Anualmente organizo una vespada,
entendiendo por ella una excursión o viaje de dos o más días a lomos de scooters.
El caso es que, en la más reciente, por extravío, se me había quedado pendiente
una visita. La del Museo del Petróleo ubicado en Sargentes de la Lora. Así que,
un hermoso día de primavera, decidí salir de excursión en solitario y con moto grande
a solventar aquel fallo. El resultado fue una ruta de unos 270km que cubrí en
menos de 24 horas, pero con una pernocta intermedia. Ocio tranquilo, agradable
y sin prisas.
Salí a media tarde desde orillas
del Cantábrico y, en cuanto pude, abandoné autovías para rodar por la carretera
de las Hoces del Besaya, que se desplegaba sin tráfico, luminosa y frondosa.
Sus curvas y su paisaje la han convertido en una ruta muy frecuentada por moteros
cualquier fin de semana de buen tiempo. En días laborables, como era el caso,
raro es encontrarse vehículos circulando por allí. Algún coche suelto muy de
vez en cuando, lo mismo que algún que otro ciclista solitario.
Me detuve en Pesquera para hacer
alguna gestión, pegar la hebra con alguno de sus vecinos e instalarme en una
modesta casa en la que siempre soy bienvenido. Me encontré el río vivo, los
bosques pletóricos de verdor, el cielo azul, el sol radiante y mucha
tranquilidad alrededor. Desconexión total. Cené en el Mesón del Ventorrillo. Me
dieron bien de cenar a un precio muy económico. Su aspecto rústico y su
penumbra interior no me suponen reparos. Allí estoy a gusto. En la casa, antes
de acostarme, una copita de Isla de Jura “The Road” me hizo recordar la
fascinante e inhóspita única carretera que recorre parte de aquella recóndita isla
escocesa.
Amaneció soleado y desayuné algo
extraño: piña y flan, pues no había previsto provisiones, así que me apañé con
lo que había. Suficiente y sabroso. Me puse en marcha con buena temperatura
sobre las nueve de la mañana. El día prometía, y empezaba dando cuenta del
resto de las anteriormente citadas Hoces. A la altura de Reinosa, conduciendo
hacia el sur, tomé la autovía para circunvalar la capital campurriana,
regresando a la carretera convencional en la siguiente salida (Matamorosa). La
carretera casi completamente vacía y yo progresando hacia la Meseta mediante
curvas de amplio radio, el ascenso del modesto puerto de Pozazal y un paulatino
cambio de paisaje húmedo y agreste a otro cada vez más seco y de lomas
suavizadas. El cuerpo de un corzo yacía en una cuneta. Estaba aparentemente
intacto salvo, quizás, un golpe en la cabeza. A juzgar por su lustre, debía
haber sido víctima de tráfico durante la pasada noche. Rebasado Mataporquera,
alcancé un tramo de toboganes que juegan con las suspensiones y con las
sensaciones del estómago. A mí me traen siempre recuerdos de haberlos recorrido
de niño a bordo del SEAT 1500 de mi padre.
Llegando a Aguilar de Campoo, me
desvié hacia el este y enhebré la reiterativa sucesión de rotondas que hay que
completar siguiendo ruta hacía Burgos. Allí la carretera es bastante recta y
muestra siempre algo de tráfico rápido. A los pocos kilómetros ofrece un tramo
de autovía, aunque pronto vuelve a su estándar de carretera. Un poco más
adelante, alcancé el cruce que hay a la altura de Basconcillos del Tozo, donde
me desvié hacia la izquierda en busca de Sargentes de la Lora.
La siguiente carretera era una
estrecha cinta de asfalto en muy buenas condiciones, pero sin líneas centrales
y muy sinuosa, tanto en el plano horizontal como en el vertical. Exige rodar
lentamente, algo que se agradece porque el panorama alrededor es fascinante.
Hay campos, curvas, bajadas, subidas, peñas, vaguadas, cerros y, aquel día, una
ofrenda floral silvestre generosísima. Con millones de flores amarillas
contrastando con un verde más nutrido de lo habitual por la comarca. Apenas
debí cruzarme con un par de coches de labor a lo largo de aquel tramo.
