lunes, 11 de agosto de 2025

"Las Merindades" (5ª Vespada)

Nuestra quinta Vespada resultó estupenda. En muchos aspectos, la mejor hasta la fecha. Que volviera a ser, prácticamente, en pareja, no le quitó un ápice de interés, diversión, entretenimiento ni disfrute. La elección del destino estuvo motivada como guiño a un par de potenciales participantes que, por unas razones u otras, no comparecieron. El diseño del poster también pretendía ejercer de motivación para otra piloto habitual a la que íbamos viendo mansear y que, efectivamente, tampoco vino. A mi amigo italiano y a su Vespa del 65, al final se les torcieron las cosas y no pudieron acudir, pese a la ilusión que les hace poder hacerlo algún año. En esta ocasión, incluso cursé detalladas invitaciones con tiempo suficiente a varios amigos y conocidos poseedores de scooters. Algunas no recibieron respuesta. La mayoría sí: cordialmente agradecida, pero rechazada por una gran diversidad de causas declaradas. Estar de viaje, no tener la moto suficientemente preparada, no querer acudir desparejado/a, miedo a las averías, no verse en un plan así, etc. ¡Qué le vamos a hacer! La intención no era egoísta porque, como se verá, más compañía no es necesaria. Por el contrario, invitamos desde la generosidad, creyendo firmemente que el plan es bueno, diferente, singular y muy prometedor. Así que, seguiremos insistiendo…

1ª Etapa.

El primer día sí que tuvimos un ilusionado acompañante que rodó con nosotros hasta bastante lejos durante la mitad de la primera etapa (él tuvo que conducir de regreso todo lo completado hasta allí, así que se metió un buen etapón entre pecho y espalda). Salimos los tres desde Galizano bajo el sol de un día claro y radiante, como resultaron los tres que ocuparon esta Vespada. Soleado, pero, afortunadamente, bien fresquito hasta el mediodía. Rodamos tranquilos seleccionando carreterillas sin tránsito. De esas escondidas que tanto utilizo en mis salidas ciclistas. Entre colinas, recovecos, prados, cuadras, casas de pueblo y sombras de arbolado. Y así, poco a poco, alcanzamos La Cavada y, enseguida, Liérganes.

Momento de la salida. (Imagen: F. Perojo).

Se sucedían curvas y sombras mientras la ruta, poco a poco y a tramos, iba ganando altitud río Miera arriba. En San Roque de Río Miera nos detuvimos para tomar un café y entablar nuestra segunda conversación. Se palpaba la ilusión en todos nosotros. La ilusión, la alegría por el precioso día y la emoción que supone afrontar el reto del ascenso del puerto de Lunada.

Los tres viajeros en San Roque de Río Miera. (Imagen propia).

Lo subimos de un tirón. Enlazando incontables curvas en sus faldas iniciales y acometiendo con alegre ímpetu las grandes zetas que recorren la ladera de las antiguas morrenas glaciares que se escalonan en su vertiente norte. Todas ellas, siglos después, tapizadas de un verde casi único. Compartíamos ruta con esforzados ciclistas para los que este puerto ya es talismán, y que van leyendo las pintadas que rezan Primoz y los nombres de otros campeones sobre el asfalto.

Aspecto del puerto iniciada la ascensión. (Imagen propia).

Espectacular vista de la ruta, quedando aún algunos kilómetros para coronar. (Imagen propia).

Myriam en pleno ascenso. (Imagen propia).

Negociando la curva más espectacular del puerto. (Imagen propia).

Federico por esa carretera que tan románticos recuerdos le trae. (Imagen propia).

En lo alto del collado, las tres motos y mis dos acompañantes. (Imagen propia).

En la cumbre, paradita breve y fotos de rigor antes de acometer el descenso por la vertiente burgalesa: más calurosa, todavía verde y sin desprenderse de ese ambiente pasiego que la acompaña hasta, por lo menos, Espinosa de los Monteros. Allí tomamos rumbo oeste, paralelos al ferrocarril de La Robla, internándonos por la suavidad casi llana de la Merindad de Sotoscueva, en busca de nuestro primer objetivo de visita: la cueva y ermita de San Bernabé, en Ojoguareña. El enclave es sorprendente por la combinación de naturaleza vegetal y geológica, con un intrusismo humano datado de algunos siglos atrás en forma de templo. Dotados de cascos de espeleología, la visita guiada comienza por la cueva. Sin presentar apenas concreciones llamativas o espectaculares, sí que sirve para ofrecer una explicación bien clara de cómo y por qué se forman las cuevas, así de cómo es su evolución como sistema dinámico a muy largo plazo. En su tramo final, unos silos prehistóricos mostraban con sorprendente elocuencia física y conceptual el ingenio de nuestros antepasados habitando el norte de la Península. En todo caso, el verdadero impacto visual de la visita lo ofrece la capilla, excavada dentro de la roca, integrada totalmente con la cueva y decorada toda ella con frescos medievales que muestran los martirios a los que fue sometido San Tirso, a quién originalmente estuvo dedicado el templo. La visita fue amena. Incluye un video inicial y, para nosotros, supuso un refrescante descanso, ya que la temperatura interior es muy inferior a la exterior, de modo que hicimos bien en abrigarnos con las cazadoras.

Aspecto del enclave de Ojogüareña. (Imagen propia).

Sentados a la sombra del acantilado. (Imagen: F. Perojo).

Listos para acceder a la cueva. (Imagen: M. Sánchez).

Vista parcial de las pinturas del techo de la capilla. (Imagen propia).

Disfrutando de la visita "espeleo-religiosa". (Imagen: F. Perojo).

Ya fuera de allí, en una gasolinera cercana, nos despedimos de Federico y de su máquina coreana, agradeciéndole sinceramente que nos hubiera acompañado, confiando en que lo hubiera disfrutado y esperando que se sume a las próximas ediciones y, a ser posible, durante más etapas.

Nuestro compañero Federico con su eficaz coreana y de fondo... un serbal de los cazadores. (Imagen propia).

Nosotros continuamos rumbo oeste por una carretera tranquila, agradable y fácil, hasta que dimos con un bar de pueblo en el que nos dieron bien de comer, menú del día, por 12€ cada uno y sin haber tenido que reservar. Es lo que tiene viajar, como decía mi admirado JL Algarra, por España a lo ancho. Al poco rato, al llegar a Santelices, tomamos rumbo sureste introduciéndonos en un espectacular cañón natural, por una estrecha y revirada carretera de perfecto asfalto e inexistente tráfico. Un tramo maravilloso digno de excursión rodada. En mitad del mismo, la parada en Puentedey es obligada. Parte del pueblo, que es bonito y sugerente, se levanta sobre un gigantesco puente natural de roca que el río se ha encargado de horadar a su paso por debajo. El túnel natural ofrece una sombra generosa en verano, posibilidades de baño y hasta un refrescante efecto Venturi que el aire se encarga por sí solo de mantener ligeramente activo para satisfacción de los visitantes.

Posando en el enclave. (Imagen propia).

La estampa clásica de Puentedey. (Imagen propia).

