Nuestra cuarta edición de la Vespada se planteaba asequible en su duración (2 días) y cercanía (Cantabria y alrededores próximos). Mas que de distancia, planteaba un reto de verticalidad, ascender desde el nivel del mar hasta, casi, los 2000 metros de altura. Concretamente 1995, pero, como el desnivel acumulado de la primera etapa incluía algunas superaciones de cotas intermedias, damos por válido el 2km vertical.
Primera etapa.
Aquel día estaba anunciado como el gran calor del verano, una jornada puntual en la que en Cantabria se superarían, holgadamente, los treinta grados de temperatura en toda la provincia, algo raro, pero que se vio cumplido. Acometimos un recorrido tranquilo y bien diseñado para el objeto de nuestras excursiones y los intereses de nuestras máquinas, a saber, con muy poco tráfico y de rodar lento. Tras algunas carreterillas perdidas cercanas a la costa, a partir de Solares tomamos una antigua nacional que ha quedado totalmente descongestionada gracias a su desdoble por autovía, pero que presenta una evidente incomodidad. Resulta que casi toda ella ha acabado convertida en travesía de sucesivos pueblos, y a los responsables de la vía no se les ha ocurrido mejor sistema de control de la velocidad que sembrar todo su kilometraje de badenes, constituyendo todo un ejemplo de cómo proteger a los residentes locales a base de fastidiarlos. Fastidiar al tráfico y, de paso, a todos los vecinos que tengan que circular diaria y repetidamente por los molestos badenes. Ya digo que existen otros medios menos molestos que logren el mismo fin, pero no ha sido el caso de aplicación en esta carretera que nos llevó hasta Vargas.
En Vargas tomamos rumbo sur por la nacional, la cual, entre su tráfico veraniego y sus curvas, nos resultó llevadera, en el sentido de no sufrir el apremio de los que vinieran por detrás. Además, enseguida alcanzamos Puente Viesgo, cuya calle principal ahora es de uso mixto (peatonal y rodado) por lo que tiene un límite de velocidad extremo. Al salir de allí, rotonda, rumbo oeste y un moderado puerto de montaña de carretera nueva y solitaria. La Cosa rodó alegre en impetuosa tercera en la subida y ligera como el viento en la bajada. Poco antes de finalizar el descenso, desvío por una secundaria rural para alcanzar Los Corrales de Buelna y atravesarlo para tomar la antigua carretera de las Hoces la cual, además de hermosa paisajísticamente y de trazado, nunca está concurrida. De ella recorrimos sus dos grandes tramos de Hoces junto al río Besaya. Están separados por las rectas llanas del ensanchamiento que el valle presenta en la zona de Iguña.
Desde el principio, viajábamos en pantalón corto y camiseta. La velocidad y el viento reinante nos aliviaban algo del calor, pese a que sus soplidos eran claramente calientes. También nos habíamos embadurnado de crema protectora.
Alcanzada Reinosa, hicimos un primer repostaje preventivo y continuamos unos pocos kilómetros más hasta Fontibre, el lugar del supuesto nacimiento del Ebro, que no es tal, sino una surgencia procedente del Íjar, afluente que nace a los pies del pico Tres Mares (y de nuestro destino). Allí escogimos una mesa con algo de sombra para comer, dentro del parquecillo que rodea la surgencia fluvial. Fue el momento de mayor sensación de bochorno de todo el viaje. Nos tomamos nuestro bocadillo y bajamos a mojarnos pies, manos y cabeza en el río. Había bastante ajetreo de turistas en el icónico punto geográfico, significativo para los visitantes y casi cotidiano para nosotros. Después, un café en una sombra aireada nos sirvió de descanso antes de regresar a hacernos cargo de nuestros manillares.
Dos vespistas en el nacimiento del Ebro. (Imagen propia). |
Fontibre. (Imagen propia). |
La ascensión al collado de la Fuente del Chivo fue una auténtica gozada. Nada de tráfico, sol, y una brisa de cierta intensidad que, a medida que ganábamos altitud, se iba templando e incluso, arriba, refrescaba. La carretera atravesaba primero el lecho del valle de Campoo. La he recorrido cientos de veces, así que me la sé de memoria, aunque aquella era la primera vez que la transitaba en Vespa. Una vez remontando desnivel (a partir del puente de Riaño) la moto me pidió circular en tercera, menos velocidad, pero buena sensación de brío y un agradable trazar en las curvas más marcadas. Alcanzado el poblado de Brañavieja, ya en Alto Campoo, la carretera se empina. Primero bastante, y, llegados a la base del telesilla del Chivo, mucho. Desde allí, ascenso en segunda, teniendo incluso que meter primera a la salida de tres horquillas muy cerradas que afrontan sus respectivos muros una vez trazadas. Sabía lo que era porque lo he ascendido en bicicleta en algunas ocasiones, pero las motos no se quejaron y cumplieron como campeonas.
