para que los parroquianos pudiéramos bajar a un sótano con forma de túnel abovedado con paredes de vetustos ladrillos rojos desgastados. Allí, sobre un mínimo escenario, actuaban grupos emergentes con números cómico-teatrales que oscilaban entre el cabaret actualizado y los gags alternativos, pasando por la recuperación de temas olvidados y muchas otras performances más. Y allí, una noche, sentada sobre una Vespa plantada de perfil hacia el público, una joven muy maquillada y guasona nos interpretó este mismo tema. El valor de su actuación queda demostrado por el hecho de que no me haya olvidado de aquello y haya sido capaz de buscarlo más de treinta años después gracias a internet. Dejo aquí la versión de Concha Velasco.


Pero voy a cerrar estos archivos con una muestra de arte mucho más contemporáneo. El pasado invierno visité una exposición que el artista Damián Ortega exhibía en Santander. Me gustó muchísimo. Compone obras tridimensionales a base de deconstruir objetos reales (algunos muy complejos) o figurados. En muchas de sus obras genera como una especie de expansión de piezas o partes que parecen salir despedidas en las tres dimensiones del espacio desde un núcleo emisor imaginario. Algunas ocupan mucho espacio y consigue montarlas colgando sus múltiples partes. Incluso el público puede llegar a deambular (con cuidado) por dentro de ellas. Era el caso de un VW Escarabajo despiezado que llamaba poderosamente la atracción de los visitantes, seduciéndolos e intrigándolos. Pues resulta que, aunque no estuviera expuesta allí, Ortega tiene otra composición similar partiendo de un modelo de Vespa. Se llama Miracolo Italiano.

Miracolo Italiano. (Imagen: crossconectmag.com).

Un detalle de la tercera unidad. (Imagen: Hans Erfurth en pinterest).

Y no lo puedo evitar... ¡No podía faltar Ibáñez!. Sin comentarios.

(Imagen: pensionelcalvario.com).



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