La segunda parte del tramo sigue tan deslumbrante y entretenida como la primera. Los farallones rocosos encajonan el río y dominan con altiva presencia el paso de los modestos motores monocilíndricos que petardean con alegría y sin descanso, siguiendo el sinuoso trazado. Y así, francamente divertidos, alcanzamos Villarcayo, habiendo dado cuenta de, al menos otras dos Merindades: la de Valdeporres y la del propio Villarcayo (Merindad de Castilla la Vieja). Atravesando la villa, tomamos rumbo sur y, a pocos kilómetros, oeste, por otra carretera perdida y estrecha que discurre junto al río Ebro. Allí, asomándose a un salto de agua, encaramado a la ladera de la ribera izquierda, se mantiene erguido el imponente monasterio de Santa María de Rioseco. O lo que queda de él, que es mucho y sorprendente. Es un complejo grande y elegante que se conserva parcialmente combinando ruinas con edificios enteros, así como estilos arquitectónicos con presencia gótica y complementos posteriores. Disfruta de una gran nave central y algunas dependencias cubiertas, y ya afianzadas mediante la conveniente restauración. A la espadaña del templo se puede subir por escaleras. Primero originales de caracol y después modernas y exteriores de refuerzo. Arriba la vista es magnífica. Del entorno y, muy especialmente, de todo el claustro, cuyas ruinas mantienen en pie un vistoso entramado de estructuras de piedra. Un paraje de película. El claustro se puede pasear y explorar más adelante. Lo mismo que otros patios y un recoleto jardín renacentista al que las lavandas invitan a visitar, y que se mantiene bien cuidado. Esta visita se la debo a Ana Maruri quien, hace años, sabedora de mi gusto por los parajes en los que la naturaleza pugna por invadir o cohabitar con las ruinas del pasado lejano, me lo recomendó con insistencia. Tardé mucho en cumplir con la visita, pero el destino estaba ahí, bien apuntado en mi recuerdo, y la Vespa me brindó la oportunidad.

Vista parcial del lugar desde la espadaña. (Imagen propia).

Santa María de Rioseco. (Imagen propia).

Esquina del claustro. (Imagen propia).

Detalle con lavandas. (Imagen propia).

El jardín renacentista. (Imagen propia).

De regreso a Villarcayo nos instalamos en un hotel fresco, cómodo y con piscina. Aseo, baño y cambio de atuendo para visitar a una pareja que pasa allí sus vacaciones y nos había invitado a cenar. Al acercarnos, cruzamos el parque del Soto, y el río, aunque ya atardecía, mostraba efervescencia humana a remojo. Ambiente festivo, veraniego, juvenil y popular. La cena fue en el jardín, la conversación de lo más agradable y las carrilleras insuperables. Al volver al hotel, excelente noticia ¡hacía hasta algo de frío!

2ª Etapa.

Sin prisa alguna, desayunamos de bufé antes de despedirnos del hotel. Pese al sol, el frescor de la mañana exigía, afortunadamente, la cazadora puesta. Tomamos rumbo sur hasta más allá del desvío de la tarde anterior. Eso nos permitió enhebrar otro cañón grandioso y circular pegados al Ebro, ahora sí, en el sentido del curso de sus aguas. Laderas tapizadas de bosque y farallones verticales de roca desnuda más arriba. Algún puente y, creo recordar, incluso puede que algún túnel.

En Valdenoceda nos desviamos hacia el sureste, penetrando en la Merindad de Valdivielso. Un poco más adelante, la carretera plantea la opción de continuar, o tomar una alternativa que, paralela a la anterior, transcurre por su norte y es más recóndita, secundaria y mucho menos transitada. Fue la que tomamos. Buen asfalto, sin líneas pintadas y apenas algún ciclista solitario por compañía eventual. Es la que pasa por Quecedo, y nos regaló otro tramo realmente fascinante. Un viaje en el tiempo a una España de mitad del siglo XX, de paisajes limpios, pueblos acogedores, tráfico casi inexiste y en la que, atravesarla en Vespa podía hacer sentirse al piloto todo un privilegiado, y el amo de la carretera. Ese tramo culmina con un repentino descenso sinuoso e inclinado que, atravesando un pinar de ladera, alcanza al Ebro en un embalse, para reunirse con la otra alternativa en Cereceda. Un poco más adelante, nos topamos con la carretera que procede de Oña y que nosotros tomamos hacia el noreste, en dirección a Trespaderne, rodeando la Merindad de Cuesta-Urria, aunque sin llegar a pisarla.

"España a lo ancho". (Imagen propia).

Myriam en ruta. (Imagen propia).

Cruzando el Ebro. (Imagen propia).

Encantados. (Imagen propia).

Fascinante carretera. (Imagen propia).

El tramo hasta Trespaderne es rápido para los coches y, por lo tanto, menos entretenido para nuestras monturas. Había poco tráfico y, por lo general, del tipo lento-turístico. Cruzamos la localidad sin detenernos y, mediante rectas de aspecto más castellano, continuamos hasta Pedrosa de Tobalina. A aquellas alturas el día se había tornado caluroso, así que nos detuvimos para visitar el magnífico enclave de su cascada y, una vez contemplado, no pudimos evitar instalarnos en él a la sombra de un árbol. Había gente en plan de playa fluvial. Una cascada de gran altura se precipita, superando un borde totalmente tapizado por vegetación, sobre una amplia poza de color verde esmeralda. Aquello parece casi un cenote en medio de Castilla. Me di un baño maravilloso. De esos que recuerdas toda la vida por la singularidad del lugar. Nadar, bucear, acercarme hasta la potente ducha natural de la cascada. Todo menos tirarme desde el borde superior, tal y como hacía la chavalería local, alardeando de su vitalidad juvenil, para entretenimiento de la ociosa concurrencia.

Cascada de Tobalina. (Imagen propia).


 

De nuevo en ruta, continuamos rumbo norte por paisajes abiertos, campos amarillos y horizontes más suavizados, demarcados por el perfil de crestas rocosas menos abruptas. Una reorientación hacia el nordeste nos permitió alcanzar San Pantaleón de Losa. Estábamos pues, ya, en la Merindad de Losa. El pueblo está rodeado de amarillentos campos de labor y, sobre él, emerge desde la tierra un peñón con forma de descomunal proa de gigantesco barco. Justo en su base está la iglesia del pueblo, de la que parte un camino, empinado, que asciende hacia la parte trasera del peñón. Allí atrás, el material rocoso desaparece enterrado bajo tierra, lo que permite, dando la vuelta, seguir ascendiendo por el lecho de la cubierta del imaginario buque. Y algo más arriba, cerca de su supuesta proa, se levanta una hermosa ermita dedicada a San Pantaleón.

En ella disfrutamos de una amena visita guiada. Mucho aprendimos sobre los detalles del templo, así como sobre el propio San Pantaleón. El santo, del que es famosa una reliquia con forma de ampolla de sangre, que con el tiempo ha sido dividida en dos (una se conserva en Madrid y la otra en Nápoles), médico él, en tiempos de los romanos, es también el de nuestro pueblo. También nosotros celebramos su onomástica en un lugar elevado, en ese caso sobre el mar, en la que es mi fiesta favorita del pueblo. Así pues, nos hizo ilusión visitar este otro enclave dedicado al mismo personaje. Allí, al norte de Burgos, la capilla está repleta de detalles tallados en piedra. Dentro y fuera del edificio, el cual, pese a sus pequeñas dimensiones, tiene mucho que ofrecer. Tanto de tardo-románico muy singular, como de posteriores pinceladas góticas modestas. Fuera de la ermita, remontando hasta la cúspide de la peña, un precipicio muestra el pueblo a nuestros pies, y la panorámica del entorno agrícola es hermosa.