Primero, más presencia de campo abierto, pero, después, un descenso me iba
haciendo penetrar en un cañón cada vez más marcado en el terreno. No conocía
este enlace y, en diferido ¡cuánto lamenté habérnoslo saltado con las Vespa el
verano anterior! Unos kilómetros después, el terreno se allanaba y sugería una
especie de protuberancia amplia y suave, lo que, poco tiempo después aprendí
que caracteriza a algunos paisajes típicos de yacimientos petrolíferos. Y
entonces alcancé Sargentes de la Lora.




Es un pueblo pequeño y con
reducidísima población. Justo antes de entrar, encontré un desvío hacia la
derecha con señalizaciones de campo, pozos y empresas petrolíferas. A la vista
ya se apreciaban varios cercanos balancines de extractores de bombeo. Como iba
sobrado de tiempo me acerqué a un alto, aparqué la moto y visité tres de
aquellas estructuras mientras iba tomando algunas fotos. Desde el alto, a lo
lejos, en casi todas las direcciones, se veían bastantes más. Añejos,
parcialmente oxidados, de apariencia ferruginosa, mecánica… arqueología
industrial en toda regla, nostálgicamente encantadora. La Oklahoma Española
como llegaron a llamar a aquello. En cierto modo, recordando a películas como Gigante,
a Texas y a cualquier otro tipo de iconografía petrolífera. Más allá en el
horizonte, igualmente rodeándolo casi todo… molinos blancos. Muchos más,
aparentemente ligeros tan de lejos, pero abundantes, sugiriendo cierto aspecto
de especie invasora llamativa. Como los plumeros.




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Amapolas bajo la cartelería petrolífera. |
De regreso al pueblo, aparqué
junto al museo, que todavía estaba cerrado. Al lado hay un frontón,
infraestructura deportiva peninsular donde las haya, seña de identidad de
cientos de pueblos castellanos, vascos, navarros, etc. En frente del museo hay
un bar que parece recibir con los brazos abiertos. Está al sol, pero disfruta
de terraza exterior con sombra. De aspecto sencillo y rural, luce limpio y
apetecible. Responde al nombre de Bar el Oro Negro ¡acertadísimo! Allí me pedí
un café y me lo llevé a la terraza exterior.
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Accediendo al Museo del Petróleo. |
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Exterior del bar El Oro Negro. |
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También hay material expuesto en el exterior. Aquí un "árbol de Navidad", con el frontón de Sargentes al fondo. |
Llegué al pueblo en un momento de
gran agitación. Algo inusual estaba ocurriendo. Algo poco halagüeño. Resultaba
que un hombre había sufrido una parada cardiorrespiratoria cuando se afanaba junto
a algún vehículo. Mientras una ambulancia llegaba desde donde fuera menester
hasta aquel punto de la inmensa España vacía, algunos vecinos intentaron
reanimarlo. Primero manualmente, hasta que, viendo lo infructuoso de los
intentos, alguno se atrevió a intentarlo con un desfibrilador. Gran acierto,
pues logró poner en marcha los órganos vitales y salvar la vida al perjudicado
(me consta que aquel hombre salió adelante una vez llegado al hospital, pero,
sin aquella intervención, hubiera fallecido seguro). Cuando yo me fui enterando
de todo el asunto, ya habían llegado una ambulancia y un helicóptero. Me uní a
un puñado de vecinos que andaban expectantes a todas las vicisitudes. Todos en
ropa informal, y hasta alguna señora en pijama. Auténtico episodio de Crónicas
de un pueblo. Todos solidarios, empáticos, sentidos y preocupados. Comunidad.
También estaba por allí la responsable de las visitas guiadas del museo, una
amable mujer que, por lo visto, ejerce de una especie de navaja suiza o
herramienta multiusos humana para el ayuntamiento. Un perfil laboral que
reconozco en otras localidades pequeñas y que tan necesario es para mantener
cierta estructura de funcionamiento en cientos de flecos poblacionales a
los que las políticas de los grandes números, las capitales, las
ciudades y los centralismos no reconocidos desatienden e ignoran. Finalmente,
el enfermo fue trasladado de la ambulancia al helicóptero, este echó a volar
hacia Burgos y nuestro raquítico grupo se disolvió.