Las tres Vespas en el punto asfaltado más elevado. Collado de la Fuente del Chivo. (Imagen propia). |
Coronado nuestro objetivo, la brisa era casi ventolera y se estaba allí fenomenal. El magnífico paisaje era el de siempre, aunque algo difuminado por la humedad provocada por la evaporación que el calor de aquel día generaba. Nos recreamos un rato contemplando el paisaje, en especial al valle de Polaciones (alto Nansa) y la herradura de la estación de Alto Campoo, con el cercano pico Tres Mares (origen del Ebro) ejerciendo de extremo de todo el cordal. La ascensión había resultado gozosa, así que no había mucha prisa por dejar pasar su recuerdo con el descenso.
Valle de Polaciones desde el Collado de la Fuente del Chivo. (Imagen propia). |
Mis dos compañeras de ruta en nuestra "cima". (Imagen propia). |
Las Vespas con el pico Cuchillón al fondo. (Imagen propia). |
Pero también la bajada resultó placentera. El ronroneo del motor dejándose llevar por la inercia y la pendiente, sin apenas necesidad de acelerar y, superadas las tres horquillas más cerradas, tampoco tener que recurrir, casi, a los frenos. A medida que las Vespadas se vienen sucediendo, mi conocimiento y familiaridad con el uso del peculiar sistema de frenado de la Vespa Cosa van mejorando, ganando confianza y eficacia. Lo mismo que en su mantenimiento.
Descendido el puerto y atravesada la llanura del valle de Campoo, recorrimos un poco de las Hoces hasta Pesquera, donde nos instalamos para pernoctar. Allí disfrutamos de una tarde y noche maravillosas. Ante el calor reinante, nos pusimos los bañadores y nos fuimos a bañar a una poza umbría y profunda sobre la que cae la cascada de la presa del antiguo molino. Había allí ambiente de chiquillería saltando desde las alturas hacia el punto más profundo. El agua estaba fría. No tanto como en otras ocasiones en las que sumergirse tiene verdadero mérito, pero sí lo suficiente como para que, tras varias zambullidas, el cuerpo bajase su temperatura y la mantuviera fresca durante algunas horas posteriores.
En pleno baño refrescante. (Imagen propia). |
A la vuelta del baño, nos servimos unos vinos blancos y salimos a sentarnos a la sombra en el jardín. La luz, la temperatura, el agitado revuelo de los pájaros en el río y una cálida brisa que hacía volar las semillas de polen por el aire nos hacían recordar y sentirnos como si estuviéramos instalados en alguna aldea perdida de la Toscana más norteña. El vino en cuestión era un Eustaquio (con la vitola de aquel señor conduciendo una Vespa azul) elaborado con uva treixadura. Nos lo servimos muy frío, nos supo a gloria y dinamizó nuestra tertulia. Cayendo la tarde paseamos hasta el corazón del pueblo de Pesquera. En el bar de la antigua bolera nos pedimos una ronda de blancos y nos sentamos al aire libre, donde saludamos a varias personas locales conocidas. Más tarde, al regresar a nuestro barrio, nos encontramos con algunos familiares con los que nos detuvimos a charlar, y acabamos cenando en el mesón. Buena comida y un ambiente muy de esa España profunda que parece estar en vías de una extinción que no acaba de consumarse o, si acaso, en vías de transformación.
Máquinas y motociclistas disfrutando de la tarde. (Imagen propia). |
¡Como en la Toscana! (Imagen propia). |
Segunda etapa.
Tras un sueño profundo nos pusimos en marcha. Llovía algo, aunque más bien se trataba de una niebla tan densa que empapaba al haberse instalado acompañada de sirimiri. Así que, más pertrechados que el día anterior, nos plantamos en Reinosa para desayunar en una clásico de la hostelería local: Vejo. Buen café y diferentes opciones en un local que estaba repleto de gente. Más abrigados todavía, salimos de allí por Requejo y tomamos la antigua carretera nacional que, entrelazándose con la autovía, se mantiene desierta de vehículos. Pasado el puerto de Pozazal, la niebla desapareció dando paso al sol, aunque sin, afortunadamente, tanto calor como en jornadas precedentes.