Vista trasera de la ermita de S. Pantaleón de Losa. (Imagen propia).

Panorámica desde la peña. (Imagen propia).

Singular pórtico de entrada al templo. (Imagen propia).

La peña vista desde la carretera. (Imagen propia).

Pocos kilómetros más adelante surge un cruce de caminos cerca de una gasolinera. Tomamos el de la izquierda (noroeste) y, muy pronto, llegamos a nuestro destino: Quincoces de Yuso, con nombre de futbolista de época (defensa para más señas y, en su tiempo, pareja ideal de un tal Ciriaco). El pueblo se acomoda a lo largo de una recta de la carretera. Había varios bares, pero únicamente daban de comer en uno, que estaba repleto. Era viernes de agosto, así que nos tocó esperar, y entre poco se pudo ya elegir del menú del día. Después nos instalamos en el hotel. Modesto, pero fresco y confortable. Descansamos del calor hasta la hora de la fresca, que allí se da de forma más que notable. Tal es así que acaba uno poniéndose alguna prenda extra. En el centro del pueblo, junto a la carretera, había animación de jóvenes y niños jugando a una versión de bolos que nos resultó totalmente desconocida. El Tres Tablones. Las bolas son similares a las del pasabolo tablón, de esas que disponen de huecos de agarre para la mano. Los bolos, muy finos, también se parecen, así como la existencia de unos tablones longitudinales (en aquel caso chapas de hierro) sobre las que se plantan filas de bolos. Aunque en nuestro pasabolo únicamente hay una fila, en Quincoces son tres, paralelas y con tres bolos cada una, lo cual hace que haya nueve bolos plantados (en eso hay cierta semejanza con nuestro bolo palma). Otra semejanza es que allí también se birle, esto es, que haya tiradas de vuelta. E incluso la existencia de pequeños polos posteriores cuyo derribo cuenta más. En fin, que allí pasamos un rato descubriendo entresijos de la modalidad, hasta que llegó la hora de la cena.

Cogimos mesa en un ruidoso y animado bar, absolutamente colonizado por detalles decorativos del Athletic Club de Bilbao (la cercanía vasca se deja notar mucho por aquellos lares). Sabrosas hamburguesas de magnífico y pan, tinto de rioja y unos quesos muy ricos. Mucha gente yendo y viniendo, y conversaciones a nivel de megafonía gutural natural, sin necesidad de dispositivos. Como cualquier tasca que se precie del mismo Bilbao.

"Puente romano" de Quincoces de Yuso. (Imagen propia).

Joven "birlando" en Tres Tablones. (Imagen propia).

Aspecto de la disposición de la bolera. (Imagen propia).

3ª Etapa.

El desayuno fue más convencional aquella mañana. El día, de nuevo, totalmente soleado pero fresco a primeras horas. De vuelta al anteriormente mencionado cruce de caminos, tomamos dirección nordeste hacia Arceniega. Pocos metros después del cruce tuvimos la suerte de poder ver una nutrida yeguada de caballos losinos, raza autóctona que tratan de conservar y cuya capa predominante es la negra. El tramo que por allí se inicia es de una belleza rutera muy recomendable, pues la carretera se interna en un paraje rodeado de peñas cada vez más altas y verticales, combinando lechos más bajos de bosque, con rocas descarnadas en las elevaciones. La ruta asciende de forma moderada y progresiva, ofreciendo curvas para la diversión de conducción, hasta que se alcanza un túnel que da paso a la otra vertiente, con un panorama algo más abierto, pero igualmente impresionante. Un largo descenso bastante tendido regala infinidad de curvas de diferentes diseños, con un asfalto en perfectas condiciones.  Encontramos allí bastante tráfico (de sábado) pero, afortunadamente, casi todo él en contra.

Vista al salir del túnel que corona el puerto. (Imagen propia).

¡Será por peñas en Las Merindades! (Imagen propia).

Justo al llegar a la base del puerto, circulamos por una esquinita de la provincia de Álava. Apenas unos metros para desviarnos hacia la izquierda (oeste) y empezar a remontar otro puerto, camino de Villasana de Mena. Casi de inmediato ya estábamos de nuevo en territorio burgalés, donde un ascenso bastante frondoso nos mantuvo trazando virajes durante unos cuantos kilómetros más, adelantando a muchos ciclistas de apariencia deportiva. El puerto iba ganando altura. Los árboles acabaron por dejar ver las cotas superiores, y una afilada peña vigilaba el paso hacia el valle de Mena. Descendimos hacia él y su capital, Villasana de Mena, la atravesamos sin pausa. En ocasiones anteriores ya habíamos disfrutado de alguna estancia allí, donde conocemos gente que la frecuenta desde hace décadas. Tocaba pues salir del valle remontando. Allí la carretera es rápida, ancha y concurrida. Los coches nos adelantaban con velocidad, pero holgura. Todos ellos mostrándose respetuosos y empáticos con nuestras monturas. Parece que es algo que vamos comprobando edición tras edición, que cuando la gente ve Vespas con detalles de viaje (mochila u otros) y circulando por carretera (fuera de su habitual entorno urbano), percibe que se trata de una forma de viajar tranquila, singular y hasta nostálgica, y muestra simpatía y respeto por quienes así vamos.

Camino de Villasana de Mena. (Imagen propia).

Coronado el puerto se dan dos fenómenos geográficos. Uno, que el Transcantábrico (el Hullero, o el ferrocarril de La Robla; como cada cual quiera denominarlo) vuelve a reunirse con la ruta, pues desde Villasana ascendía algo alejado hacia el sur, aprovechando la boscosa falda de la peña. Dos, entramos en otra merindad más, la de Montija. Con ello quedaban visitadas todas menos una (la de Cuesta-Urria). Se sucedieron varios cruces y rotondas hasta que tomamos una carretera que, dirección oeste, pasa por varios pueblos. Es tranquila, estrecha y con algunas curvas, pero no demasiado retorcida. Pasa por Bercedo y finalmente alcanza Espinosa de los Monteros, localidad que, aunque burgalesa, se autoconsidera ¡y con razón! una villa pasiega más. No hay más que fijarse en las cabañas que, desde ella, salpican las laderas que surgen hacia el norte.

La villa estaba a reventar de visitantes, moteros y ciclistas. Una feria de miel de brezo ocupaba la plaza. En la oficina de turismo nos hicieron una excelente recomendación: visitar la colección de arte de Mena – Sánchez. Tomamos un refresco en una terraza a la sombra hasta la hora convenida y luego entramos. La colección resulta impresionante. Tanto por los nombres de pintores que atesora, como por las propias obras expuestas. Es casi todo arte español del siglo XX, aunque hay alguna cosa más. Muchos autores vascos, algunos otros y varias litografías de Dalí, Miró e incluso Picasso. Está en un edificio esquinero de la plaza, que por dentro han rehabilitado como museo. La cantidad de obras y el tamaño de algunas hacen que alguna que otra no sea fácil de contemplar, pero el conjunto resulta impresionante y, si se me permite el comentario, nadie se espera encontrar tal tesoro en una localidad como Espinosa. ¡Bien por ellos! Por el pueblo y por los propietarios de la colección, orgullosos de sus orígenes familiares.