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Despliegue sanitario de urgencia. |
Tras el susto, llegó el momento
de la visita guiada, que no del todo de la calma, porque la mujer que da las
explicaciones lo hace con bastante velocidad y, aunque el visitante aprende
muchísimo, se pierde algunos detalles. Hay que estar bien despierto y atento
para seguir el ritmo. El museo no es grande, pero está muy bien nutrido. De
información, datos, aparataje, infografías, maquetas, etc. Es un edificio
contemporáneo con un pasillo acristalado que aporta mucha luz al conjunto y
sirve de nexo de paso entre el espacio de recepción, sala de video y servicios,
y la diáfana sala principal donde se exhibe la mayor parte del material
expositivo. Lo experimenté casi en plan de James Bond, solo para mis ojos,
pues aquel día de entresemana era el único visitante. Me compré un recuerdo y
atendí muy motivado a lo explicado. Geología, procedimientos habituales de
funcionamiento (para la búsqueda, detección, perforación, extracción,
tratamiento, etc.), mitos y bulos (incluso gubernamentales) vinculados al
petróleo, datos reales, calidades del crudo, aparataje, historia, utilidades
del petróleo, etc. La visita finaliza con un NO-DO que me parece una joya de
filmografía y documentalismo cinematográfico. Pese a su edad, la pieza integra
buenas tomas, guion, ritmo, etc. Por otro lado, por llamativas y aparentemente
antiguas o exageradas que puedan resultar las imágenes, nada en ellas me resultó
extraño, las caras, vestimentas, carro con la siega, centralita telefónica,
reglas de cálculo, etc. pues todo lo he conocido en mi tierna infancia
(sinceramente la recuerdo con ternura).
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Una de las piezas exhibidas en el interior del Museo. | |
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Las
dos configuraciones geológicas más habituales del petróleo. El caso que
nos ocupa se corresponde con la segunda (por falla o fractura).
(Imagen: fotografía tomada en el Museo del Petróleo). |
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En el museo hay una variada colección de fotografías de diferentes épocas, algunas de las cuales no tienen desperdicio. |
La visita aporta mucha
información a tener en cuenta y sobre la que hay que reflexionar. Dejo aquí
planteados algunos ejemplos:
La realidad de los datos de
consumos y contaminaciones allí declarados es diferente de la que constante y
machaconamente nos quieren hacer creer otras fuentes. El transporte personal
anda muy lejos de ser el mayor productor de CO2 a escala mundial. La
tasa total de transportes (incluyendo mercancías, paqueterías,
transporte colectivo, etc.) supone un 20%, más o menos lo mismo que el de la
producción industrial (con posicionamiento destacado de la ropa). Muy por
delante de ambos, la producción de energía (también eléctrica) y calor. El
mundo digital, tan aparentemente limpio y sostenible, genera enorme
gasto energético y lo hace, gracias a su expansión global, los nuevos hábitos,
el aburrimiento de la gente y la IA, mostrando un crecimiento exponencial.
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Vista parcial de un panel de datos del Museo. |
El petróleo, aplicando la ciencia
y tecnología actuales es posible extraerlo más limpiamente. Y el que hay en la
zona de Sargentes, que anteriormente servía para utilizaciones limitadas, ahora
sería posible refinarlo correctamente gracias a los avances en catalizadores.
Si no se ha aprovechado recientemente ha sido porque las inversiones necesarias
no compensaban los pocos años que restaban de concesión. Eso nos lleva a otro
asunto de interés más general. El que, en gran medida, la rentabilidad de cada
fuente energética depende de la fiscalidad y gravámenes que los gobiernos (la
política) quiera aplicar a cada uno de ellos. Una cuestión es cuánto de caro es
producir energía por un medio concreto, y otra, cuánto se incrementa el coste
mediante gravámenes normativos o cuánto se abarata a través de subvenciones. Y
es este un asunto que no suele explicarse con claridad, ni con tanta
insistencia como otros, especialmente cuando no interesa que la opinión pública
alcance a conocer una verdad lo más completa posible de las cosas.
Cada vez hay más opciones para captar
CO2 de la atmósfera de cara a limpiarla y, de paso, reutilizarlo
a conveniencia. Por ahí, especialmente, deberían encaminarse más esfuerzos en
ciencia, políticas, investigación, desarrollo tecnológico e inversiones.