Parada matinal en Reinosa. (Imagen propia). |
En Aguilar de Campoo tomamos rumbo este-sureste. Tras varias rotondas iniciales, sufrimos algo de tráfico amenazante con coches y camiones con prisa durante algunos kilómetros hasta que la aparición de un nuevo tramo de autovía nos dejó la carretera para nosotros. Fue, aproximadamente al finalizar ese tramo y volvernos a reunir con el tráfico general, cuando cometí un error de navegación por exceso de confianza y falta de consulta y nos pasamos de largo el desvío que debería habernos llevado a Sargentes de la Lora para visitar el Museo del Petróleo. Pagamos aquel error con dos pequeñas penalidades: tener que dejar la visita para otra ocasión, y sufrir un prolongado exceso de tráfico algo amenazador durante varios kilómetros, hasta un nuevo desvío por el que huimos muy tranquilos hacia la antigua nacional de Burgos a la altura del Páramo de Masa.
Por allí hacía calor. No tanto como el día anterior, pero sí lo suficiente para quitarnos ropa. Por el error nos habíamos llegado a plantar a escasos 40 kms de Burgos. La nueva ruta modificada resultó muy agradable porque la carretera, pese a sernos sobradamente conocida, tiene mucho encanto y estaba muy poco transitada. Nos llevó por las llanuras esteparias y mesetarias del Páramo de Masa, y por los imponentes Cañones del Ebro. Repostamos, combustible y refrescos, en Quintanilla de Escalada. El tramo previo, y gran parte del posterior, forman parte importante de la que yo denomino ruta Delibes, aquella que, inicialmente en bicicleta y posteriormente en moto, completaba el escritor desde y hasta Molledo, hasta y desde Sedano, cada verano, para ir a pasar unos días con su novia (posteriormente su esposa). Yo mismo tuve el privilegio de recorrerla en bicicleta hace años con toda la familia del escritor, en un evento, entonces privado y familiar, en el que me sentí maravillosamente acogido.
El paso por la vertiente norte del puerto de Carrales, pese a lo fugaz del mismo, fue ideal para las Vespas. Por su sombra de frondoso bosque y porque los radios de sus curvas son tan cerrados que resultan deportivos incluso para motos tan poco empoderadas. Pocos kilómetros después, dejando a nuestra izquierda el embalse del Ebro, tomamos la estrecha cinta de asfalto que, eludiendo el puerto del Escudo, asciende hacia el de la Matanela (o Magdalena, según versiones). Allí estaba encaramada una densa niebla. Esta no empapaba, pero era mucho más cerrada que la matinal, reduciendo ostensiblemente la visibilidad. Afortunadamente, por allí no circulaba ni Blas. Se produjo entonces uno de esos momentos mágicos de la conducción que, de haber sido bien filmado, podríamos haber titulado Vespas en la niebla. Las tres scooters rodando tranquilas y algo separadas atravesando una densa niebla mediante una carretera perdida y escondida, la mayor parte del tiempo, en el bosque. Precisamente, por el efecto del contraste, la visibilidad resultaba mucho mejor cuando había bosque que cuando este desaparecía y los prados no servían para ejercer de fondo visual.
Por el puerto de la Matanela. (Imagen propia). |
En ruta. Climatología de lo más variada en dos días. (Imagen propia). |
Reagrupamiento en la niebla. (Imagen propia). |
Habiendo perdido ya cierta altitud en el descenso, que es tranquilo y fácil, la niebla desapareció y nos mostró el espectáculo de los valles pasiegos en plenitud. Hacía muchos años que no pasaba por la zona de San Pedro del Romeral, y me sorprendió la cantidad de cabañas típicas pasiegas que han sido restauradas, rehabilitadas o acondicionadas con buen gusto y mucho respeto etnográfico. En San Pedro paramos a comer en un bar a base de picoteo. El resto del descenso siguió siendo hermoso, tranquilo y sin tráfico.
Los tres viajeros en San Pedro del Romeral. (Imagen propia). |
Cabaña pasiega. (Imagen propia). |
En los valles pasiegos. (Imagen propia). |
(Imagen propia). |
Llegados al lecho del río Pas, giramos hacia la derecha para alcanzar la Vega de Pas. No nos detuvimos y encaramos el ascenso y descenso del puerto de la Braguía. Un nuevo encuentro con la niebla y bastante humedad, aunque, llegados a Selaya, volvimos a libranos de las nubes bajas ya para el resto de la ruta. En Sarón conectamos con lo que había sido el inicio de nuestro recorrido el día anterior, pero en sentido contrario: Solares y carreteras muy secundarias hasta Galizano, donde llegamos a media tarde, contentos y muy satisfechos. Otra Vespada felizmente culminada ¡y ya van cuatro!
Junto al río Pas. |