Detalle "vespero" con el el que nos encontramos en la terraza de uno de los bares de la plaza de Espinosa de los Monteros. (Imagen propia).

Pidiendo perdón por la calidad de las imágenes (no era fácil fotografiar algunos de los cuadros), incluyo una serie de lienzos no por ser los que más me gustaron, sino por que sus temáticas muestran varios detalles del recorrido realizado por nosotros. "Espinosa" de Carmelo García Barrena. (Imagen propia).

"Puentedey. Burgos" de Román Izazkarai. (Imagen propia).

"Paisaje" de Marceliano Santa María. (Imagen propia).

De allí nos fuimos a visitar el modesto museo dedicado a los Monteros de Espinosa. Fue aquella una orden de tipo militar que prácticamente alcanzó el milenio de existencia. Fundada en el año 1006, comenzó como guardia nocturna de los reyes de Castilla, pasando con el tiempo a integrarse en la Guardia real. Durante la 2ª República, en 1931, no supieron entender lo que de valor tienen algunas instituciones de añeja tradición y la disolvieron, en vez de haberla transformado en alguna especie de valor intangible de la historia. El caso es que, actualmente, únicamente queda de ella el nombre, que se utiliza para una Compañía del Ejército de Tierra. El museo es poca cosa, pero había que visitarlo para hacer honor al nombre de la localidad y a su historia. En su entrada muestra un bajorrelieve de moderna factura, con el emérito plantado en lugar destacado (quizás convendría aplicar alguna actualización, dadas las circunstancias). Dentro abundan los maniquíes con diferentes uniformes de distintas épocas. Hay documentos, detalles antiguos encontrados en campos de batalla cercanos, algunas maquetas recreando escaramuzas bélicas y una vitrina llena de soldaditos de plomo de diferentes ejércitos antiguos. Además, infografías ilustrativas. Lo dicho, poco contenido, pero, al menos, pica en Flandes a modo de homenaje permanente. Por lo visto, cada año, en espinosa se celebra una representación teatral que narra el origen de los Monteros, un intento de envenenamiento al conde de Castilla Sancho García por parte, según cuenta la leyenda, de su madre, compinchada con un moro (no me sean ustedes pejigueros, que en aquel contexto histórico, hace más de un milenio, a los musulmanes, por estos territorios, se los llamaban y consideraban moros).

Entre los trajes de los Monteros y de la Guardia Real a la que pertenecieron finalmente, había uno de motorista de escolta. Se ve que rodaban en unas Harley-Davidson Electra Glide. (Imagen propia).

Comimos de menú de fin de semana, me tomé un café y nos pusimos de nuevo en marcha para regresar por el mismo camino por el que accedimos a las Merindades: el puerto de Lunada, entonces ya en espectacular descenso. Finalizamos la Vespada pasadas las cinco de la tarde y francamente satisfechos. Ambas motos se comportaron estupendamente y el balance fue mucho mejor de lo previsto. El año que viene más, otra ruta ya está cocinando.

Ascendiendo Lunada por su vertiente sur. (Imagen propia).

Paso a nivel con barrera en La Cavada, casi bajo la Portalada de Carlos III. A ver si en Madrid se van a pensar que son los únicos... (Imagen propia).


jueves, 12 de junio de 2025

HOMENAJE AL PETRÓLEO

Anualmente organizo una vespada, entendiendo por ella una excursión o viaje de dos o más días a lomos de scooters. El caso es que, en la más reciente, por extravío, se me había quedado pendiente una visita. La del Museo del Petróleo ubicado en Sargentes de la Lora. Así que, un hermoso día de primavera, decidí salir de excursión en solitario y con moto grande a solventar aquel fallo. El resultado fue una ruta de unos 270km que cubrí en menos de 24 horas, pero con una pernocta intermedia. Ocio tranquilo, agradable y sin prisas.

Salí a media tarde desde orillas del Cantábrico y, en cuanto pude, abandoné autovías para rodar por la carretera de las Hoces del Besaya, que se desplegaba sin tráfico, luminosa y frondosa. Sus curvas y su paisaje la han convertido en una ruta muy frecuentada por moteros cualquier fin de semana de buen tiempo. En días laborables, como era el caso, raro es encontrarse vehículos circulando por allí. Algún coche suelto muy de vez en cuando, lo mismo que algún que otro ciclista solitario.

Me detuve en Pesquera para hacer alguna gestión, pegar la hebra con alguno de sus vecinos e instalarme en una modesta casa en la que siempre soy bienvenido. Me encontré el río vivo, los bosques pletóricos de verdor, el cielo azul, el sol radiante y mucha tranquilidad alrededor. Desconexión total. Cené en el Mesón del Ventorrillo. Me dieron bien de cenar a un precio muy económico. Su aspecto rústico y su penumbra interior no me suponen reparos. Allí estoy a gusto. En la casa, antes de acostarme, una copita de Isla de Jura “The Road” me hizo recordar la fascinante e inhóspita única carretera que recorre parte de aquella recóndita isla escocesa.

Amaneció soleado y desayuné algo extraño: piña y flan, pues no había previsto provisiones, así que me apañé con lo que había. Suficiente y sabroso. Me puse en marcha con buena temperatura sobre las nueve de la mañana. El día prometía, y empezaba dando cuenta del resto de las anteriormente citadas Hoces. A la altura de Reinosa, conduciendo hacia el sur, tomé la autovía para circunvalar la capital campurriana, regresando a la carretera convencional en la siguiente salida (Matamorosa). La carretera casi completamente vacía y yo progresando hacia la Meseta mediante curvas de amplio radio, el ascenso del modesto puerto de Pozazal y un paulatino cambio de paisaje húmedo y agreste a otro cada vez más seco y de lomas suavizadas. El cuerpo de un corzo yacía en una cuneta. Estaba aparentemente intacto salvo, quizás, un golpe en la cabeza. A juzgar por su lustre, debía haber sido víctima de tráfico durante la pasada noche. Rebasado Mataporquera, alcancé un tramo de toboganes que juegan con las suspensiones y con las sensaciones del estómago. A mí me traen siempre recuerdos de haberlos recorrido de niño a bordo del SEAT 1500 de mi padre.

Llegando a Aguilar de Campoo, me desvié hacia el este y enhebré la reiterativa sucesión de rotondas que hay que completar siguiendo ruta hacía Burgos. Allí la carretera es bastante recta y muestra siempre algo de tráfico rápido. A los pocos kilómetros ofrece un tramo de autovía, aunque pronto vuelve a su estándar de carretera. Un poco más adelante, alcancé el cruce que hay a la altura de Basconcillos del Tozo, donde me desvié hacia la izquierda en busca de Sargentes de la Lora.