En línea con el intervencionismo
político, me declaro muy crítico con todas las normativas mediante las cuales la
violencia del estado se aplica contra los intereses particulares en
cuestión de movilidad. Resulta que disfrutamos de barra libre para el
gasto energético y la generación de huella de carbono en un montón de ámbitos:
transporte (parcialmente en el colectivo (cruceros, aviones, etc.), turístico,
de paquetería, por motorización eléctrica, etc.); utilización de Internet, IA,
etc.; climatización (calefacción y aires acondicionados); celebración de
macroeventos que generen grandes beneficios (deportivos, musicales, de estado,
etc.); gastos de representación de personas o entidades de carácter
institucional (viajes, cumbres… asuntos que, por lo general, generen fotos
mediáticas importantes); y así con muchos más ejemplos. Sin embargo, a los
vehículos particulares (coches y motos; que no segadoras, motosierras, embarcaciones
de recreo, etc.) se les persigue y dificulta la existencia mediante varias
estrategias entre las que destacan dos: las restricciones de circulación en
ciertas zonas y el control de emisiones aplicado en las ITV. Desde un punto de
vista de cierta racionalidad, ninguna de las dos tiene sentido (o todo el
sentido). Me explico a través de dos argumentos (aunque hay más):
1) Lo
que contamina un coche circulando (salvo los 100% eléctricos) depende de varios
factores: el estilo de conducción, su potencia (en esto hay mucha injusticia y
engaño a la hora de adjudicar etiquetas), peso y ¡sobre todo! el kilometraje
que el vehículo acumule. Lo que pueda emitir al año un coche con 20 años de
edad que únicamente se utilize para ir a comer los domingos o a acercarse a ver
las vacas a diario, seguro que es muchísimo menos que lo que genere cualquier
último modelo conducido por un representante comercial (viajante) o
alguien que se desplaza a trabajar a diario bastantes kilómetros. Y ello sería
fácilmente evaluable en cada nueva ITV a través del kilometraje.
2) ¿Cuánta
huella de carbono supone fabricar un coche nuevo? Me gustaría saber qué produce
mayor huella de carbono, mantener en uso un coche durante 30 años o sustituirlo
cada 5-7 años por varios nuevos sucesivos. También dependerá, seguramente, del
kilometraje que recorra el primero, pero no estaría de más valorarlo si ¡de
verdad! se quisiera actuar sobre la huella de carbono. De las tradicionales
tres erres que se abanderaban hace pocos años a la hora de tratar cuestiones
ecológicas, parece que dos de ellas, reducir y reutilizar, no resultan del todo
convenientes por las implicaciones económicas que se derivarían de su
aplicación directa sobre el consumo.
Volviendo al tan cacareado asunto
de la España vacía (las comarcas de menor densidad de población), sus problemas
derivan de la falta de servicios (los cuales no les resultan rentables numéricamente
a las administraciones, públicas y privadas; lo mismo que tampoco en votos).
Los servicios básicos de abastecimiento, sanidad, educación, etc. no son, por
otro lado, cubiertos por el transporte público, porque tampoco resulta rentable
o justificable. Un ejemplo reciente: la supresión por parte de RENFE de
paradas diarias en Segovia, Medina del Campo y Sanabria. Por tanto, la única
posibilidad que le queda a toda esa población es recurrir a los medios de
transporte particulares, los cuales, por otro lado, suelen necesitar la mayor
autonomía y accesibilidad a repostaje posibles. No hace falta explicar más
sobre en qué tipo de motorización van a encontrarlas. Por no hablar de las
necesidades de autonomía de los vehículos de vendedores ambulantes, sanitarios
que realizan visitas a domicilios rurales, veterinarios, asistencia técnica y
mecánica a hogares y maquinaria agrícola, etc. Todos ellos probablemente
necesiten vehículos de gran autonomía y rápido repostaje y, por lo tanto, no subvencionados.
Aplicar a este sector de la ciudadanía (y por extensión al mundo rural en
general, al de zonas de montaña y de muchas otras) medidas restrictivas
pensadas para paliar males propios de los grandes núcleos urbanos es doblemente
injusto: injusto porque se le trata conforme a una realidad que no es la suya,
e injusto porque, simplemente, se ignora su casuística… su existencia.