La siguiente carretera era una estrecha cinta de asfalto en muy buenas condiciones, pero sin líneas centrales y muy sinuosa, tanto en el plano horizontal como en el vertical. Exige rodar lentamente, algo que se agradece porque el panorama alrededor es fascinante. Hay campos, curvas, bajadas, subidas, peñas, vaguadas, cerros y, aquel día, una ofrenda floral silvestre generosísima. Con millones de flores amarillas contrastando con un verde más nutrido de lo habitual por la comarca. Apenas debí cruzarme con un par de coches de labor a lo largo de aquel tramo. Primero, más presencia de campo abierto, pero, después, un descenso me iba haciendo penetrar en un cañón cada vez más marcado en el terreno. No conocía este enlace y, en diferido ¡cuánto lamenté habérnoslo saltado con las Vespa el verano anterior! Unos kilómetros después, el terreno se allanaba y sugería una especie de protuberancia amplia y suave, lo que, poco tiempo después aprendí que caracteriza a algunos paisajes típicos de yacimientos petrolíferos. Y entonces alcancé Sargentes de la Lora.







Es un pueblo pequeño y con reducidísima población. Justo antes de entrar, encontré un desvío hacia la derecha con señalizaciones de campo, pozos y empresas petrolíferas. A la vista ya se apreciaban varios cercanos balancines de extractores de bombeo. Como iba sobrado de tiempo me acerqué a un alto, aparqué la moto y visité tres de aquellas estructuras mientras iba tomando algunas fotos. Desde el alto, a lo lejos, en casi todas las direcciones, se veían bastantes más. Añejos, parcialmente oxidados, de apariencia ferruginosa, mecánica… arqueología industrial en toda regla, nostálgicamente encantadora. La Oklahoma Española como llegaron a llamar a aquello. En cierto modo, recordando a películas como Gigante, a Texas y a cualquier otro tipo de iconografía petrolífera. Más allá en el horizonte, igualmente rodeándolo casi todo… molinos blancos. Muchos más, aparentemente ligeros tan de lejos, pero abundantes, sugiriendo cierto aspecto de especie invasora llamativa. Como los plumeros.





Amapolas bajo la cartelería petrolífera.

De regreso al pueblo, aparqué junto al museo, que todavía estaba cerrado. Al lado hay un frontón, infraestructura deportiva peninsular donde las haya, seña de identidad de cientos de pueblos castellanos, vascos, navarros, etc. En frente del museo hay un bar que parece recibir con los brazos abiertos. Está al sol, pero disfruta de terraza exterior con sombra. De aspecto sencillo y rural, luce limpio y apetecible. Responde al nombre de Bar el Oro Negro ¡acertadísimo! Allí me pedí un café y me lo llevé a la terraza exterior.

Accediendo al Museo del Petróleo.

Exterior del bar El Oro Negro.


También hay material expuesto en el exterior. Aquí un "árbol de Navidad", con el frontón de Sargentes al fondo.

Llegué al pueblo en un momento de gran agitación. Algo inusual estaba ocurriendo. Algo poco halagüeño. Resultaba que un hombre había sufrido una parada cardiorrespiratoria cuando se afanaba junto a algún vehículo. Mientras una ambulancia llegaba desde donde fuera menester hasta aquel punto de la inmensa España vacía, algunos vecinos intentaron reanimarlo. Primero manualmente, hasta que, viendo lo infructuoso de los intentos, alguno se atrevió a intentarlo con un desfibrilador. Gran acierto, pues logró poner en marcha los órganos vitales y salvar la vida al perjudicado (me consta que aquel hombre salió adelante una vez llegado al hospital, pero, sin aquella intervención, hubiera fallecido seguro). Cuando yo me fui enterando de todo el asunto, ya habían llegado una ambulancia y un helicóptero. Me uní a un puñado de vecinos que andaban expectantes a todas las vicisitudes. Todos en ropa informal, y hasta alguna señora en pijama. Auténtico episodio de Crónicas de un pueblo. Todos solidarios, empáticos, sentidos y preocupados. Comunidad. También estaba por allí la responsable de las visitas guiadas del museo, una amable mujer que, por lo visto, ejerce de una especie de navaja suiza o herramienta multiusos humana para el ayuntamiento. Un perfil laboral que reconozco en otras localidades pequeñas y que tan necesario es para mantener cierta estructura de funcionamiento en cientos de flecos poblacionales a los que las políticas de los grandes números, las capitales, las ciudades y los centralismos no reconocidos desatienden e ignoran. Finalmente, el enfermo fue trasladado de la ambulancia al helicóptero, este echó a volar hacia Burgos y nuestro raquítico grupo se disolvió.

Despliegue sanitario de urgencia.

Tras el susto, llegó el momento de la visita guiada, que no del todo de la calma, porque la mujer que da las explicaciones lo hace con bastante velocidad y, aunque el visitante aprende muchísimo, se pierde algunos detalles. Hay que estar bien despierto y atento para seguir el ritmo. El museo no es grande, pero está muy bien nutrido. De información, datos, aparataje, infografías, maquetas, etc. Es un edificio contemporáneo con un pasillo acristalado que aporta mucha luz al conjunto y sirve de nexo de paso entre el espacio de recepción, sala de video y servicios, y la diáfana sala principal donde se exhibe la mayor parte del material expositivo. Lo experimenté casi en plan de James Bond, solo para mis ojos, pues aquel día de entresemana era el único visitante. Me compré un recuerdo y atendí muy motivado a lo explicado. Geología, procedimientos habituales de funcionamiento (para la búsqueda, detección, perforación, extracción, tratamiento, etc.), mitos y bulos (incluso gubernamentales) vinculados al petróleo, datos reales, calidades del crudo, aparataje, historia, utilidades del petróleo, etc. La visita finaliza con un NO-DO que me parece una joya de filmografía y documentalismo cinematográfico. Pese a su edad, la pieza integra buenas tomas, guion, ritmo, etc. Por otro lado, por llamativas y aparentemente antiguas o exageradas que puedan resultar las imágenes, nada en ellas me resultó extraño, las caras, vestimentas, carro con la siega, centralita telefónica, reglas de cálculo, etc. pues todo lo he conocido en mi tierna infancia (sinceramente la recuerdo con ternura).

 

Una de las piezas exhibidas en el interior del Museo. 

Las dos configuraciones geológicas más habituales del petróleo. El caso que nos ocupa se corresponde con la segunda (por falla o fractura). (Imagen: fotografía tomada en el Museo del Petróleo).

En el museo hay una variada colección de fotografías de diferentes épocas, algunas de las cuales no tienen desperdicio.

La visita aporta mucha información a tener en cuenta y sobre la que hay que reflexionar. Dejo aquí planteados algunos ejemplos:

La realidad de los datos de consumos y contaminaciones allí declarados es diferente de la que constante y machaconamente nos quieren hacer creer otras fuentes. El transporte personal anda muy lejos de ser el mayor productor de CO2 a escala mundial. La tasa total de transportes (incluyendo mercancías, paqueterías, transporte colectivo, etc.) supone un 20%, más o menos lo mismo que el de la producción industrial (con posicionamiento destacado de la ropa). Muy por delante de ambos, la producción de energía (también eléctrica) y calor. El mundo digital, tan aparentemente limpio y sostenible, genera enorme gasto energético y lo hace, gracias a su expansión global, los nuevos hábitos, el aburrimiento de la gente y la IA, mostrando un crecimiento exponencial.