Al hombre que sufrió una parada
cardíaca en Sargentes de la Lora ¿qué le salvó? Por un lado, el desfibrilador
y, por otro ¡el petróleo que alimentó el motor de la ambulancia y,
especialmente, el del helicóptero!
Desde un punto de vista más
filosófico y antropológico, cabría preguntarnos sobre los medios de transporte
que la humanidad ha venido empleando (especialmente de modo particular) a lo
largo de toda su existencia. Lo voy a hacer sin demasiado rigor, tirando de
Google, porque para lo que quiero mostrar la precisión de fechas no es
demasiado importante.
a) Lo
ha hecho caminando (casi únicamente) desde la irrupción del Homo Habilis hasta
la domesticación del caballo. Desde hace aproximadamente 2,5 millones de años
hasta hace 5000 años (domesticación por parte de la cultura Yamnaya). Casi 2,5
millones de años caminando.
b) El
caballo (y otros animales como camellos, dromedarios, perros de tiro, etc.) han
constituido el medio de transporte y movilidad preferente (transporte por
navegación aparte) entre hace 5000 años y hasta el momento de la aparición de
la primera bicicleta (la draisiana, sin pedales, en 1817; y el velocípedo de
Michaux, 1861, ya con pedales) y el primer ferrocarril público de vapor en 1825.
Unos 4800 años a lomos de animales.
c) Desde
la época del vapor (1800) hasta la irrupción del motor de combustión (Carl
Benz, 1885). Unos 85 años que podrían adjudicarse tanto a la época de los
animales como a la del vapor.
d) Desde
el primer coche (1885) hasta ahora (2025), con todavía más que evidente
preponderancia de los coches y motos de combustión interna. 140 años con
motorización por combustión. *Los primeros coches eléctricos ya aparecieron
a finales del siglo XIX.
Lo que he pretendido mostrar es
que, quizás, con el paso del tiempo, es probable que la humanidad vaya
conociendo diversos modos de propulsión que por el momento apenas somos capaces
de imaginar. Que el vapor fue pasajero y que, probablemente, lo sea la
combustión. Que, tal vez, también acabe siendo pasajera la propulsión eléctrica,
la cual lleva intentando ser eficiente casi tanto tiempo como la combustión, y
que, en lo que a los vehículos particulares se refiere, continúa con algunos
problemas de competitividad como son la autonomía, el repostaje,
su dependencia de materias primas, los desechos contaminantes que genera, etc. Precisamente,
relacionado con esto último, cabe preguntarse por lo que denomino el enigma
del abuso. Me explico. Aparte de una pretendida independencia económica y
energética, lo que la UE esgrime para reducir la utilización de motores de
combustión interna es la contaminación. Dicho problema no empezó a plantearse
durante las primeras décadas de utilización de tales vehículos, por el simple
hecho de que eran pocos. El exceso, el abuso, la proliferación (que por
otro lado es el comportamiento en el que se basan y apoyan la economía actual y
el desarrollo) de vehículos fue el desencadénate del problema de polución y
dependencia energética. Por eso, sería necesario, actualmente, tratar de
vislumbrar un hipotético escenario de futuro cercano en el que todos los
vehículos fueran eléctricos (además de dispositivos recargables, segadoras,
aspiradores, patinetes, bicicletas, tablas de surf, etc.) e imaginar sus
consecuencias. Porque, por lo general, cada vez que la humanidad convierte un
uso en abuso, ese enigma, a medio plazo, acaba convertido en un
problema (y no me estoy refiriendo al apagón).