 

Vista parcial de un panel de datos del Museo.

El petróleo, aplicando la ciencia y tecnología actuales es posible extraerlo más limpiamente. Y el que hay en la zona de Sargentes, que anteriormente servía para utilizaciones limitadas, ahora sería posible refinarlo correctamente gracias a los avances en catalizadores. Si no se ha aprovechado recientemente ha sido porque las inversiones necesarias no compensaban los pocos años que restaban de concesión. Eso nos lleva a otro asunto de interés más general. El que, en gran medida, la rentabilidad de cada fuente energética depende de la fiscalidad y gravámenes que los gobiernos (la política) quiera aplicar a cada uno de ellos. Una cuestión es cuánto de caro es producir energía por un medio concreto, y otra, cuánto se incrementa el coste mediante gravámenes normativos o cuánto se abarata a través de subvenciones. Y es este un asunto que no suele explicarse con claridad, ni con tanta insistencia como otros, especialmente cuando no interesa que la opinión pública alcance a conocer una verdad lo más completa posible de las cosas.

Cada vez hay más opciones para captar CO2 de la atmósfera de cara a limpiarla y, de paso, reutilizarlo a conveniencia. Por ahí, especialmente, deberían encaminarse más esfuerzos en ciencia, políticas, investigación, desarrollo tecnológico e inversiones.

En línea con el intervencionismo político, me declaro muy crítico con todas las normativas mediante las cuales la violencia del estado se aplica contra los intereses particulares en cuestión de movilidad. Resulta que disfrutamos de barra libre para el gasto energético y la generación de huella de carbono en un montón de ámbitos: transporte (parcialmente en el colectivo (cruceros, aviones, etc.), turístico, de paquetería, por motorización eléctrica, etc.); utilización de Internet, IA, etc.; climatización (calefacción y aires acondicionados); celebración de macroeventos que generen grandes beneficios (deportivos, musicales, de estado, etc.); gastos de representación de personas o entidades de carácter institucional (viajes, cumbres… asuntos que, por lo general, generen fotos mediáticas importantes); y así con muchos más ejemplos. Sin embargo, a los vehículos particulares (coches y motos; que no segadoras, motosierras, embarcaciones de recreo, etc.) se les persigue y dificulta la existencia mediante varias estrategias entre las que destacan dos: las restricciones de circulación en ciertas zonas y el control de emisiones aplicado en las ITV. Desde un punto de vista de cierta racionalidad, ninguna de las dos tiene sentido (o todo el sentido). Me explico a través de dos argumentos (aunque hay más):

1)      Lo que contamina un coche circulando (salvo los 100% eléctricos) depende de varios factores: el estilo de conducción, su potencia (en esto hay mucha injusticia y engaño a la hora de adjudicar etiquetas), peso y ¡sobre todo! el kilometraje que el vehículo acumule. Lo que pueda emitir al año un coche con 20 años de edad que únicamente se utilize para ir a comer los domingos o a acercarse a ver las vacas a diario, seguro que es muchísimo menos que lo que genere cualquier último modelo conducido por un representante comercial (viajante) o alguien que se desplaza a trabajar a diario bastantes kilómetros. Y ello sería fácilmente evaluable en cada nueva ITV a través del kilometraje.

2)      ¿Cuánta huella de carbono supone fabricar un coche nuevo? Me gustaría saber qué produce mayor huella de carbono, mantener en uso un coche durante 30 años o sustituirlo cada 5-7 años por varios nuevos sucesivos. También dependerá, seguramente, del kilometraje que recorra el primero, pero no estaría de más valorarlo si ¡de verdad! se quisiera actuar sobre la huella de carbono. De las tradicionales tres erres que se abanderaban hace pocos años a la hora de tratar cuestiones ecológicas, parece que dos de ellas, reducir y reutilizar, no resultan del todo convenientes por las implicaciones económicas que se derivarían de su aplicación directa sobre el consumo.

Volviendo al tan cacareado asunto de la España vacía (las comarcas de menor densidad de población), sus problemas derivan de la falta de servicios (los cuales no les resultan rentables numéricamente a las administraciones, públicas y privadas; lo mismo que tampoco en votos). Los servicios básicos de abastecimiento, sanidad, educación, etc. no son, por otro lado, cubiertos por el transporte público, porque tampoco resulta rentable o justificable. Un ejemplo reciente: la supresión por parte de RENFE de paradas diarias en Segovia, Medina del Campo y Sanabria. Por tanto, la única posibilidad que le queda a toda esa población es recurrir a los medios de transporte particulares, los cuales, por otro lado, suelen necesitar la mayor autonomía y accesibilidad a repostaje posibles. No hace falta explicar más sobre en qué tipo de motorización van a encontrarlas. Por no hablar de las necesidades de autonomía de los vehículos de vendedores ambulantes, sanitarios que realizan visitas a domicilios rurales, veterinarios, asistencia técnica y mecánica a hogares y maquinaria agrícola, etc. Todos ellos probablemente necesiten vehículos de gran autonomía y rápido repostaje y, por lo tanto, no subvencionados. Aplicar a este sector de la ciudadanía (y por extensión al mundo rural en general, al de zonas de montaña y de muchas otras) medidas restrictivas pensadas para paliar males propios de los grandes núcleos urbanos es doblemente injusto: injusto porque se le trata conforme a una realidad que no es la suya, e injusto porque, simplemente, se ignora su casuística… su existencia.

Al hombre que sufrió una parada cardíaca en Sargentes de la Lora ¿qué le salvó? Por un lado, el desfibrilador y, por otro ¡el petróleo que alimentó el motor de la ambulancia y, especialmente, el del helicóptero!

Desde un punto de vista más filosófico y antropológico, cabría preguntarnos sobre los medios de transporte que la humanidad ha venido empleando (especialmente de modo particular) a lo largo de toda su existencia. Lo voy a hacer sin demasiado rigor, tirando de Google, porque para lo que quiero mostrar la precisión de fechas no es demasiado importante.

a)  Lo ha hecho caminando (casi únicamente) desde la irrupción del Homo Habilis hasta la domesticación del caballo. Desde hace aproximadamente 2,5 millones de años hasta hace 5000 años (domesticación por parte de la cultura Yamnaya). Casi 2,5 millones de años caminando.

b)   El caballo (y otros animales como camellos, dromedarios, perros de tiro, etc.) han constituido el medio de transporte y movilidad preferente (transporte por navegación aparte) entre hace 5000 años y hasta el momento de la aparición de la primera bicicleta (la draisiana, sin pedales, en 1817; y el velocípedo de Michaux, 1861, ya con pedales) y el primer ferrocarril público de vapor en 1825. Unos 4800 años a lomos de animales.

c)   Desde la época del vapor (1800) hasta la irrupción del motor de combustión (Carl Benz, 1885). Unos 85 años que podrían adjudicarse tanto a la época de los animales como a la del vapor.

d)   Desde el primer coche (1885) hasta ahora (2025), con todavía más que evidente preponderancia de los coches y motos de combustión interna. 140 años con motorización por combustión. *Los primeros coches eléctricos ya aparecieron a finales del siglo XIX.