Más reflexiones. Paralelamente al
aumento del tráfico rodado, fue llegando el de la construcción de las vías de
comunicación contemporáneas. Vías hubo siempre: senderos, caminos, pistas o camberas
e incluso las legendarias calzadas romanas. Con la irrupción del ferrocarril,
la cuestión tuvo que sofisticarse mucho más. Actualmente, en el mundo, hay unos
3,7 millones de kilómetros de vías férreas. En España unos 15.500 km (lo que
representa el puesto 17º del ranking mundial). Pero mucho más tupida es la red
de carreteras (aunque incluye algunas sin asfaltar, si están consideradas como
tal) que en el mundo alcanza los 64,2 millones de kilómetros. En España 683.175
(datos de 2011), colocándola en el puesto 12º. Curiosamente, España se encarama
al segundo puesto mundial (detrás de China) en kilometraje de ferrocarril de
alta velocidad. Lo cual sugiere que, efectivamente, el ninguneo, de hecho, de
su territorio vacío, incluye el transporte colectivo. La descomunal red
de carreteras (la mundial, y las de muchos países, especialmente los
desarrollados) experimentó su mayor crecimiento durante el lapso de existencia
de la automoción. Es decir, durante los últimos 140 años. Lo que la mayoría de
la gente desconoce es que (según los serios y rigurosos estudios de Carlton
Reid)
fueron los usuarios de bicicletas quienes inicialmente impulsaron la creación
de carreteras bien pavimentadas y asfaltadas. Y sus gremios técnicos, mecánicos
y fabricantes, quienes más tarde fueron evolucionando hacia la fabricación de
motos y coches.
Siguiendo con reflexiones de
carácter filosófico, o quizás sea más sensato dejarlo en un nivel meramente
conceptual, podemos considerar que el aprovechamiento del petróleo no es más
que tomar prestado el descomunal reciclaje que el planeta ha ido haciendo con
materia orgánica sobrante, muerta y desechable. En vez de dejar que se
perdiera, mediante un proceso a larguísimo plazo (desde el punto de vista
humano), lo recicló en forma de depósitos que, sobre todo a lo largo del siglo
XX, la humanidad ha reutilizado. Sí que, en toda lógica, deberíamos de
responsabilizarnos de seguir por similar camino, reciclando todos aquellos
desechos derivados de todo aquello que se fabrique a base de petróleo (fibras,
plásticos, materiales… la lista es infinita). Y es de nuevo ahí donde la
ciencia y la tecnología han de tener también su protagonismo.
Durante la visita al museo obtuve
diversos tipos de datos de usos del petróleo, consumos del mismo, producción,
etc. Me llamó mucho la atención el panel que he mencionado con datos sobre la
producción de CO2. Respecto al 40% de emisiones que se producen al
generar energía y calor, ello incluye la producción directa y la de
electricidad por vía indirecta (importante detalle), mediante carbón o
petróleo. El reparto mostrado en el panel choca bastante con la cansina
retórica de culpabilidad que numerosos gobiernos utilizan ante la población por
el uso de sus vehículos y qué tipo de vehículos. Y lo que más me preocupa es
que no coincide con otros gráficos que he consultado (UE y otras fuentes). Mi
preocupación proviene de que los intereses de las entidades hacen que las
estandarizaciones de las valoraciones provengan de diferentes métodos (y
sesgos). Y que los datos se elaboren y publiquen conforme a diferentes motivaciones
de persuasión y justificación política. Aquella misma semana, me enteré de que
un profesor de instituto, tras haber servido fielmente a su partido mediante el
desempeño de algún que otro cargo de confianza en el ámbito educativo, había
sido premiado con un puestazo valorado en más de 180.000 €
anuales, como director de una empresa de control público relacionada con la
energía nuclear. Desde luego, no creo que haya sido por sus conocimientos en la
materia, pues seguro que habría bastantes potenciales candidatos mucho más
preparados para el cargo. ¿Por qué no se ha buscado a alguien con realmente
experto? Quizás ha interesado una especie de comisario político. No
estoy acusando de delito alguno, simplemente sugiriendo que los intereses
personales, políticos, de negocio, etc. ejercen de agentes de poderosa
influencia sobre todos estos asuntos. Algo que, lamentablemente, incluso
salpica parcialmente a la ciencia y a la academia de vez en cuando (lo
cual no debería sorprendernos si hace ya mucho que contamina al poder judicial,
la prensa, la educación y demás ámbitos generales).
En el caso español, consultando
de forma rápida en internet, veo que ocupamos el puesto 158º sobre 184 países
en emisión total de CO2 (unos cándidos). No he logrado dar con el
puesto en emisiones per cápita, pero algunas informaciones afirman que es igualmente
muy bajo. Por el contrario, la cantinela es que vamos a arreglar el mundo
contaminando menos de forma directa. Entretanto, hemos deslocalizado la mayor
parte de la industria para que contaminen otros (los más industrializados) a
los que les compramos (compulsiva y desmesuradamente) de todo. Entre otras
cosas vehículos, ante los chantajes normativos que les aplicamos aquí.
Espero que no se me malinterprete
y se me tache de negacionista ni de conspiranoico porque no me considero
como tal. Lo que no me gusta es que me manipulen (ni aunque sea en pos de un
supuesto interés general) y de ahí que intente indagar en diferentes fuentes
fiables, además de aplicar la razón, cuando un tema me interesa. Y en la
actualidad, el asunto energético parece haberse convertido en un laberíntico espacio
de fuego cruzado informativo, en el que los sesgos, falsas verdades, parcialidades,
manipulaciones de datos, etc. campan a sus anchas, haciendo que saber a qué
atenerse se haya convertido en una misión imposible. De entre mis recuerdos de
la infancia surgen las incipientes críticas ecologistas y la frecuencia de
chascarrillos irónicos por parte de la población contra la política franquista de
los pantanos (embalses); ahora resulta que son fuentes energéticas
renovables y deseables. Ya en mi adolescencia, y procedentes de la
contracultura verde alemana, recuerdo pintadas y pegatinas con un sol rojo
sobre fondo amarillo con el lema nuclear, no gracias; en la actualidad
no hay acuerdo ideológico, técnico, científico y estratégico respecto a su uso.
Antes de aquello, la polémica la marcó el carbón, con la cuenca del Rhur y
la lluvia ácida; resulta que, ante la demanda mundial de lo eléctrico,
todavía se utiliza carbón para producir electricidad. Por su parte, el petróleo
ha pasado por varias fases: panacea mundial, consideración de oro negro,
o ahora, enemigo público número uno, pues actualmente parece tener más
detractores que nunca, pese a que nuestra dependencia global respecto a su
consumo (energético y de muchas otras índoles) sigue siendo insuperable. Y qué
decir de los aerogeneradores, aplaudidos por los verdes de ciudad, pero
que no paran de provocar recogidas de firmas por parte de las poblaciones (verdes
incluidos) que los van a tener instalados en sus paisajes e inmediaciones. Y es
que todos queremos energía a mano, pero con su producción lo más alejada
posible de nuestro entorno vital. En lo de la producción energética, como en
casi todo, también hay modas y rachas, y por supuesto intereses. Algunas rachas
tienen que ver con su descubrimiento, así como con eventuales avances
científicos y tecnológicos que redimen ciertas maldades que cada fuente
pudiera haber provocado en el pasado. Sin embargo, finalmente, el problema
acaba reapareciendo siempre, causado por la misma situación: el sostenido (y
acelerado) crecimiento de la demanda de energía. Cada vez somos más y con
incesante incremento de necesidades, placeres, comodidades, facilidades,
innovaciones, turismo, etc. Personalmente creo que el concepto de mix
resulta imprescindible. Tanto para la producción energética en general, como
para la específica del transporte (colectivo o particular). Y en esta última
incluyo, con ilusión, práctica y cierto activismo moderado, la propulsión
humana.
En todo caso, da igual, porque
soy consciente de que mis hábitos provocan muy poca huella de carbono
comparándolos con la población general que me rodea, así que, con respecto a mi
afición motociclista (la cual practico con poca frecuencia, porque pugna por
hacerse hueco en mi vida contra otras muchas no motorizadas) pienso seguir como
hasta ahora: disfrutando de los motores de gasolina de mis máquinas, una grande
y algunas pequeñas e históricas.
Ya va siendo hora de volver a la
descripción de la ruta y la jornada para finiquitar su crónica. El tramo que
desde Sargentes de la Lora me llevó hacia el este hasta la carretera de
Burgos resultó fascinante y progresivamente encañonado. Es una carreterilla
estrecha, pero con firme en buen estado. Muy sinuosa, entonces con vistosa y
aromática vegetación a ambos lados y cuyo final resulta apoteósico, al
convertirse en un mirador sobre el gran cañón cuyo lecho surca la N-623.