Lo que he pretendido mostrar es que, quizás, con el paso del tiempo, es probable que la humanidad vaya conociendo diversos modos de propulsión que por el momento apenas somos capaces de imaginar. Que el vapor fue pasajero y que, probablemente, lo sea la combustión. Que, tal vez, también acabe siendo pasajera la propulsión eléctrica, la cual lleva intentando ser eficiente casi tanto tiempo como la combustión, y que, en lo que a los vehículos particulares se refiere, continúa con algunos problemas de competitividad como son la autonomía, el repostaje, su dependencia de materias primas, los desechos contaminantes que genera, etc. Precisamente, relacionado con esto último, cabe preguntarse por lo que denomino el enigma del abuso. Me explico. Aparte de una pretendida independencia económica y energética, lo que la UE esgrime para reducir la utilización de motores de combustión interna es la contaminación. Dicho problema no empezó a plantearse durante las primeras décadas de utilización de tales vehículos, por el simple hecho de que eran pocos. El exceso, el abuso, la proliferación (que por otro lado es el comportamiento en el que se basan y apoyan la economía actual y el desarrollo) de vehículos fue el desencadénate del problema de polución y dependencia energética. Por eso, sería necesario, actualmente, tratar de vislumbrar un hipotético escenario de futuro cercano en el que todos los vehículos fueran eléctricos (además de dispositivos recargables, segadoras, aspiradores, patinetes, bicicletas, tablas de surf, etc.) e imaginar sus consecuencias. Porque, por lo general, cada vez que la humanidad convierte un uso en abuso, ese enigma, a medio plazo, acaba convertido en un problema (y no me estoy refiriendo al apagón).

Más reflexiones. Paralelamente al aumento del tráfico rodado, fue llegando el de la construcción de las vías de comunicación contemporáneas. Vías hubo siempre: senderos, caminos, pistas o camberas e incluso las legendarias calzadas romanas. Con la irrupción del ferrocarril, la cuestión tuvo que sofisticarse mucho más. Actualmente, en el mundo, hay unos 3,7 millones de kilómetros de vías férreas. En España unos 15.500 km (lo que representa el puesto 17º del ranking mundial). Pero mucho más tupida es la red de carreteras (aunque incluye algunas sin asfaltar, si están consideradas como tal) que en el mundo alcanza los 64,2 millones de kilómetros. En España 683.175 (datos de 2011), colocándola en el puesto 12º. Curiosamente, España se encarama al segundo puesto mundial (detrás de China) en kilometraje de ferrocarril de alta velocidad. Lo cual sugiere que, efectivamente, el ninguneo, de hecho, de su territorio vacío, incluye el transporte colectivo. La descomunal red de carreteras (la mundial, y las de muchos países, especialmente los desarrollados) experimentó su mayor crecimiento durante el lapso de existencia de la automoción. Es decir, durante los últimos 140 años. Lo que la mayoría de la gente desconoce es que (según los serios y rigurosos estudios de Carlton Reid[1]) fueron los usuarios de bicicletas quienes inicialmente impulsaron la creación de carreteras bien pavimentadas y asfaltadas. Y sus gremios técnicos, mecánicos y fabricantes, quienes más tarde fueron evolucionando hacia la fabricación de motos y coches.

Siguiendo con reflexiones de carácter filosófico, o quizás sea más sensato dejarlo en un nivel meramente conceptual, podemos considerar que el aprovechamiento del petróleo no es más que tomar prestado el descomunal reciclaje que el planeta ha ido haciendo con materia orgánica sobrante, muerta y desechable. En vez de dejar que se perdiera, mediante un proceso a larguísimo plazo (desde el punto de vista humano), lo recicló en forma de depósitos que, sobre todo a lo largo del siglo XX, la humanidad ha reutilizado. Sí que, en toda lógica, deberíamos de responsabilizarnos de seguir por similar camino, reciclando todos aquellos desechos derivados de todo aquello que se fabrique a base de petróleo (fibras, plásticos, materiales… la lista es infinita). Y es de nuevo ahí donde la ciencia y la tecnología han de tener también su protagonismo.

Durante la visita al museo obtuve diversos tipos de datos de usos del petróleo, consumos del mismo, producción, etc. Me llamó mucho la atención el panel que he mencionado con datos sobre la producción de CO2. Respecto al 40% de emisiones que se producen al generar energía y calor, ello incluye la producción directa y la de electricidad por vía indirecta (importante detalle), mediante carbón o petróleo. El reparto mostrado en el panel choca bastante con la cansina retórica de culpabilidad que numerosos gobiernos utilizan ante la población por el uso de sus vehículos y qué tipo de vehículos. Y lo que más me preocupa es que no coincide con otros gráficos que he consultado (UE y otras fuentes). Mi preocupación proviene de que los intereses de las entidades hacen que las estandarizaciones de las valoraciones provengan de diferentes métodos (y sesgos). Y que los datos se elaboren y publiquen conforme a diferentes motivaciones de persuasión y justificación política. Aquella misma semana, me enteré de que un profesor de instituto, tras haber servido fielmente a su partido mediante el desempeño de algún que otro cargo de confianza en el ámbito educativo, había sido premiado con un puestazo valorado en más de 180.000 € anuales, como director de una empresa de control público relacionada con la energía nuclear. Desde luego, no creo que haya sido por sus conocimientos en la materia, pues seguro que habría bastantes potenciales candidatos mucho más preparados para el cargo. ¿Por qué no se ha buscado a alguien con realmente experto? Quizás ha interesado una especie de comisario político. No estoy acusando de delito alguno, simplemente sugiriendo que los intereses personales, políticos, de negocio, etc. ejercen de agentes de poderosa influencia sobre todos estos asuntos. Algo que, lamentablemente, incluso salpica parcialmente a la ciencia y a la academia de vez en cuando (lo cual no debería sorprendernos si hace ya mucho que contamina al poder judicial, la prensa, la educación y demás ámbitos generales).

En el caso español, consultando de forma rápida en internet, veo que ocupamos el puesto 158º sobre 184 países en emisión total de CO2 (unos cándidos). No he logrado dar con el puesto en emisiones per cápita, pero algunas informaciones afirman que es igualmente muy bajo. Por el contrario, la cantinela es que vamos a arreglar el mundo contaminando menos de forma directa. Entretanto, hemos deslocalizado la mayor parte de la industria para que contaminen otros (los más industrializados) a los que les compramos (compulsiva y desmesuradamente) de todo. Entre otras cosas vehículos, ante los chantajes normativos que les aplicamos aquí.

Espero que no se me malinterprete y se me tache de negacionista ni de conspiranoico porque no me considero como tal. Lo que no me gusta es que me manipulen (ni aunque sea en pos de un supuesto interés general) y de ahí que intente indagar en diferentes fuentes fiables, además de aplicar la razón, cuando un tema me interesa. Y en la actualidad, el asunto energético parece haberse convertido en un laberíntico espacio de fuego cruzado informativo, en el que los sesgos, falsas verdades, parcialidades, manipulaciones de datos, etc. campan a sus anchas, haciendo que saber a qué atenerse se haya convertido en una misión imposible. De entre mis recuerdos de la infancia surgen las incipientes críticas ecologistas y la frecuencia de chascarrillos irónicos por parte de la población contra la política franquista de los pantanos (embalses); ahora resulta que son fuentes energéticas renovables y deseables. Ya en mi adolescencia, y procedentes de la contracultura verde alemana, recuerdo pintadas y pegatinas con un sol rojo sobre fondo amarillo con el lema nuclear, no gracias; en la actualidad no hay acuerdo ideológico, técnico, científico y estratégico respecto a su uso. Antes de aquello, la polémica la marcó el carbón, con la cuenca del Rhur y la lluvia ácida; resulta que, ante la demanda mundial de lo eléctrico, todavía se utiliza carbón para producir electricidad. Por su parte, el petróleo ha pasado por varias fases: panacea mundial, consideración de oro negro, o ahora, enemigo público número uno, pues actualmente parece tener más detractores que nunca, pese a que nuestra dependencia global respecto a su consumo (energético y de muchas otras índoles) sigue siendo insuperable. Y qué decir de los aerogeneradores, aplaudidos por los verdes de ciudad, pero que no paran de provocar recogidas de firmas por parte de las poblaciones (verdes incluidos) que los van a tener instalados en sus paisajes e inmediaciones. Y es que todos queremos energía a mano, pero con su producción lo más alejada posible de nuestro entorno vital. En lo de la producción energética, como en casi todo, también hay modas y rachas, y por supuesto intereses. Algunas rachas tienen que ver con su descubrimiento, así como con eventuales avances científicos y tecnológicos que redimen ciertas maldades que cada fuente pudiera haber provocado en el pasado. Sin embargo, finalmente, el problema acaba reapareciendo siempre, causado por la misma situación: el sostenido (y acelerado) crecimiento de la demanda de energía. Cada vez somos más y con incesante incremento de necesidades, placeres, comodidades, facilidades, innovaciones, turismo, etc. Personalmente creo que el concepto de mix resulta imprescindible. Tanto para la producción energética en general, como para la específica del transporte (colectivo o particular). Y en esta última incluyo, con ilusión, práctica y cierto activismo moderado, la propulsión humana.

En todo caso, da igual, porque soy consciente de que mis hábitos provocan muy poca huella de carbono comparándolos con la población general que me rodea, así que, con respecto a mi afición motociclista (la cual practico con poca frecuencia, porque pugna por hacerse hueco en mi vida contra otras muchas no motorizadas) pienso seguir como hasta ahora: disfrutando de los motores de gasolina de mis máquinas, una grande y algunas pequeñas e históricas.

Ya va siendo hora de volver a la descripción de la ruta y la jornada para finiquitar su crónica. El tramo que desde Sargentes de la Lora me llevó hacia el este hasta la carretera de Burgos resultó fascinante y progresivamente encañonado. Es una carreterilla estrecha, pero con firme en buen estado. Muy sinuosa, entonces con vistosa y aromática vegetación a ambos lados y cuyo final resulta apoteósico, al convertirse en un mirador sobre el gran cañón cuyo lecho surca la N-623. Culmina mediante un pronunciado descenso hasta San Felices de Rudrón. Localidad en la que conecta con la nacional. Giro hacia la izquierda (norte) y trecho que no por conocido me resultó menos entretenido ni apasionante. Había mucho a favor: un día espléndido, con sol y sin nubes; y una absoluta ausencia de tráfico, con la carretera para mí solo. Para colmo, en algunos tramos, los buitres y diferentes tipos de rapaces me acompañaron sobrevolándome, haciendo que recordase un antiguo catálogo de motos de BMW en el que vistosas fotos áreas mostraban precisamente, desde más arriba, a algunas aves volando por encima de las máquinas y ruta fotografiadas. Aquel fue un ejemplar de la época dorada de los catálogos en papel.



Alcancé el frescor cántabro, de exuberante verde primaveral, tras haber rodado feliz por cañones, páramos y los puertos de Carrales y El Escudo. Una excursión redonda.

Pero la cosa no quedó ahí. Llegué tan entusiasmado que, al comentarlo con unos amigos, decidimos regresar al sábado siguiente. Cuatro moteros, una jornada agradable y una ruta con una variante. Hasta la visita al Museo del Petróleo rodamos por idéntico recorrido, pero en sentido contrario (por San Felices). La visita les gustó mucho, pero no es cuestión de incidir en ella ahora. La variante consistió en, muy poquito después de abandonar Sargentes hacia el oeste, desviarnos hacia Rocamundo (norte). Otra carretera estrecha, con agradable aspecto de ruta de altiplano, nos llevó hasta el Observatorio Astronómico de Cantabria. No le rendimos visita, pero el paso por él resulta espectacular porque está situado al borde del acantilado que domina todo Valderredible. La carretera allí, parece que te va a someter a un final de película… el de Thelma y Louise. Pero sin vuelo, porque en el último momento, una curva a derechas zambulle la ruta en el valle mediante un pronunciado descenso.

Dos preciosos ejemplares actuales de tipo "réplica". Al fondo, un pozo con bomba.

Las cuatro motos protagonistas de la ruta.



Ya en la carretera central de Valderredible tomamos rumbo este. Curvas entretenidas de radios amplios y medios, con un asfalto en perfectas condiciones y con respetuoso paso eventual por algunos pueblos, hasta alcanzar Villanueva de la Nía. Desde allí, desvío hacia el norte para conectar con el puerto de Pozazal gracias a varios kilómetros de ruta algo más virada y en leve ascenso. Conducción muy agradable. Ya buscando el norte, rodamos paralelamente a la autovía hasta que paramos a comer. Tras la tertulia, separaciones parciales y dos de nosotros regresamos por las Hoces del Besaya.

Me considero un nostálgico del petróleo. No para todo ¡ni mucho menos! pero sí para disfrutar de la conducción de motos y algunos coches con encanto. Por otro lado, mi experiencia con coches eléctricos ha sido muy gratificante siempre. Digo siempre porque me he pasado la infancia, la adolescencia y parte de la edad adulta jugando y compitiendo con coches de slot (scalextric), y más recientemente he podido conducir bastante un potente Tesla por paradisíacas carreteras de Córcega. Pero una cosa es la movilidad y otra la diversión. Aunque en mi caso, para ambas, por ahora me mantengo afín al petróleo. Al diesel en el caso del coche (por mis particulares circunstancias), aunque procuro utilizar el coche lo mínimo posible. Y a la gasolina en el caso de las motos, las cuales utilizo poco y con dos objetivos preferentes. Uno utilitario: evitar atascos y problemas de aparcamiento si no hace malo. Otro de diversión: rodar en ellas por placer, y viajar. No pido perdón por este nostálgico sentimiento y comportamiento, tampoco comprensión o afinidad, simplemente ¡respeto! Y es que, tanto o más nostálgico me siento con respecto al desplazamiento a caballo. Ese recurso de movilidad del que la humanidad se sirvió durante unos 4800 años, pero que en la actualidad ha acabado relegado a espacios y momentos muy marginales. También me gusta practicarlo, siento nostalgia por él y, si pudiera, lo haría mucho más, despreocupándome de las emisiones de metano que las monturas pudieran provocar.



[1] REID, Carlton: “Roads were not built for cars. How cyclists were the first to push for good roads & became the pioneers of motoring”. Island Press. Washington, 2015.

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