Culmina mediante un pronunciado descenso hasta San Felices de Rudrón. Localidad
en la que conecta con la nacional. Giro hacia la izquierda (norte) y trecho que
no por conocido me resultó menos entretenido ni apasionante. Había mucho a
favor: un día espléndido, con sol y sin nubes; y una absoluta ausencia de
tráfico, con la carretera para mí solo. Para colmo, en algunos tramos, los
buitres y diferentes tipos de rapaces me acompañaron sobrevolándome, haciendo
que recordase un antiguo catálogo de motos de BMW en el que vistosas fotos
áreas mostraban precisamente, desde más arriba, a algunas aves volando por
encima de las máquinas y ruta fotografiadas. Aquel fue un ejemplar de la época
dorada de los catálogos en papel.


Alcancé el frescor cántabro, de
exuberante verde primaveral, tras haber rodado feliz por cañones, páramos y los
puertos de Carrales y El Escudo. Una excursión redonda.
Pero la cosa no quedó ahí. Llegué
tan entusiasmado que, al comentarlo con unos amigos, decidimos regresar al
sábado siguiente. Cuatro moteros, una jornada agradable y una ruta con una
variante. Hasta la visita al Museo del Petróleo rodamos por idéntico recorrido,
pero en sentido contrario (por San Felices). La visita les gustó mucho, pero no
es cuestión de incidir en ella ahora. La variante consistió en, muy poquito
después de abandonar Sargentes hacia el oeste, desviarnos hacia Rocamundo
(norte). Otra carretera estrecha, con agradable aspecto de ruta de altiplano,
nos llevó hasta el Observatorio Astronómico de Cantabria. No le rendimos
visita, pero el paso por él resulta espectacular porque está situado al borde
del acantilado que domina todo Valderredible. La carretera allí, parece que te
va a someter a un final de película… el de Thelma y Louise. Pero sin
vuelo, porque en el último momento, una curva a derechas zambulle la ruta en el
valle mediante un pronunciado descenso.
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Dos preciosos ejemplares actuales de tipo "réplica". Al fondo, un pozo con bomba. |
 |
Las cuatro motos protagonistas de la ruta. |
Ya en la carretera central de
Valderredible tomamos rumbo este. Curvas entretenidas de radios amplios y
medios, con un asfalto en perfectas condiciones y con respetuoso paso eventual
por algunos pueblos, hasta alcanzar Villanueva de la Nía. Desde allí, desvío
hacia el norte para conectar con el puerto de Pozazal gracias a varios
kilómetros de ruta algo más virada y en leve ascenso. Conducción muy agradable.
Ya buscando el norte, rodamos paralelamente a la autovía hasta que paramos a
comer. Tras la tertulia, separaciones parciales y dos de nosotros regresamos
por las Hoces del Besaya.
Me considero un nostálgico del
petróleo. No para todo ¡ni mucho menos! pero sí para disfrutar de la conducción
de motos y algunos coches con encanto. Por otro lado, mi experiencia con
coches eléctricos ha sido muy gratificante siempre. Digo siempre porque me he
pasado la infancia, la adolescencia y parte de la edad adulta jugando y
compitiendo con coches de slot (scalextric), y más recientemente he
podido conducir bastante un potente Tesla por paradisíacas carreteras de
Córcega. Pero una cosa es la movilidad y otra la diversión. Aunque en mi caso,
para ambas, por ahora me mantengo afín al petróleo. Al diesel en el caso del
coche (por mis particulares circunstancias), aunque procuro utilizar el coche
lo mínimo posible. Y a la gasolina en el caso de las motos, las cuales utilizo
poco y con dos objetivos preferentes. Uno utilitario: evitar atascos y
problemas de aparcamiento si no hace malo. Otro de diversión: rodar en ellas
por placer, y viajar. No pido perdón por este nostálgico sentimiento y
comportamiento, tampoco comprensión o afinidad, simplemente ¡respeto! Y es que,
tanto o más nostálgico me siento con respecto al desplazamiento a caballo. Ese
recurso de movilidad del que la humanidad se sirvió durante unos 4800 años,
pero que en la actualidad ha acabado relegado a espacios y momentos muy
marginales. También me gusta practicarlo, siento nostalgia por él y, si
pudiera, lo haría mucho más, despreocupándome de las emisiones de metano que
las monturas pudieran provocar.